El hambre es el enemigo a vencer y si las dádivas gubernamentales les solucionan ese problema, bendita sea la mano del generoso gobierno, del color que sea.
¿Qué hacer?
En el tiempo que lleva AMLO al frente del Poder Ejecutivo federal se han dicho de él millones de cosas. Se han analizado sus palabras, sus acciones, sus decisiones, sus relaciones con su gabinete, sus relaciones con los agentes económicos y financieros del país, sus relaciones con gobernantes extranjeros y qué sé yo. Sus desplantes y mofas son el pan cotidiano de los reporteros y comentaristas políticos. Se han hecho análisis psicológicos de su conducta; evaluaciones educacionales de sus conocimientos académicos; críticas políticas de su estilo de gobernar; exámenes morales de la cantidad de mentiras que dice, etcétera. En pocas palabras, no hay aspecto de la persona, la vida y el actuar presidencial de López Obrador que haya escapado al minucioso escrutinio de especialistas de todas las ciencias posibles. El resultado unánime de tantos exámenes es impactante, para decirlo de una manera amable: reprobado en todos los frentes. No hay aspecto de la persona y gobierno de este personaje que se haya salvado de la reprobación. Y este resultado ha sido avalado por la percepción de una gran parte de la ciudadanía. Yo, personalmente, no conozco persona alguna que no haya descalificado (e insultado y maldecido) a AMLO alguna vez.
Las encuestas publicadas por los diferentes medios de comunicación, y las cada vez más frecuentes marchas de quienes piden su renuncia, parecen corroborar que el número de mexicanos que manifiesta tal actitud respecto al actual presidente de la República va en aumento y eso parece hacernos vislumbrar la esperanza de que el año entrante, el día de las elecciones intermedias, el Poder Legislativo –que en el momento actual, dada la mayoría absoluta de Morena, no tiene nada de legislativo– vaya a sufrir una variación importante que impida a AMLO establecer el régimen socialista y absolutista que al parecer forma parte nuclear de su sueño sobre México.
No obstante, las cifras alentadoras de las empresas encuestadoras, aún hay, sin embargo, una bolsa muy importante de seguidores de hueso colorado que están totalmente dispuestos a dar la vida por AMLO antes de renunciar a los beneficios que ese seguimiento les aporta. Unos, la mayoría de ellos, me imagino, apuestan por el Peje porque, habiendo vivido siempre en la pobreza y la ignorancia, lo único que esperan de un gobernante es pan. Democracia, progreso, leyes, legalidad, partidos políticos y conceptos como esos les son indiferentes; el hambre es el enemigo a vencer y si las dádivas gubernamentales les solucionan ese problema, bendita sea la mano del generoso gobierno, del color que sea. Son adictos involuntarios e inconscientes al paternalismo gubernamental, clientela preferente de todo buen dictador. Y ya sabemos lo que ha venido haciendo AMLO para responder a las expectativas de esos ciudadanos, incluso si eso lo obliga a él a brincarse la ley a la torera. Otros siguen al presidente porque están en su nómina y dejar de seguirlo sería engrosar la lista ya casi interminable de desocupados del país. Y las condiciones económicas que el mismo presidente ha creado con sus desatinos hacen muy difícil pensar en la posibilidad de obtener una chamba digna en otra parte si él los despide. Hay también un núcleo de diehards, ilusos, fanatizados y violentos, que sueñan con ver a México convertido en una Venezuela, una Cuba o una Corea del Norte, con todo y las enormes carencias económicas y faltas de libertad de esos países, y confían en que AMLO es el mesías que los guiará a la realización de ese sueño.
El reto para los ciudadanos que han comprobado la innata ineficiencia y perversidad de López Obrador y su gobierno consiste en convencer al mayor número posible de los actuales seguidores de aquél de que deben votar en contra de Morena el año entrante. ¿De qué modo puede la ciudadanía –los actuales partidos de oposición no han mostrado suficiente músculo ni ingenio para ayudar en esta tarea– actuar para convencer a esos conciudadanos promorenistas (o más bien, pro amloístas) de que voten por candidatos no afiliados a ningún partido asociado a AMLO? ¿Qué puede hacer la sociedad para ayudar a los pobres a dejar su trágica dependencia del gobierno y a depender de su trabajo y su deseo de valer como personas? ¿Qué puede hacer la sociedad para asegurar a los burócratas actualmente forzados a obedecer las locuras presidenciales que no quedarían en el limbo laboral por votar en contra de sus actuales capataces? De los diehard, ni hablar. Esos son irredimibles. Pero si sólo ellos votan por MORENA o por los chupasangre asociados a Morena (PVEM, PT, por ejemplo) sus posibilidades de quedarse en el poder se reducen bastante.
En la medida en que los actuales movimientos ciudadanos de oposición a López Obrador dejen de concretarse a denunciar en las redes sociales los desfiguros de éste o a organizar marchas, y empiecen también a acercarse a los actuales amlovers con soluciones concretas para su vida laboral, familiar y social, habrá mayor posibilidad que la pesadilla provocada por la pasada elección del Peje se termine.
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