La 4T es un barco que en medio de la tormenta hace agua por todos lados, pero el capitán se niega a ver el desastre.
Este gobierno está entrenado en una espiral de desesperación. Se ha vuelto especialista en abrir un hoyo para tapar otro, crear problemas donde no los había para después pedirnos que les agradezcamos –en el mejor de los casos– por dejar las cosas como estaban. Pero su principal especialidad ha sido –no la construcción, no la transformación– sino la destrucción.
En 2 años han desmantelado políticas públicas como las estancias infantiles o el Seguro Popular sin ofrecer algo mejor en su lugar. Han desmantelado instituciones como los órganos autónomos o los órganos reguladores, los ejemplos más claros han sido el nombramiento de una incondicional como titular de la CNDH (que ha permanecido callada ante gravísimas violaciones a derechos humanos como el artero asesinato a manos de integrantes de la Guardia Nacional de campesinos en Chihuahua que se oponían a que se les despojara del agua de sus presas); o lo que ocurre con la Comisión Reguladora de Energía que la plagaron de perfiles sin conocimiento en el sector con la sola encomienda de bloquear la reforma energética y poner obstáculos a las empresas generadoras de energías renovables.
Ni qué decir de la desaparición de 109 fideicomisos que dejó o dejará en los próximos meses sin recursos a fondos tan importantes como el de atención a desastres naturales, los de ciencia y tecnología, los que permitían financiar al cine (que tantos éxitos ha logrado en los últimos años) o el fondo para deportistas.
Pero lo que estamos viendo en las últimas semanas ya no es una anécdota, ya no es motivo de preocupación para un sector específico, sino que estamos viendo actos desesperados para reformar leyes que nos impactarán a todos. Ejemplo de ello es la reforma para prohibir el outsourcing o subcontratación que podría de un plumazo dejar en el desempleo a 4.1 millones de mexicanos (20% de los empleos formales a nivel nacional) en un momento tan delicado; la reforma para crear una nueva Ley de la Fiscalía General de la República que tira a la basura todos los avances logrados para tener un fiscal independiente, lo que quieren es que volvamos a un Fiscal Carnal pero en condiciones parecidas a las que vimos en las épocas más autoritarias, sin necesidad de que rinda cuentas porque desaparecerían los mecanismos ciudadanos de control. También está la reforma a la Ley del Banco de México para permitirle adquirir divisas que podrían provenir del crimen organizado, o de mecanismos de lavado de dinero, lo que tendría graves consecuencias internacionales al dañar irreparablemente la confianza que ha costado décadas construir en esa institución. La reforma en materia de Seguridad Nacional que complicaría la cooperación con EEUU para realizar investigaciones por agentes extranjeros, que parece hecha para beneficiar al crimen organizado. La reforma al Poder Judicial que concentra facultades en el presidente de la Suprema Corte y que lo hace todavía más poderoso y con mayores márgenes de opacidad y discrecionalidad. No hay elementos rescatables en ninguna reforma propuesta.
¿Pero por qué tantos cambios de último minuto y con tanta prisa por aprobarlos? La desesperación que tiene este gobierno es porque saben que tienen el tiempo contado, su agenda debe salir antes de que se contamine el Congreso por el inicio de la fase crítica del proceso electoral, pero no sólo eso, lo que está detrás es el temor fundado del presidente porque sabe que en la elección en 2021 podría perder la mayoría en la Cámara de Diputados lo que cerraría toda posibilidad a que se sigan aprobando sus ocurrencias.
El presidente perdió el control, la muestra más clara es que ante la pésima gestión de la pandemia, sus esperanzas están puestas no en revertir sus errores, sino en una vacuna que no se sabe cómo van a distribuir por más supuestos planes que presenten, y esto se agrava porque creen que el gobierno podrá solo. Prefieren que muera más gente antes que ceder su “poder” a los estados o a empresas que pudieran ayudar. En materia económica, quebraron 1 millón de empresas, de 4.9 millones de micro, pequeñas y medianas empresas que había en el país hoy sobreviven 3.85 millones, y 700 mil más están en riesgo en los próximos 3 meses, pese a ello sigue sin haber un plan de rescate económico. De los 2 millones de nuevos empleos que iba a crear en 9 meses, sólo se han podido recuperar 400 mil y el plazo vence en enero.
La catástrofe externa que exhibe la 4T y que es visible para todos, también la ha resquebrajado por dentro. Olvidémonos de Pio o Felipa Obrador que echaron por tierra el supuesto combate a la corrupción, la salida de Alfonso Romo es muestra de la más grave crisis que se vive al interior; antes de dejar el gabinete, mencionó refiriéndose a la gestión económica: “No podemos manejar un país que está decreciendo a 9%, como si estuviéramos creciendo al 9%”, dejó materialmente sin interlocutores a AMLO con los empresarios y refleja que las voces moderadas y racionales no tienen cabida. Solo le sirven al presidente los que le rinden “obediencia ciega”. La 4T es un barco que en medio de la tormenta hace agua por todos lados pero el capitán se niega a ver el desastre. No hay decisiones pensadas, no hay reflexión, no hay autocrítica. Hay ceguera, hay radicalismo, hay desesperación. No importa la salud, ni la economía, importa mantener el poder e imponer el dogma.
Te puede interesar: El PAN: entre la paradoja y el precipicio
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com