Aunque muchos de esos trabajadores no están trabajando formalmente, pagan impuestos cuando consumen, a través de los impuestos al valor agregado, impuestos especiales, y otras contribuciones.
No, no me refiero a los bebés. Aunque toda mamá y papá conoce muy bien el poder que tiene el pequeñuelo, totalmente indefenso, pero muy capaz de obtener exactamente lo que quiere con un poco de llanto, una cara de tristeza o una sonrisa. No, me refiero a la Sociedad, me refiero a la Economía, me refiero a los que Václav Havel llamaba “los sin poder”.
Aquellos que en la economía pesan poco, individualmente. Pero que en grupo tienen una influencia considerable. Y uno de los impactos de la pandemia que estamos viviendo se manifiesta precisamente ahí. Las empresas micro y pequeñas, más aún: las empresas informales, tienen individualmente un poder prácticamente nulo. Pero si no se cuida su salud, su impacto es importantísimo en el empleo y consecuentemente en la economía.
Por esta razón las dictaduras, perfectas o no, el socialismo en la mayoría de sus manifestaciones, tratan de limitarlas. O hacerlas dependientes mediante dádivas, apoyos, programas clientelares. Una labor muy difícil, porque el que ha decidido apostar su futuro a una aventura empresarial, sin contar con los medios o relaciones que le permita prosperar fácilmente, tiene una fuerza insospechada. Una fuerza que lo ha llevado a ser lo que es: una persona que no quiere depender de otros, una que no se somete con facilidad.
Por eso los marxistas más clásicos tratan de acabar con la propiedad privada, empezando por las pequeñas empresas. Otros, como ocurrió en la dictadura perfecta, tratan de “organizarlos” en centrales y sectores de sus partidos, con lo cual pretenden controlarlos. Y todavía más, en algunos socialismos como los escandinavos, se asocian en la práctica con grandes empresas y fuertes sindicatos, ignorando en la práctica a los pequeños empresarios que terminan actuando solamente en algunos sectores marginales de la economía.
En nuestro país, el impacto económico más importante de la pandemia lo han llevado las pequeñas y microempresas. Mismas que dan empleo al 57 por ciento de la población económicamente activa. Muchas de ellas, además, son informales. Con lo cual escapan muchas veces al control del Estado, de muchas maneras. El impacto, obviamente, es brutal. Cuando casi el sesenta por ciento de la población está en riesgo de perder sus ingresos o verlos reducidos drásticamente, las grandes empresas se encuentran con que la parte más importante de sus entradas desaparecen. Y el gobierno, acostumbrado a recibir jugosas contribuciones, se encuentra con que su ingreso se reduce drásticamente. Porque, aunque muchos de esos trabajadores no están trabajando formalmente, pagan impuestos cuando consumen, a través de los impuestos al valor agregado, impuestos especiales, y otras contribuciones.
Sí, se crean “apoyos” a esos sectores de la economía. Y después, los funcionarios del gobierno se quejan de que esos apoyos son despreciados. Y hay razones para ello. Porque su tramitación no es fácil. Porque, finalmente, la mayoría son préstamos. Y un tema que los funcionarios gubernamentales rara vez entienden es que los préstamos, finalmente, habrá que pagarlos.
Sí, se dice que son préstamos a la palabra, es decir, sin garantías. Se dice que son préstamos blandos. Pero si esa pequeña empresa se encuentra con que no podrá operar por varios meses y acepta un préstamo con la condición de no despedir a sus empleados, en unas cuantas semanas se acabará la principesca suma que se le ofrece de 25 mil pesos que, si se prestan a quienes tienen diez empleados a quienes pagan el salario mínimo, se agotarán en veintiún días de paro, en tres semanas sin ingresos. Obviamente, ese empresario se dará cuenta que ese apoyo es totalmente insuficiente.
No, no es que desprecien los apoyos. Es que sus empresas no pueden sobrevivir un largo tiempo sin ingresos. Esos empresarios no tienen las reservas suficientes para aguantar un paro prolongado. Como los sesenta días que llevamos sin operar en una parte importante de la economía. Más los que faltan.
La disyuntiva es terrible. Para la micro y pequeña empresa, parar es la antesala de la muerte de su negocio. Seguir operando, infringiendo las leyes, es caer en las manos de los extorsionadores, coyotes y funcionarios corruptos que le pedirán un pago para permitirle seguir operando. O puede tratar de cumplir la ley, aceptar esos apoyos, con la certeza casi completa de que eso sólo alargará la agonía de su empresa.
Sí, hay organismos empresariales que están luchando por tener una solución a esta crisis económica que nos han impuesto las circunstancias. Desgraciadamente, son organismos que mayormente representan a las grandes y medianas empresas y que no han vivido la situación del pequeño empresario. No se puede suponer que representen a la micro y pequeña empresa: ni siquiera entienden cabalmente su situación. Y las consecuencias serán cada vez más notorias. Son empresas débiles, pero su ausencia en nuestra economía tiene un impacto severo. Urge resolver su situación. El impacto de su recuperación será mucho mayor que el de los sectores que se proponen reactivar, como los sectores automotriz y de la construcción. Mismos que son muy importantes, empleadores en gran escala, pero que no podrán tener una recuperación plena mientras no se recupere el consumo de la gran mayoría de la población que depende de estos negocios tan débiles, pero tan importantes. Tristemente, ni el gobierno ni los organismos empresariales están atendiendo esta situación. O entendiéndola.
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