Biden logró más votos que Clinton y más que el propio Trump, porque este 2020 votó mucha más gente que cuatro años antes.
El triunfo de Joseph Biden en las elecciones de Estados Unidos provocó, como es lógico, diversas reacciones tanto entre los electores como en su adversario populista derrotado y, por supuesto, también en los altos círculos de varios gobiernos, el mexicano entre ellos.
Lejos de las actitudes entreguistas de los mandatarios de otros países, el mexicano, cuya amistad con Donald Trump es asunto público, y también lo es su coincidencia en propuestas poco eficaces pero muy efectivas, dio un paso al costado para “esperar el resultado oficial” antes de felicitar a Biden.
Para sus apologetas, el inquilino del “austero” Palacio Nacional se reserva la felicitación por prudencia y dignidad. La realidad, la testaruda realidad, es que no le gustó nada el resultado. Quizá recordó que, en circunstancias similares, él, como Trump, exigió un conteo voto por voto. Quizá Trump, como él, ha pensado en bloquear no Reforma sino Times Square con tiendas de campaña.
Ahora bien, es posible –aunque poco probable– que el resultado de la elección estadunidense sea revertido por el Poder Judicial de los Estados Unidos. También es posible –y muy probable– que no sea así. Pero al margen de lo que ocurra en ese punto, hay lecciones que aprender del proceso electoral en el país más poderoso del mundo occidental.
Para tomar una de ellas, vale la pena comparar la elección de 2016 con la del pasado martes 3. En su primera postulación a la presidencia, Trump obtuvo menos votos personales que Hillary Clinton, pero más votos electorales. Y ganó.
El 3 de noviembre pasado, Donald Trump obtuvo más votos personales que en su primera postulación. Pero Biden logró más que Clinton y más que el propio Trump, porque este 2020 votó mucha más gente que cuatro años antes.
Como perdió, Trump alegó fraude de inmediato, lo que recuerda a alguien muy cercano a nosotros. No se dará por vencido y sus apoyadores incondicionales no cederán, intentarán todo para mantenerlo en el poder. La lección es sencilla: el predominio de las decisiones populistas es desplazable si los escépticos, los apáticos, los decepcionados y los indecisos se convencen de que ir a las urnas es un derecho, sí, pero es mucho más una obligación.
Cambiar el estado de cosas es posible, pero no si se espera que cambien solas o que otros las cambien. Esa es la lección: si no estás de acuerdo con lo que está pasando en México, con las decisiones y las políticas de gobierno actuales, ya sabes lo que hay que hacer. No es complicado, solo sal y ejerce tu derecho al cumplir tu obligación.
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