No pueden organizar ni una rifa, no pueden ni juntar las firmas, pero no importa.
El presidente López Obrador, siempre a la vanguardia, siempre innovando con ese imbatible ánimo transformador que le distingue, decidió hacer algunas adiciones al grito de independencia y salió con: “¡Viva el amor al prójimo!” Muy bien, muy bonito. El problema es que no sabemos quién es y qué representa el prójimo para él.
El presidente es el gran odiador de la nación. De su pecho, que no es bodega, salen todos los días insultos, agresiones y humillaciones para quienes, uno supondría, que son su prójimo. Nada lo detiene. Su verborrea incluye insultos a diestra y siniestra, no hay freno alguno en el esparcimiento de veneno. Un periódico le parece inmundo pasquín, no cesa de tachar de vendidos, de cómplices del delito a quienes no piensan como él; fustiga a sus adversarios, los persigue, los ridiculiza, los amenaza y hasta les congela las cuentas bancarias. No parece muy comprometido con el prójimo.
Quizá uno hubiera entendido si el presidente hubiese gritado ¡Viva el amor al próximo! Porque, en efecto, estar en la cercanía de López Obrador garantiza impunidad como hemos visto en el caso de Bartlett. Porque los próximos lo idolatran a cambio de que la amenaza no llegue a ellos, saben que la palabra del presidente es el arma destructora. Por la boca del presidente sale la injuria contra el prójimo; el prójimo es su ocupación diaria, al prójimo le dedica tiempo y todos sus sentimientos porque en su pecho, que no es bodega, habita el odio.
El presidente detesta al prójimo y se acurruca en el próximo que le tiene adoración, porque admitámoslo: el presidente tiene adversarios, pero también adoradores que aplauden sus dardos que van directo a la reputación de sus odiados prójimos. Porque en ese amor al prójimo que profesa se encuentra el demoler el prestigio, el hacer de la vida personal una carga. Sabe que el castigo es social, que estigmatizar al prójimo tiene consecuencias demoledoras, porque sus seguidores convierten la puya en adjetivos y les incendian sus redes, multiplican los insultos, y expresan su júbilo ante los ataques.
No pueden organizar ni una rifa, no pueden ni juntar las firmas, pero no importa. Lo que realmente les atrae es la sangre del prójimo, su desprestigio. En explicación risible sobre su grito, el presidente dijo que el amor al prójimo incluso era anterior al cristianismo y que estaba en los orígenes del humanismo. A saber qué quiso decir con eso. Lo que es claro es el contrasentido de sus palabras como presidente. No puede hablar de amor al prójimo quien ha hecho del hostigamiento y la humillación actividades cotidianas de la presidencia.
Por lo pronto sabemos que el amor que practica el presidente al prójimo le sale muy caro y que uno tiene que ser su próximo y no su prójimo para evitar las flechas de sus calumnias.
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