El día después

 Habrá millones de nuevos pobres, de enfermos y desempleados. Hambrunas y violencia. Y se deberá pensar en la forma de ir resolviendo el “control de daños”, daños que solo conocemos o imaginamos en parte.


Nuevas circunstancias


Se supone que la llamada cuarentena para evitar más contagios del COVID-19 tiene fecha límite, y que al terminar, habrá, como se dice, “el día después”. Como en la película de una guerra atómica de unas horas entre los Estados Unidos y Rusia (The day after), en que los ciudadanos americanos, en especial un grupo de protagonistas, enfrenta lo terrible del enfrentamiento, el día después.

Se supone que sí habrá “un día después” de la cuarentena, de estas jornadas de confinamiento en casa, y que de alguna manera, será un bonito día, al menos relativamente, en el cual nuestro mundo vuelve a la vida. Pero no será así. No es un día de cambio, será un proceso de vuelta a una nueva vida, no a la anterior, más que relativamente. Mucho habrá cambiado, y el cambio, la vuelta a una nueva normalidad, será no cuestión de un día, sino de un proceso, largo, sin que sepamos cuánto.

Es como las guerras, en que de pronto hay un armisticio, y las hostilidades, los ataques y bombardeos se acaban, en un día. Y todos suspiran alivio por ello, pero sabiendo que enfrentan mundos destruidos, muertos que velar, enfermos y heridos que curar, y una gran, enorme destrucción. Que se enfrentarán rencores y resentimientos entre las partes del conflicto armado, con un cuestionamiento colectivo, el de: y ahora ¿qué sigue?

Sí, tras un armisticio sí hay un día después, en que callan los cañones, los fusiles y no hay bombardeos. Pero en el caso de las pandemias, de las que la humanidad ha tenido varias en la historia conocida, no hay un día después, sino un proceso en el que deja de haber heridos, enfermos, y sobre todo, muertos.

El siglo veinte y el principio del XXI, tuvieron varias epidemias, sin el alcance y gravedad de la del COVID-19, y en ellas no hubo una cuarentena que finalizara de pronto y la gente suspirara de tranquilidad: ¡se acabó! No, no fue así con el SARS, o el AH1-N1. Pero antes, en 1918, hubo una terrible epidemia que azotó en especial Europa, con más de cincuenta millones de muertos, se calcula. Y conforme se fue acabando, los países afectados y de alguna manera el mundo, se encontraron con cambios en sus vidas, comenzando con haber perdido muchas vidas, de familiares, conocidos y desconocidos.

Ya hay una experiencia, la de Wuhan, que con sumo cuidado, considera que la pandemia quedó atrás, y retoma su vida, ya sin enfermos y sin muertos. Pero no necesariamente es un ejemplo, sino sólo una referencia, pues ni Wuhan ni China han dado por terminado el peligro. Y se adaptan a nuevas circunstancias, y nuevas formas de llorar a sus muertos y reestablecer relaciones humanas, y, también, de vivir social, económica, académica y políticamente. Allá no se habla de la vuelta religiosa, no les interesa al menos como gobierno.

Esta vez el mundo entero enfrenta una pandemia nunca vista, una caracterizada por la facilidad descubierta de contagios, su expansión por el mundo y el desconocimiento de cómo enfrentarla médicamente. El miedo a la muerte presente en todo el mundo, si no de la propia muerte y de los seres cercanos, sí en términos generales. El mundo está desconcertado, la vida social, académica y económicamente ha cambiado, y no sabemos cuánto ni cómo; estamos por irlo descubriendo. Ni siquiera se sabe si esta tragedia se irá acabando y quedará en horrible recuerdo, o si podrá regresar, pronto o después. Parte de la nueva vida es esa incertidumbre.

Así que debemos prepararnos para volver a una normalidad relativa, que sí, será en mucho la anterior, pero con algunos cambios que llegaron para quedarse. Cambios que estamos apenas visualizando. Algunos tienen que ver con una nueva vida digital en internet, que de pronto, en unas semanas, enriqueció al mundo. Pero no sabemos qué permanecerá y qué se quedará atrás.

No estamos en guerra, no, estamos en una pandemia, y hay enormes diferencias, tanto en los hechos como en lo que vendrá después. Habrá que reconstruir muchas cosas, sobre todo en la economía, y en las estructuras industriales y sus cadenas productivas. Habrá millones de nuevos pobres, de enfermos y desempleados. Hambrunas y violencia. Y se deberá pensar en la forma de ir resolviendo el “control de daños”, daños que solo conocemos o imaginamos en parte, en gran parte, sin duda, pero sin saber ni sus dimensione ni sus remedios. Sobre todo porque se trata de dineros, dineros que no alcanzan ni alcanzarán en mucho tiempo.

Y hay varias cosas nuevas, producto del miedo, de los propios daños y de los vistos como ajenos, de otros. Esperemos que se trate de una nueva solidaridad entre personas, sociedades y gobiernos. Y la angustia, el desconcierto y el miedo, han hecho que muchos que se sentían seguros en su confort, de pronto busquen algo que habían despreciado, que es la vida del espíritu, la religiosidad, la necesidad de una relación con un Dios que habían enviado en el mejor de los casos, al baúl de los recuerdos.

Entonces debemos centrarnos en algo, que está detrás y al frente de toda la reparación de daños, y es el interés hacia el prójimo (es decir el amor, la caridad) y la relación con ese Dios que no se sentía necesario. La vuelta al Señor Dios, y al próximo, o su descubrimiento, deben ser asuntos de interés primordial, tanto en lo personal, como en lo familiar, en lo social y en lo político. Esta visión espiritual del nuevo mundo será enormemente útil, necesaria para reconstruirlo, pues será la animación que se requiere ante incertidumbres, angustias y miedos. Creyentes o no, bien pueden tomarla en cuenta.

 

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