Y es que en un sistema estatista siempre será más fácil controlar a las grandes empresas que a millones de empresas pequeñas.
Desde que inició la pandemia que padecemos, se empezó a hablar de los efectos económicos de esta situación. Se empezó a hablar de las empresas en general y algunos hablaron de las PYMES o de las MIPYMES como las organizaciones más débiles. Tristemente, se habló poco y se hizo aún menos. Por principio, no se tiene en general una idea clara de la estructura de la economía. En este país hay aproximadamente 4,800,000 empresas, pero esto depende de las suposiciones sobre las empresas informales. Pudiera haber muchas más. Por otro lado, en el país hay 10,000 empresas grandes. O sea que el 99.8% de las empresas son micro, pequeñas y medianas empresas y emplean al 70% de la población económicamente activa. Son la mayoría.
Tradicionalmente la izquierda ha despreciado e incluso ha tratado de acabar con las pequeñas empresas. Desde Marx hasta la fecha, la izquierda ha tratado de eliminar al pequeño propietario, al que llama “el pequeño burgués” y lo acusa, como dicen algunos de la 4T, de ser unos ingratos que se olvidan de que fueron pobres.
Y no es diferente en los sistemas de izquierda democrática, como por ejemplo los países escandinavos, qué tienen grandes monopolios, empresas transnacionales, y grandes cooperativas, pero donde no se promueve a los pequeños negocios. Y es que en un sistema estatista siempre será más fácil controlar a las grandes empresas que a millones de empresas pequeñas. Un tema poco tratado es que en los países con economía de mercado siempre hay muchas empresas pequeñas. Un ejemplo: en la época del imperio soviético, entre los grandes productores de muebles, mientras que en la antigua Yugoslavia, con fuerte intervención estatal, no llegaban a 1,000 empresas muebleras, en EE. UU. habían 10,000 y en México 4,000. Uno de los grandes exportadores de muebles de madera, Italia, tenía 24,000 pequeñas empresas muebleras.
Este aspecto ha sido reconocido por algunos pensadores nacionales. Hace algunos años, el doctor Pablo González Casanova, hombre de izquierda, exrector de la UNAM, formó como parte de sus investigaciones a un Centro de Estudios para la Democracia qué, entre otros temas, se ocupó de definir políticas para impulsar a las pequeñas empresas. En el pensamiento del doctor González Casanova, tener pequeñas empresas sólidas y prósperas es una condición para que haya democracia en el país. Un concepto que yo acepto plenamente. Un concepto que no aceptan los que buscan la intervención abusiva del Estado en la economía.
Ahora, tras ocho meses de confinamiento, es claro que el Gobierno poco ha hecho por apoyar a las pequeñas empresas. Sus escuálidos apoyos han sido difíciles de tramitar, con lo cual han sido poco usados. Ni siquiera se sabe bien qué tanto han influido en las pequeñas empresas. Los números no coinciden. COPARMEX cree que al final de este año habrán desaparecido 35,000 empresas. Lo cual, de ser cierto, serían pocas: menos del 1% de los negocios existentes. Otros, sin dar cuenta de sus cálculos, piensan que morirán 500,000 empresas.
Al final de cuentas, lo importante es que la sociedad necesita de esas pequeñas empresas. No podemos esperar que el Gobierno mexicano pueda apoyar a nuestras empresas pequeñas como lo han hecho otras naciones. No pueden: sus ingresos apenas alcanzan para las obras favoritas de esta administración.
¿Qué nos queda? En la medida de lo posible ayudar a las pequeñas empresas, tratando de apoyarlas con nuestra capacidad de compra. Le pregunto: ¿Qué parte de sus compras se hacen a pequeñas empresas: productoras, comercializadoras o de servicios? Ellas no pueden obtener sus ingresos de otra manera. Algunas empresas mayores las han apoyado, pero no basta. Y las pequeñas empresas no pueden esperar. Si se quedan quietas, sus días están contados y mientras más pronto se den cuenta de que en esta administración no pueden esperar mucho, más pronto reaccionaran. La palabra clave, ante esta situación, es “agilidad”. Un concepto que está en el ADN de las empresas pequeñas y que muchas empresas grandes están tratando de incorporar.
Hemos visto cómo han sido pequeños empresarios los que han aprovechado en alguna medida las necesidades del comercio electrónico. Pequeñas empresas se han dedicado a apoyar a las grandes cadenas de supermercados para hacer las entregas de los pedidos que reciben por la vía de su comercio electrónico. También se ha visto a las pequeñas tiendas, incorporar sistemas sencillos para poder servir a sus clientes en su zona de influencia, que generalmente es de unas cuantas cuadras a la redonda. Ya están algunas grandes empresas, que dependen de las pequeñas tiendas para su distribución, generando aplicaciones computacionales para facilitar a esas pequeñas empresas ampliar su capacidad y poder servir a una clientela que los requiere. Porque, si esas pequeñas tiendas desaparecen, esos grandes negocios refresqueros o vendedores de alimentos empacados se verían gravemente afectados.
Al final, el tema de la subsistencia de las pequeñas empresas debería ser una preocupación de toda la ciudadanía. Por razones financieras, por el bien de nuestra economía, pero también por razones de equidad y de justicia. No podemos permitir qué es 70% de la población qué depende de micro y pequeñas empresas se encuentre desempleada. Las consecuencias, sin duda alguna, serían desastrosas.
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