John Ackerman e Irma Eréndira Sandoval reciben dinero público y cada día hacen lo posible por abarcar un terreno más amplio en la escena pública.
Los derroteros del amor son insospechados. La pasión encuentra caminos que la lógica rechaza, el frenesí saca fuerzas del embeleso y la muestra pública del amor inagotable de dos personas que se acercan a la cincuentena es, en sí misma, un acto revolucionario como el que más. John Ackerman y su esposa, la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, han decidido dar el ejemplo del romanticismo en los aciagos días de la 4T. Ellos saben que sólo el ejemplo vivo ayuda a transformar, son conocedores de que su natural voluptuosidad constituye un taller de historia viva para los jóvenes que luchan por un ideal; tal y como lo recomendó el presidente en su decálogo. Irma y John lo saben porque ellos son: los guerreros del amor.
Los enamorados, esos tórtolos siempre entregados a sí mismos y a su causa, sufren de la envidia de quienes tienen relaciones de pareja aburridas y estereotipadas, gente que ha sido incapaz de sentir el corazón en la mano para ofrecerlo al ser amado. Este tipo de relaciones fracasadas se dan normalmente entre los neoliberales que, como se sabe, son personas amorales, gente que no tiene siquiera una convicción que no tenga que ver con el dinero, hipócritas que, como oportunamente lo ha señalado el presidente, incluso se han divorciado, ejemplificando de esa manera una de las múltiples facetas de la degradación que abarcó los años del neoliberalismo. Encima de eso, los guerreros del amor tienen que cargar con ser el símbolo del romance y la aventura del gran cambio que vive el país y del cual ellos son actores centrales. Tan es así que los dos reciben dinero público y cada día hacen lo posible por abarcar un terreno más amplio en la escena pública. Por supuesto, la respuesta de los enemigos no se ha hecho esperar y ¿cómo atacan? No con argumentos, no con crítica constructiva. No. Lo hacen denunciando lo más preciado de los que se devoran con los ojos y a tuitazos: su nido de amor, bueno, sus nidos de amor, que dicen que son muchos pero apenas les bastan.
“Hermosa guerrera”, le rinde tributo el Romeo norteamericano, “bálsamo, medicina, inspiración”, le contesta la Julieta guerrerense. ¿Ustedes creen que estas dos pasiones toleran un solo nido? Por supuesto que no. Pocas se les hacen las casas de Bartlett para agotar su desenfreno en cada una de ellas. Pero la incomprensión conservadora no conoce del amor. La coquetería les parece mercancía, la pasión una caja de cereal, por eso ven a los guerreros como un a un par de corruptos que se hicieron de mala manera de varias propiedades que suman decenas de millones de pesos. ¿Está prohibido amarse? ¿Se ama solamente en un domicilio? Además, los guerreros no sólo se aman: también son amados. Tanto que sus padres los privilegian y les donan y regalan propiedades, dinero y quién sabe cuántas cosas más. Es conocido que los papás de los corruptos son muy lindos con sus hijos y siempre les dan cosas: cuentas de banco, pinturas, obras de arte, joyas, casas, departamentos, no importa si los papás del corrupto o la corrupta son académicos o líderes sociales, siempre tienen propiedades para dar y regalar. Qué padre, qué suertudos.
Hay algo curioso en algunos de los integrantes del gobierno de López Obrador: tienen una vocación por los bienes inmobiliarios francamente notable. Y no solamente eso, sino que es algo muy familiar, algo que comparten padres e hijos, es más allá que un negocio, es algo que resulta conmovedor pero que al parecer el grueso de la gente no entiende.
Así que quede claro: no confundir el amor con la corrupción, son dos cosas muy distintas y donde la saña y la mala fe encuentra casas, desvío de dinero y opacidad, los guerreros del amor encuentran nidos para la pasión, refugios para el frenesí. Son cosas distintas.
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