Absurdo es descalificar y cuestionar la integridad de distinguidos académicos, intelectuales, escritores y periodistas, sólo porque él considera que no se manifestaron ante los “fraudes electorales del pasado”.
El “bendito coraje” es la única reacción presidencial que ha movido las decisiones en estos 19 meses de gestión pública, en medio de una terrible crisis presupuestal que compromete el funcionamiento de la administración pública, con una evidente pérdida del poder adquisitivo del grueso de las familias mexicanas, con millones de personas que han perdido su empleo, una crisis sanitaria que ronda las 40 mil defunciones por COVID-19, una crisis de seguridad pública que suma muertes violentas e incrementa los feminicidios. En medio de todo lo anterior, el presidente se da tiempo para manifestar su enojo y manipular hechos en respuesta a voces disidentes de intelectuales, a los que ya calificó como orgánicos, neoliberales y neoporfiristas. “Fuera máscaras”, se ufanó.
Lo absurdo es descalificar y cuestionar la integridad de distinguidos académicos, intelectuales, escritores y periodistas, sólo porque él considera que no se manifestaron ante los “fraudes electorales del pasado”. Le guste o no, son personas que han contribuido a la formación de nuestra joven democracia, que buscaron foro en un desplegado, para manifestar sus inquietudes y preocupaciones sobre el rumbo que lleva este país. Total, él no tiene ningún obstáculo en comunicarnos cada mañana, desde el púlpito palaciego, sus quejas y justificaciones de lo que no ha hecho como primer mandatario.
¿Pero cuál es la queja de los intelectuales? La construcción de mayorías artificiales en el Congreso de la Unión para lograr los perversos y electoreros fines de transformación jurídica, al tener un Poder Legislativo a modo, con suficientes votos para aprobar lo que dicte, instruya u ordene modificar en reformas constitucionales, el Poder Ejecutivo. Lo que no se consiguió en las urnas en el pasado proceso electoral federal 2018, se construye con “acuerdos poco transparentes, a conveniencias de otros partidos” para atropellar los contrapesos del poder público.
Y “en defensa de la democracia y contra las mentiras de ideólogos neoliberales”, Morena responde con otro desplegado y secunda al “bendito coraje”, para esconder sus tejemanejes en lo que llama una acción de “política de alianzas que es normal en toda democracia parlamentaria”, solo para cumplir con lo dispuesto por el dedo presidencial. Así le llaman; omiten mencionar cómo y a cambio de qué se dan esas alianzas, por cierto, tan criticadas en el pasado, con adversarios de ayer que hoy son sus aliados.
Ante el “bendito coraje” está la bendita respuesta del malestar y la soberbia interior, sentimientos que dejan ver, una vez más, la versión más terrible del inquilino de Palacio. Nada lo altera más que lo cuestionen o le señalen sus equívocos, porque eso es interponerse en el camino de sus deseos mesiánicos, que no identifican fronteras legales y carecen de voluntad para escuchar con cautela otras voces. No argumenta una sola idea, concepto o razón para desmentir la construcción de mayorías legislativas a modo; sometimiento puro para conseguir recursos públicos de donde sea. Ha quedado claro que la voz del poder se expresa para descalificar lo que no le parece y juzga necesario para conseguir sus fines, sin importar qué, cómo ni bajo qué sustento se lograrán sus objetivos.
Si alguien está empeñado en regresar al viejo régimen autoritario, soberbio y creyente de su omnipotencia, peor que en la década de los setentas, es el inquilino de Palacio Nacional. Cuando la voz unipersonal prevalece, estamos ante un acto egocéntrico y autoritario, que impone y atropella derechos, como si se tratara de menores de edad que necesitan orientación, mascotas que esperan el alimento o la simple interpretación de que esos que critican, demandan o señalan, son contrarios a la voluntad del pueblo.
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