El daño que ha hecho la corrección política es incalculable. Es una dictadura de la corrección.
La semana pasada se dio a conocer una carta firmada por 150 académicos e intelectuales, publicada en la revista Harper´s, en la que llaman la atención sobre la cancelación del diálogo, la imposición de lo políticamente correcto, la reducción absurda de las ideas y “la tendencia a disolver cuestiones políticas complejas en una ceguera moral enceguecedora”. Si bien se refieren a Estados Unidos –que es donde se publica la revista– incluye firmas de escritores y académicos de otros países.
El daño que ha hecho la corrección política es ciertamente incalculable. En nuestro país también ha llegado esa dictadura de la corrección. Si se tiene más de cuarenta años y no se es campesino, muy probablemente uno sea condenado por privilegiado, por clasista, racista y por ser blanco. Esa condena es hecha por otros tipos blancos, clasistas y privilegiados, pero que rondan la treintena. Porque entre todas las batallas que se dan es innegable que hay una de generaciones. Por ejemplo, hay una generación que comienza a hacer política en el ámbito de la opinión y lo hace con medios distintos a los tradicionales, no requiere de ellos, no le parecen necesarios tal o cual periódico, ni siquiera salir en la tele; hay otra generación que se resiste a salir del escenario, pero que se sienten expulsados del paraíso: si antes eran leídos y consultados por los que querían entender y normar un criterio, si eran consultados por los poderosos, ahora son irrelevantes aunque sigan publicando; su público es el de su generación, el que creció con esos medios. Ha quedado claro que son prescindibles ellos y sus medios y no pasa nada. Mientras antes había golpes por salir en la televisión, ahora es mejor una buena foto en Instagram. Tuitean sí, pero son insultados, objeto de mofa y lamentan que Twitter no sea el Partenón en el que ellos dictaban su cátedra. Por supuesto que es muy interesante, por ejemplo, leer páginas y páginas sobre Morena y sus complejidades. Pero con ver los tuits de la diputada Ney Salvatori y los de Epigmenio Ibarra, uno se puede dar cuenta de los niveles y los alcances de la nueva clase en el poder y no resulta necesario leer ninguna tesis o ensayo.
Sobre la carta de los académicos, el corresponsal de El Mundo en EU publicó un texto que señala puntualmente algunas cosas sobre la conocida carta (Izquierda clásica contra izquierda ofendidita: la carta que ha incendiado el mundo progresista El Mundo 08/07/20).
El corresponsal comienza poniendo un ejemplo de lo torcido de la corrección política: “En marzo, la editorial Hachette no se atrevió a publicar las memorias de Woody Allen, Apropos of Nothing (A propósito de nada, en su edición en castellano), por las protestas, entre otros, de sus empleados en Nueva York. Se trata de la misma Hachette que tiene tranquilamente en su catálogo Distribuidor de Muerte, las memorias de Rudolf Höss, el comandante en jefe del campo de exterminio nazi de Auchswitz: 407 páginas en las que, según se explica en Amazon, el autor ‘informa’ del descubrimiento del gas venenoso más efectivo, y de los obstáculos técnicos que a menudo le impidieron alcanzar su objetivo de matar con la mayor eficiencia posible”. Una verdadera tragedia.
En su texto, Pardo indica cómo la carta también tiene su dosis de corrección política: “En las 532 palabras del texto, ‘derecha’ sale dos veces, acompañada de los epítetos ‘demagogos’ y ‘radicales’. ‘Izquierda’, sin embargo, no aparece nunca”. Digamos que en el mundo de las etiquetas cada quien trae la suya y no quiere que le pongan otra.
Pardo comenta que “hay una fractura en el mundo de la cultura pública y del mercado de las ideas por la irrupción de las redes sociales. Y, al menos por el momento, son las redes las que están imponiéndose a los viejos modelos de transmisión de opiniones”. Y subraya que ese es el futuro, que los escritores equivocan “el campo de batalla” porque si se quiere combatir ese futuro no es a través de una carta en una revista intelectual progre estadounidense, sino en las redes sociales. Si no es así, dice Pardo, seguirá siendo más fácil conseguir las memorias de Rudolph Höss que el de Woody Allen.
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