Una quiebra técnica ocurre cuando –aun y cuando la empresa no se ha declarado oficialmente en quiebra– la compañía está incumpliendo con múltiples obligaciones financieras.
Hay empresas que ya están financieramente quebradas, lo saben, pero todavía no lo han querido reconocer. Unas más están en camino franco a la quiebra –lo reconocen– no obstante están agotando todas las posibilidades para sobreponerse a esa situación. Sin embargo, hay muchas más que, creyendo que están ‘bien’, son el mejor ejemplo de la crónica de una quiebra técnica anunciada.
Y es que ningún negocio saludable y funcional está diseñado para mantener un costo operativo vivo e intacto (como si operara con normalidad), teniendo ingresos muy por debajo de su punto de equilibrio o, de plano, nulas ventas por periodos prolongados en el tiempo.
En su definición más simple, una quiebra técnica ocurre cuando –aun y cuando la empresa no se ha declarado oficialmente en quiebra– la compañía está incumpliendo con múltiples obligaciones financieras, retrasando indefinidamente pagos a proveedores, presentando atrasos en los sueldos a sus empleados y, desde luego, faltando al pago de los impuestos y retenciones que su actividad genera.
En un entorno de contracción de mercados y de imposibilidad para operar con normalidad, ¿qué factores aceleran la destrucción de valor en una corporación?
Aquí los tres más sensitivos para la reflexión y análisis:
1) Un deterioro estructural de las cuentas por cobrar.- Y no sólo porque el primer efecto de una contracción de mercado suele expresarse en la extensión unilateral de pagos a los proveedores, sino porque cuando el entorno económico se agrava, empieza a surgir emerger la imposibilidad material para cobrarle a ciertos clientes que han agotado su capital de trabajo o que, de plano, han dejado de operar.
2) La imposibilidad material para eliminar o reducir costos operativos rápido.- La existencia de contratos de largo plazo, los costos asociados a la desocupación de ciertos espacios, las restricciones legales y el alto costo que implica despedir empleados sin conflictos y el riesgo de detonar el llamado de garantías o avales –entre muchas otras cosas– complican estructuralmente la velocidad con la que la empresa puede reaccionar a la imposibilidad de pago o al rediseño de sus necesidades operativas.
3) La rigidez fiscal del gobierno federal.- La imposibilidad de diferir el pago de los impuestos federales que cada empresa debe enterar mensualmente al fisco, incluyendo anticipos de Impuesto Sobre la Renta calculados en función del Coeficiente de Utilidad que produjo la realidad fiscal del año anterior, contribuye de manera relevante a la estrechez de la liquidez de empresas de todo tamaño.
Nadie debe subestimar la velocidad con la que el balance financiero de una compañía o persona física con actividad empresarial puede deteriorarse. La falta de ingresos recurrentes erosiona el capital de trabajo de cualquier empresa por minuto.
Por ello, empresarios y directivos de todas las industrias que han visto sus ventas caer de manera pronunciada deben reaccionar con pragmatismo y velocidad a la nueva realidad y ajustar modelos de negocio y estructuras de costos en todos los frentes necesarios. No hacerlo orillará a su entidad productiva al carril de las quiebras técnicas y al de la destrucción de capacidades instaladas.
Y es que el reto de hoy no sólo es lograr que la empresa sobreviva los efectos de corto plazo de la pandemia y de la profunda crisis global que estamos empezando a vivir, sino reconfigurar la viabilidad competitiva para la nueva complejidad de una nueva realidad que aún estamos por terminar de comprender.
Te puede interesar: El compás de espera improductivo en la era del autoconfinamiento
* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com