Los tórtolos atacan de nuevo

El problema viene cuando los subordinados creen que pueden hacer lo mismo que el presidente. Es el lamentable, penoso y patético caso de Irma Eréndira Sandoval.



Una de las formas de la prepotencia es la convicción de que se puede decir lo que sea y que esto debe ser aplaudido sin chistar. Sentirse gracioso es uno de los defectos de nuestros políticos. Hemos tenido algunos que son verdaderamente patéticos, personajes que dicen algo como broma o como figuración y que solamente dejan la certeza de su amargura, de que viven en otro planeta o su falta de sentido del ridículo.

Para quien gana las elecciones de manera holgada –como es el caso de AMLO–, el bono de tolerancia es muy amplio, pues se extiende incluso al equipo de trabajo por algún tiempo. Si el presidente dice alguna broma –buena o mala, normalmente mala, pues no hemos tenido presidentes con lo que se conoce como “chispa”–, los primeros en aplaudir y carcajearse suelen ser los colaboradores, y está bien, para muchos festejar al jefe es parte de lo que se espera de su puesto. El problema viene cuando los subordinados creen que pueden hacer lo mismo que el presidente. Es el lamentable, penoso y patético caso de Irma Eréndira Sandoval.

Hace unos meses, comenzado el encierro, el presidente dijo una de sus ya conocidas declaraciones disparatadas que la pandemia venía como “anillo al dedo” a su gobierno. Frase desafortunada por donde se le vea, pero se entiende que estábamos en los comienzos y nadie tenía cabal idea de lo que estaba por venir, cuánto tiempo iba a durar y cuántas vidas habría de costar. El presidente no la ha repetido, sabe que decir eso es una barbaridad.

Sin embargo, la secretaria de la Función Pública no lo considera así. Considera que imitar al presidente, copiarle las palabras tal cual, le confiere la misma autoridad que tiene el triunfador de las elecciones. Se equivoca, ella no ganó nada. Está en ese puesto porque es parte del equipo; nadie votó para que ella estuviera en ese puesto. Sus dichos no solamente son una desfachatez, sino que son parte de su perfil público: una mezcla sorprendente de ignorancia, ineptitud y prepotencia. A principios de esta semana, la señora Sandoval repitió que el COVID-19 le cayó al gobierno “como anillo al dedo” y lo dijo en la semana en que los muertos por esa enfermedad llegaran a los cien mil. No hay explicación que quepa. Su afirmación es una grosería para los muertos, un insulto a los familiares de los muertos y una majadería para el personal médico que se parte la vida atendiendo a los infectados con los escasos recursos materiales y humanos que les brinda el gobierno que representa la señora Sandoval. Ojalá se disculpe en algún momento, es lo único digno que puede hacer, y como se trata de algo digno, dudo mucho que lo haga.

En este concurso del cinismo y la patanería de la 4T destaca el esposo de la señora Sandoval, John Ackerman. Este bufón es una caja de pleitos al tiempo que un acelerador de la degradación de las huestes lopezobradoristas. No hay semana que no protagonice algún escándalo, ya sea agrediendo a los compañeros de causa, compañeros de trabajo, medios de comunicación o adversarios políticos. Nada deja pasar el “gringo locou”. Algo le debe el presidente López Obrador a Ackerman que le permite hacer desmanes como si se tratara de un niñote caprichudo que cree que todo lo que quiere se le debe conceder, trátese de la presidencia de Morena, los programas en la televisión pública o los consejeros en el INE.

Irma y John pasan por las redes dando muestras de su arrojo y frenesí, cuales tórtolos incontrolables. En vía de mientras degradan la vida pública y proyectan una de las imágenes más ramplonas de gobierno en las últimas décadas. Pero no les importa, el presidente paga los platos que rompan.

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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