“Democrática unidad”

No voy a regalar al partido ni mi ausencia ni mi silencio. No aspiro a negociar para ser segunda y tampoco voy a traicionar mis convicciones: Adriana Dávila.



Desde el momento en el que manifesté mi interés por participar en el proceso de renovación de la dirigencia nacional de mi partido, Acción Nacional, muchos actores han recurrido a la “democrática unidad” para que acepte formar parte de la fórmula que encabezará tal o cual varón.

Se apela a la responsabilidad partidista, a la camaradería moderna, a la generosa aportación en nombre de la “democrática unidad” para construir un escenario viable a favor del partido y de la Patria, en el que la que acompañe, siga, se sume y contribuya… sea yo.

Se utiliza una retórica que busca el sacrificio de la mujer y que solo así justifica que se avanza en las cuestiones de género. Muy bueno resulta el discurso para celebrar los logros en materia de equidad, anunciar con bombo y platillo el acompañamiento femenino al interior del blanquiazul, en tanto no exista la intención de las mujeres para conducir, tener la alta responsabilidad y honor de dirigir la ruta partidista a nivel nacional porque, en ese momento, comienzan a florecer los “pero” que invisibilizan nuestras capacidades para ejercer el puesto directivo.

Escuchar argumentos sustentados en percepciones como el que “a fulanito ya lo conocemos, perengano cuenta con aceptación, él tiene más trabajo…”, no solo insultan el entendimiento, sino que ponen de manifiesto esos micromachismos que no dejan de reproducirse una y otra vez, y que descalifican trayectorias individuales para acreditar virtudes que se piensa solo tienen los varones.

Recuerdo hace unos años cuando mi compañera Laura Rojas y yo aspiramos a presidir la Mesa Directiva del Senado de la República; logramos el aval de nuestro grupo parlamentario y fuimos propuestas ante el Pleno. Sin embargo, el coordinador de la mayoría argumentó que no “teníamos la estatura” para asumir el cargo, lo cual demeritó nuestro trabajo, suerte que no corrió ni el presidente saliente (familiar de un importante dirigente tricolor) ni el que llegó en nuestro lugar (por traiciones al interior para beneficio de un grupo político).

Si bien fue criticable la postura de los legisladores, lo fue más la de las compañeras senadoras, de quienes recibimos su apoyo verbal, pero a la hora de votar, olvidaron los compromisos con la causa de las mujeres y optaron por acatar las instrucciones de su coordinador.

Otro suceso que habla de esta visión fue cuando busqué presidir la Cámara de Diputados en la Legislatura que está por concluir. Se cuestionó si mi estado emocional –por la reciente pérdida de mi madre y por la finalización de mi matrimonio– era adecuado para participar. ¿Alguna vez han escuchado, leído o comentado sobre circunstancias similares en la vida de los políticos varones? Por supuesto que no se cuestiona ni el estado emocional ni físico de los hombres.

Es inverosímil que el partido que propuso el voto de las mujeres, que presentó la iniciativa de paridad total y, que por cierto también impugnó las disposiciones normativas para garantizar la paridad en las gubernaturas, pretenda dejar la percepción de que las mujeres tenemos que dejar libre el camino y ceder en nuestras legítimas aspiraciones. Y también es cuestionable que sea un hombre, desde la dirigencia nacional y con el aval, por silencio u omisión, de muchas mujeres que representan a la militancia en los órganos de decisión, el que utilice este criterio de paridad solo en apariencia para beneficio propio y no para impulsar a mujeres líderes que enfrenten las complejas circunstancias en sus entidades.

Me he propuesto defender el esfuerzo de muchas generaciones de mujeres panistas para que se valore nuestra capacidad, trayectoria, propuesta y liderazgo, y se cristalice el anhelo de tener una mujer al frente de nuestro partido.

Bajo estas circunstancias reitero: no voy a regalar al partido ni mi ausencia ni mi silencio. No aspiro a negociar para ser segunda y tampoco voy a traicionar mis convicciones.

Convoco, eso sí, a exigir condiciones de igualdad en el proceso interno y a decidir, libremente, sin presiones y con valentía, lo que más conviene, en el futuro inmediato, para nuestro partido que, a final de cuentas y como diría Carlos Castillo, es el instrumento que nosotros escogimos para cuidar al país.

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