Deseo con la más profunda esperanza que esos que son carne de nuestra carne busquen la felicidad con la fuerza de una lanza que no se doble a la primera embestida.
Porque el amor es misericordioso, hemos pasado más de un cuarto de siglo tratando de redescubrir las palabras que definan con exactitud lo que es realmente el matrimonio.
Porque el amor es compartido, hemos dejado en el intento errores, concepciones equívocas, vicios que desde niños se pegaron a nosotros como si fueran una segunda piel y sueños que no soñaban la realidad.
Porque el amor olvida las ofensas y perdona, hemos podido nacer a la vida día tras día y encontramos la capacidad de enterrar por la noche, como si fuera la inhumación necesaria de nuestro propio cuerpo para volar a la luz, palabras necias, actitudes prepotentes, envidias, discrepancias, críticas sarcásticas y preferencias irracionales que pudieron volverse una metástasis que minara desde las entrañas el cascarón que nos cobija el espíritu.
Porque el amor no busca su propio interés, cinco vidas laten hoy bajo su propio ritmo y aprendieron lenta, minuciosamente a caminar con firmeza y convicciones por las veredas de un mundo materialista e inhumano que no deja tiempo al oído para escuchar las sinfonías internas.
Porque el amor no quiere aparentar ni se hace el importante, hemos sido tú y yo con nuestros errores y aciertos, sin maquillajes, y hemos abierto la posibilidad del psicoanálisis, en cuyo diván se cuentan las vivencias que son ciertas y se lloran las ficticias, sin que disminuya el valor real de nuestra individualidad, ni se dicten sentencias absolutas.
Porque el amor todo lo cree, todo lo espera y todo soporta, hemos sudado sangre y dolor en las mismas caminatas y le hemos puesto muletas a la fortaleza para que siga caminando a pesar de los golpes. Por eso, y sólo por eso, hemos pasado juntos una y otra vez las cuentas diminutas del rosario, para implorar misericordia al cielo.
Porque el amor no tiene envidia, nos hemos convertido en acicate mutuo para doblegar los defectos y duplicar las virtudes; para sobrevolar la miseria de la individualidad egoísta y mirar hacia arriba, mucho más allá de la luna que, como cuna de recién nacido, llena un poquito de consuelo las expectativas de eternidad.
Porque somos tú y yo, y quedaremos tú y yo, y porque el amor es mucho más que bronce que resuena y campana que tañe, hemos corroborado en la madurez de la vida que aquella decisión juvenil e inexperta de permanecer juntos, aunque soñadora no fue azarosa, y empezamos a inventar una vejez inteligente y original, retrato de la muerte que queremos elegir y de la eternidad que confiamos en encontrar.
Porque hemos sido capaces de estremecernos con las definiciones de san Pablo sobre el amor que nos leyeron el día de nuestro encuentro definitivo, deseo con la más profunda esperanza que esos que son carne de nuestra carne busquen la felicidad con la fuerza de una lanza que no se doble a la primera embestida y que logremos ser los abuelos que se recuerdan como viento suave que acaricia el alma.
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