Las generaciones de antaño no tienen exclusividad en la autoridad moral para decidir quién va y quién no a la contienda.
Decía Carlos Castillo Peraza que “la democracia no es el peligro. La democracia es la oportunidad” y con tristeza vemos cómo el PAN la vio como un peligro y dejó atrás las prácticas democráticas que por mucho tiempo le dieron vida y esencia, a tal punto que ya no es un instrumento al servicio de la sociedad. Cerró el padrón de militantes y las puertas a las y los ciudadanos, convirtió en regla las designaciones y reservó las aspiraciones políticas solo para un pequeño grupo de poder.
Por esto es desafiante el reto para quienes aspiramos a dirigir el destino de Acción Nacional para el periodo 2021-2024, no sólo por lo que representa volver a ser la alternativa ciudadana que el México actual necesita y frenar los abusos del presidente en turno, sino porque para ello primero debemos reconciliarnos entre nosotros, propiciar una discusión honesta, un diálogo tolerante y respetuoso sobre los problemas que enfrentamos al interior; abrir oportunidades a nuevas caras y, sobre todo, recuperar el amor, el orgullo y la lealtad a la institución en la búsqueda del bien común y no en el bien personal para servirse del partido.
Muchos panistas de reconocida trayectoria, dedicados a analizar, entender la política, describir la historia y a explicar muchos de los conceptos ideológicos partidistas, critican y minimizan algunos de los perfiles de quienes hemos levantado la mano. Nos ven indignos de ser como Gómez Morín, o el mismo Castillo Peraza, o Maquío. Hay que dejar claro que ni México es el mismo de 1939, ni de los años 50, tampoco es lo que fue en sus inicios ni como oposición ni tampoco cuando fue gobierno.
No tengo duda que después de su fundación, los que aspiraron a dirigir a Acción Nacional, así como quienes hoy queremos hacerlo, caminaron el sendero sobre las huellas imborrables de fundadores, pensadores y activistas que dieron cátedra del deber ciudadano. Cada quien, en su tiempo y espacio, presentará su propuesta para abonar al bien superior de nuestro país, según sus capacidades individuales y la visión de partido que se tenga de cara a los próximos años.
Hoy, lo menos que se necesita es tener una lucha entre quienes se quedan en el pasado y los que han tomado a la ligera nuestras raíces doctrinarias, cuyo único interés es la obtención de triunfos a cambio de beneficios de grupo.
Tenemos que salir de estos extremos y de las resistencias de algunos para abrir la posibilidad a nuevos cuadros, por sentirse únicos herederos de la doctrina o dueños del partido, pues prefieren que nadie entre y si entran, no importa qué pensamiento ni ideología prevalezca, si ya la doctrina nadie la conoce. Mantenernos en este círculo vicioso nos va a costar mucho.
Dicho sea de paso, las generaciones de antaño no tienen exclusividad en la autoridad moral para decidir quién va y quién no a la contienda. La autoridad moral también se gana con la responsabilidad, el compromiso y el coraje con el que muchas y muchos hemos trabajado y defendido al partido a lo largo de nuestro trabajo político, en absoluta congruencia de vida con su doctrina y sus principios, y con el rechazo implacable a prácticas corruptibles que desafortunadamente se filtraron en la vida partidista interna.
El asunto hoy no es una lucha entre grupos que quieren dirigir al partido para ocupar espacios, sino del tipo de partido que hoy se necesita ante el desafío presidencial de violar a conveniencia el orden legal e institucional de México que afecta las libertades y los derechos de los habitantes. De ahí que sea fundamental ubicar cuál es el perfil de las y los contendientes.
En legítimo derecho, no es malo. Es válido y respetable presentar nuestras aspiraciones políticas; nuestras historias de vida y el camino andado darán cuenta de nuestras capacidades y credenciales. Todas y todos podemos participar por la garantía que nos da el ser militantes. Toca a la militancia definir con libertad, responsabilidad y conocimiento, lo que quiere para el partido.
Estoy convencida de la oportunidad que tiene el PAN para recuperar su democracia interna sin renunciar a lo que somos y a lo que estamos obligados a ser; para aceptar que la pluralidad enriquece y para atender el justo reclamo de quienes quieren integrarse y participar en la vida partidista.
Abramos las puertas y seamos capaces de dar respuesta a sectores olvidados, como las mujeres y los jóvenes. Atrevámonos a dar el necesario golpe de timón.
Te puede interesar: Moralmente inaceptable y hasta hoy impune
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com