El gobierno cree que, al repetir mil veces sus mentiras, éstas se convertirán en verdades. En México, la primera víctima es la verdad.
Hace dos días pudimos leer una entrevista hecha al expresidente de Uruguay (José Mujica). En ella se armaba que México (y Brasil) le habían dado “demasiada ventaja” a la enfermedad, “la dejaron pastorear”, comentó. Esto es algo que no ha sido capaz de reconocer el gobierno federal, porque no reconoce un solo error. Lejos de ello, los que componen el gobierno creen que, al repetir mil veces sus mentiras, éstas se convertirán en verdades. En México, la primera víctima es la verdad.
Por ejemplo, el pasado 23 de mayo, se publicaron datos respecto de casos y fallecimientos por COVID-19 en Chile y México. Los números de infecciones son muy parecidos, pero no las cifras que se reportan como fallecidos: Mientras en Chile hay 65 mil 393 casos y 673 fallecimientos, en México hay 62 mil 527 y 6,989, respectivamente.
Los números muestran algunas cosas claras:
1.Alguien cuenta mal, ¿adivinen quién?
2.Si son ciertas las cifras, con esa diferencia en el número de fallecidos, la conclusión es obvia: alguien está haciendo mal, pero muy mal las cosas, ¿adivinen quién?
3.Más allá de las sospechas sobre quién hace mal las cosas, lo cierto es que sin pruebas es muy difícil dar por ciertos los números. Y quizás es lo que “cayó como anillo al dedo”.
La situación en la que nos encontramos en México está más lejos de la “normalidad” de lo que imaginamos. Por una parte, el engaño ya no se sostiene de ninguna manera, la falta de pruebas le permitió al gobierno manipular la cifra de contagiados hasta llegar a armar que la “curva” es “plana” y, en consecuencia, esa cifra resulta mucho más fácil de manejarla al capricho de quien informa. Sin embargo, las muertes están ahí y el número de fallecidos es más complicado de manipular, aún así puede manejarse, pero no es tan fácil La clave, lo dijimos una y otra vez, son las pruebas. Lo eran antes de que se declarara la emergencia. Lo son también ahora que estamos “próximos” a entrar a “la normalidad” que llegaría, supuestamente, el lunes. El llamado al gobierno es el mismo de entonces: hagamos pruebas. Tengamos un Sistema Nacional de Diagnóstico que nos permita tomar decisiones más claras a través de un método de prueba que sea verificable.
Hace unos días, en El Universal, se daba cuenta de una entrevista a Julio Frenk, quien fue muy claro: se subestiman los casos, las muertes y, por eso, no se conoce la magnitud del problema. “Es inexplicable la resistencia de la Secretaría de Salud para hacer más pruebas”, y seguimos siendo el país con menos pruebas de América Latina.
Para poder reabrir la economía, es fundamental que se hagan más pruebas, para poder hacer lo que no hicimos al principio. “Es una irresponsabilidad decir que se puede abrir una economía sin hacer pruebas”, señala Julio Frenk.
La falta de pruebas agrava el nivel de desconfianza hacia el gobierno. En una crisis sanitaria de la magnitud de ésta, en una crisis que pinta panoramas oscuros, el único resquicio de certidumbre radica en poder identificar de la manera más fiable posible el número de contagiados, lo que sólo se logra implementando pruebas. No hay nada más claro que el sentido común. Me van a decir que el presidente sigue teniendo popularidad, es cierto, pero no suficiente para mantener la estabilidad social que permita generar certidumbre en la economía y en la vida de todos los días.
Para colmo, ya nos avisaron que no cuentan como contagiados a los portadores del virus, ¡pequeño detalle! Somos el único país que no los cuentan. Todo es mentira. Porque mienten, dicen que todo va bien.
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