Es hacer cuadrado al mundo mientras escuchas el Concierto Número Uno de Tchaikovski; es abrir la ventana y gritar en una noche oscura.
Efectivamente hay locura en el mundo.
Aquello que defendieron nuestros ancestros como valores por encima de todo, hoy es relativo para una mayoría. Tu verdad no es la misma que la mía.
Y yo, que tanto he defendido la locura, me reclamo.
Así, me digno, no hay entendimiento posible.
No te confundas, me amonesto.
Hay de locuras a locuras.
No quieras hacer sinónimos locura y relativismo.
Locura es la intimidad que recrea la Luna de Cyrano. La mente dispersa que recita los versos de Juan Ramón Jiménez, a solas. Es también, compartir en lo profundo una mirada sin que medien palabras; es saber que están contigo en una solidaridad intangible, pero real.
Es la soledad creativa. Es sentarse en un sillón para inventar el mundo, para hacer que sea como quisieras, sin quitar las plantas de la tierra que es realidad inconmutable. Es hacer cuadrado al mundo mientras escuchas el Concierto Número Uno de Tchaikovski; es abrir la ventana y gritar en una noche oscura.
¿Quién de los genios no ha estado invadido de esa locura que inventa, que trastoca, que rezuma lo distinto, lo nuevo, lo mejor y lo insólito?
¿No fue locura el amor de Juan Ramón Jiménez por Zenaida?
¿Y las descripciones castellanas de Azorín? ¿Y las descabelladas ideas espirituales del eternamente enamorado Vasconcelos?
Entonces, moderna Dulcinea, sigue siendo etérea; llénate de locura y de soledad cuando el mundo te muestre su miseria.
Vuelve al mundo cuadrado y a la verdad, que es una sola.
Inventa eso que, de tanto pensarse, puede ser posible. Recuerda que el amor, de puro creerse, se hizo verdad.
Alonso Quijano, al final, perdió el juicio para ganar, en Don Quijote, un juicio glorificado.
Entonces, hay que seguir soñando.
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