Se dice que la primera vez puede ser equivocación, pero la segunda es sin duda una decisión.
No le bastó al presidente López Obrador hacer pública, con todo y su número celular, la carta en la que la periodista Natalie Kitroeff solicitaba la postura del Ejecutivo sobre investigaciones del gobierno de Estados Unidos que lo ligan con líderes del narcotráfico.
El hecho provocó que YouTube, acorde a sus reglas de uso y divulgación de materiales, bajara el video de la mañanera de su plataforma, así es que para demostrar que él manda, que es poderoso y que nadie puede cuestionarlo, el colérico mandatario volvió a publicar la misiva y retó a esa red social a bajarla de nuevo.
Se desató entonces una guerra de filtraciones de números celulares de personajes políticos y líderes de opinión incluyendo las de las aspirantes presidenciales, y el único beneficiado de esta enorme polarización es justamente quien la provocó porque ante el caos generado es más simple trasladar las responsabilidades de sus decisiones al pueblo, a la sociedad, a los mexicanos, total él nomás es presidente.
Hasta dónde puede llegar el personaje que habita Palacio Nacional y que ha rebasado todos los límites, incluyendo la violación de la Constitución, sino se le pone un alto en las urnas.
A qué otra tragedia nos va a conducir si está empeñado en silenciar a todos aquellos que denuncian sus abusos, sus ligas y sus peligrosas complicidades.
Lo que hemos visto en las últimas semanas son, sin temor a equivocarme, los momentos más obscuros del país, se reveló ante nosotros la peor cara de López Obrador y el peligro que significa para las libertades y los derechos en México.
Y mientras él se siente intocable y se dice además por encima de la ley por su autoridad moral y política, México se desangra no solo por la violencia del crimen organizado que ha tomado las calles, lo hace también porque desde la soberbia presidencial se mutilan los espacios de encuentro, de paz y de reconciliación entre los ciudadanos, y ante eso el antídoto más eficaz que tenemos para enfrentarlo se llama participación cívica.
Es momento de poner un alto al autoritarismo, de tener la mente y el corazón dispuestos a trabajar en el porvenir y definir el próximo junio un rumbo distinto para México.
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