Con cualquiera de estos tres personajes (Ebrard, Sheinbaum, Augusto), por más que se niegue, México seguiría el mismo camino que con Andrés Manuel López Obrador: un gobierno de odio, de mentiras y de ineficiencia.
Muchos son los temas de conversación que inundan la opinión pública en este gobierno: que si la inseguridad nos mata; que si las Fuerzas Armadas están en todo el país; que si el desempleo está creciendo; que si la salud está en riesgo; que si el dinero no alcanza; que sí la política pública está fallida; que si el gobierno es corrupto. Llevamos cuatro años discutiendo estos mismos problemas dentro de un gobierno polarizador, que además no escucha, Y no es que antes estuviéramos en Disneylandia, pero fuimos incapaces de defender lo que hicimos bien y que dio resultados, o incluso de ofrecer disculpas por lo que fallamos.
Si una buena parte de electores votó en el 2018 contra lo que había, es porque predominó la esperanza del cambio; pensaron que las promesas de campaña cambiarían, en automático y desde el primer día del nuevo gobierno, los graves problemas que tenemos. Cito a Luis Carlos Ugalde: “Fue excesivo exaltar el periodo de transición con Vicente Fox, como esperar que la llegada de la 4T cambiara de un plumazo todo aquello que estaba mal”. Los graves problemas que enfrentamos como país, no se pueden resolver de la noche a la mañana ni por arte de magia, se necesita además de voluntad, eficiencia y compromiso, que es de lo que más carece este gobierno.
Pero hay un asunto que agrava las cosas y es que el presidente decidió, por convicción, NO GOBERNAR PARA TODOS. “Primero los pobres” dijo, pero no los ayuda, los usa, las cifras no mienten. En el nombre de los más desprotegidos justifica su corrupción, la de su gobierno y sus familiares. En el nombre de los pobres destruye a México y como no sabe construir para dar respuestas a la población, manipula para desviar la atención. ¡Y qué mejor que adelantar la sucesión presidencial!
Debiera indignarnos a todos, incluidos los aspirantes de Morena, el que los bautizara como “corcholatas”, porque además de ser humillante para cualquier persona que se respete a sí mismo, refleja la forma en la que concibe la sucesión de su partido, como el destape del patriarca, porque lo que menos le importa es el bienestar de las y los mexicanos.
Comprendo -y no comparto- que para Marcelo Ebrard y Claudia Sheinbaum sea un orgullo repetirse que son las “corcholatas” del presidente, si no fueron capaces de mostrar empatía con los muertos de la Línea 12 del Metro, y aceptar su responsabilidad en esta tragedia que pudo evitarse, pero que solo mostró la indolencia, la corrupción y la ineficacia de quienes se dicen nuevos, pero han gobernado la Ciudad de México durante muchos años, así sea con siglas distintas.
Tampoco me extraña que Adán Augusto predique que “los tiempos del señor son perfectos” si cada momento responde a las instrucciones de su “señor”, demostrando su fallida gestión al frente de la Secretaría de Gobernación, sin política migratoria, con brotes de violencia en todo el país, con la constante violación a la ley que se le permite a delincuentes, con la falta de coordinación entre los tres órdenes de gobierno. Lo único que le importa es presumir en su currícula su cargo de secretario de Gobernación.
Con cualquiera de estos tres personajes, por más que se niegue, México seguiría el mismo camino que con Andrés Manuel López Obrador: un gobierno de odio, de mentiras y de ineficiencia.
Pero ante este trágico panorama, no comprendo por qué en la oposición llevamos tanto tiempo temiéndole a la democracia; por qué nos negamos a entender que la única forma de dirimir diferencias internas que impactan en lo público, es la democracia. Los aspirantes de la oposición -cualquiera que tenga la intención- no deberían estar en el mismo juego de “las corcholatas” del presidente, esperando la foto con los dirigentes de los partidos que impulsan una coalición electoral y que les levanten la mano anticipadamente, y entonces que por un milagro o por encuestas -muchas de ellas estrategia de posicionamiento más que de intención de voto- sean los elegidos desde la cúpula para representarnos. ¿No deberían estar ya recorriendo el país en el marco de la ley?, lo pueden hacer en la legalidad, si hay forma.
Si queremos combatir un populista debemos apostarle a la democracia. Los demócratas no le temen al análisis, al conocimiento, al debate, a la información. Los demócratas no excluyen a quienes piensan distinto ni descalifican los datos que nos muestran la realidad. Es cierto, la democracia no es perfecta y no hay verdades absolutas, pero es la vía para tener un mejor país.
Un gran número de personas a quienes he tenido la oportunidad de escuchar en diversos foros, ha planteado que “no importa con quién vayamos en el 2024, lo importante es sacar a Morena de Palacio Nacional”. Sin embargo, ya vimos que elegir al popular tiene graves consecuencias. Más bien los partidos deberían estar fortaleciendo sus ejércitos internos, aprovechando las fortalezas de sus simpatizantes y militantes, corrigiendo errores u omisiones, indicando el rumbo y apostándole a ganar. Me niego a creer que sea la inmediatez la que predomine y nos condene a otros seis años de desgracias para México.
Si queremos ganar el 2024, la decisión de quien nos representará en la oposición no puede darse desde las élites. Además de legal, tendrá que legitimarse con el mayor número de las voces, tanto de las militancias como de los ciudadanos que creen en el porvenir posible. Estamos todavía a tiempo.
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