Proyectar dominio de la herramienta es tan útil para la vida cotidiana, como necesario en un mundo más digital y más competido.
Es algo que pocos se atreven a decir así de explícito, pero eso no elimina que muchos lo piensen.
“Ya no es chistoso que a estas alturas a alguien del equipo se le compliquen las funciones más básicas de Zoom”, le escuché decir la semana pasada a un director frente a colaboradores de por lo menos dos generaciones distintas. Minutos antes, en su deseo de habilitar a un tercero para compartir pantalla, uno de ellos había cerrado involuntariamente la junta.
Y es que en ese grupo todavía hay quienes no se han tomado el tiempo para dar de alta su perfil en esa plataforma o para actualizarlo con una lógica de negocios (foto incluida). Ingresan a una junta sin su nombre completo o sin concientizar si tienen cámaras o micrófonos abiertos o cerrados ‘por default’. Fuera de a quienes ven en pantalla, les resulta imposible distinguir quién está participando en la sesión. Y así, ‘n’ cosas más.
Después de varios meses de un uso mega intensivo de esta y otras herramientas de videoconferencias, ¿cómo distinguir entre actos accidentales casuísticos y limitaciones profesionales estructurales en colaboradores, proveedores y parientes? Aquí tres consideraciones para la reflexión:
1) Ya no es pretexto que la tecnología nos haya sorprendido.- Una cosa es que hayan conocido Zoom (o similar) hace unos meses y otra es que sigan permitiendo que la tecnología los atropelle.
Ni la herramienta es altamente sofisticada, ni se va a dejar de usar con intensidad en el futuro. Hoy maximizar la comprensión de las ‘n’ funciones y las limitaciones de Zoom (o similar) se ha convertido en un requerimiento profesional básico.
2) El sistema se debe estudiar a fondo.- Revisar tutoriales, ingresar a sesiones explicativas en línea, controlar lo que proyecta tu perfil y distinguir las variaciones de funcionalidad según el dispositivo que uses, son acciones intrínsecas al desempeño profesional actual.
Y sí, ya no es correcto que no sepas compartir pantalla con pericia y conciencia de lo que proyectas; que ignores como programar una reunión (con envío de invite incluido); que desconozcas cómo enviar mensajes privados por chat; o que seas incapaz de ingresar a una conversación con el ID de la reunión si la liga que te compartieron “no abre”. Proyectar dominio de la herramienta es tan útil para la vida cotidiana, como necesario en un mundo más digital y más competido.
3) Las videoconferencias tienen sus formas y protocolos.- La impuntualidad, el desorden procesal, la mirada perdida en pantalla (o en otro dispositivo), la notoria desconcentración, las interrupciones continuas y la falta de pericia en las funcionalidades avanzadas de la plataforma desfavorecen el propósito mismo de cada junta e inciden en tu proyección profesional. La gente, además, puede observar tus espacios privados.
Al igual que en el mundo de la interacción en presencial, la conducta y dominio que muestras en cada reunión es observada, criticada y en ocasiones registrada; tengas la edad, función o puesto que tengas.
Las videoconferencias gozan de un nivel de adopción intergeneracional tan acelerado y profundo que permanecerá como una herramienta de uso cotidiano aun cuando el mundo regularice oficinas, juntas presenciales y viajes.
Ya no importa cuando hayas descubierto Zoom, qué tipo de servicio tengas o cuál sea tu dispositivo de uso preferente. En el mundo que está tomando forma, si todavía se te sigue complicando el desempeño óptimo y profesional de esa plataforma (o similar), lo que empiezas a proyectar es una acentuada incapacidad para asimilar una nueva realidad tecnológica. Y sí, más temprano que tarde, tu empresa ponderará si esa es una razón suficiente para despedirte.
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