Es triste reconocer que hoy no se ve ni se oye lo que le duele a México; solo hay lugar para el retroceso y la narrativa violenta contra el adversario.
“Dame, Señor, la fuerza de las olas del mar, que hacen de cada retroceso un nuevo punto de partida”. Gabriela Mistral
Esta semana, y en medio de la pandemia por COVID-19 que hace obligado un cambio de rumbo en todos los sentidos, oficialmente dio inicio el proceso electoral (federal y locales) más grande de la historia de México, que permitirá la renovación de la Cámara de Diputados, de 15 gobiernos estatales, además de congresos locales y ayuntamientos.
Representa la oportunidad de elegir, con responsabilidad y plena conciencia, a las y los que tomarán las decisiones públicas relacionadas con las crisis sanitarias (incluye pandemia y desabasto de medicamentos), económica (pérdida de empleos, no tener ingresos) y de inseguridad (robos, asaltos, homicidios, feminicidios).
Con el arranque de este proceso electoral 2020-2021, seguramente vendrá, por parte del habitante de Palacio Nacional y sus lacayos, una embestida mayor de desacreditación contra la oposición, pero no solo contra Acción Nacional –su enemigo identificado– sino también contra quienes no comparten su visión (llámense periodistas, especialistas, académicos, científicos, servidores públicos) y que en el pasado lo apoyaron.
Desde el primero de diciembre de 2018, el eterno candidato no ha dejado de hacer campaña no solo para sí mismo, sino para asegurar que Morena y sus aliados mantengan una mayoría que garantice la supervivencia de su autoritarismo presidencial, a costa de lo que sea, en vez de hacer política pública eficaz. Es lamentable que a lo largo de casi dos años no se hayan utilizado los instrumentos del poder público en beneficio de las y los mexicanos en su diario vivir; esto es, que tengan con qué comprar alimentos, pagar un techo para vivir, ropa, escuela, o tener trabajo digno y servicios públicos de calidad. Más aun, se han limitado las medicinas y la atención médica que se requieren.
Mientras las autoridades no entiendan su responsabilidad, seguiremos con desgastante diálogo que sólo da paso a trámites administrativos y en poco o nada resuelven los problemas. Por ejemplo, ¿por qué las madres y los padres de niñas y niños con cáncer tienen que aceptar una mesa de diálogo para firmar un acuerdo en el que el gobierno se compromete a dar seguimiento al desabasto de medicamentos, cuando es su obligación proveerlos? ¿No sería más fácil comprar los reactivos químicos para administrar los tratamientos oncológicos que se necesitan?
Es triste reconocer que hoy no se ve ni se oye lo que le duele a México; solo hay lugar para el retroceso y la narrativa violenta contra el adversario, pero complaciente con los actos y corruptelas propios, con las acciones que evaden una realidad y festinan supuestos logros gubernamentales. Lo importante es dividir, polarizar, confrontar los ánimos para capitalizarlos electoralmente, sin importar la descomposición social que conlleva y que tardará años en cicatrizar.
Al margen de las razones electorales del gobierno, es momento de hacer una pausa para preguntarnos qué queremos y hacia dónde vamos. Los procesos electorales son importantes porque, con el voto, tenemos la capacidad para decidir nuestro futuro, que impactará a las siguientes generaciones; es ocasión para valorar la situación social, tomar conciencia sobre las condiciones actuales de nuestra comunidad, nuestro municipio o nuestra entidad federativa que, por desgracia, han traído dolor y muerte para tantas familias mexicanas.
Han bastado 21 meses para ver que Morena no sabe gobernar y que tenemos un presidente que movido por el rencor; ha dejado un saldo rojo en economía, en salud y seguridad pública. Al votar, las y los ciudadanos pueden evitar que se continúe con la destrucción de las instituciones, de la Constitución y de las leyes que de ella emanan. Es urgente un llamado a la reconciliación de las y los que queremos a este país y anhelamos la fraternidad entre iguales.
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