Los que todavía apoyan incondicionalmente a Andrés Manuel López Obrador son la personificación de aquella histórica frase de Ricardo Flores Magón: Nada es tan desalentador como un esclavo satisfecho.
Nadie discute que los más recientes antecesores de Andrés Manuel López Obrador, principalmente Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, dejaron mucho que desear en sus mandatos.
Pero no hace falta ser panista o priista para reconocer que, conforme avanza el tiempo, se confirma lo que desde hace 15 años advirtió el entonces candidato del PAN a la presidencia de la República: Andrés Manuel López Obrador es un peligro para México.
Un dictador en potencia con la perversidad de Hugo Chávez, el egocentrismo de Daniel Ortega, la necedad de Evo Morales, la ambición desmedida de todos ellos… y la estulticia de Nicolás Maduro. La peor combinación.
Si se toman en cuenta esas notas como parte de la personalidad del inquilino de Palacio Nacional, no sólo se entenderá la razón de que la desgracia de millones de mexicanos le caiga a la cuatroté como anillo al dedo; sino que también será posible comprender la razón de que le disgusten “los moditos” de quienes no comulgan con su doctrina.
Ya se ha hablado demasiado del lucro político con la adversidad ajena, que no es otra cosa la celebración de la pandemia, la bienvenida al mal ajeno que puede aportar oportunidades a su proyecto personal.
Ahora “el modito” en que empresarios mexicanos lograron el apoyo del BID, no le gusta. ¿Por qué? Pues porque lo hicieron directamente. Eso, al presidente le parece prepotencia. Lo entiende como un “a ver, este… te vo’a dictar… lo que tienes que hacer”.
Y sí, así es. Nos toca dictarle lo que debe hacer. Pero este personaje no entiende la diferencia entre ser el mandante y ser el mandatario. Su papel es obedecer el mandato del pueblo, no mandar. Somos los mexicanos los que damos las órdenes, para que el Ejecutivo haga eso: ejecutarlas. ¿De verdad es tan difícil de entender?
Los mexicanos mandamos, a él le toca obedecer. Mandamos, no “mandatamos”, porque ese verbo no existe. Y mientras cada vez más de los otrora incondicionales han dejado de serlo, los que quedan siguen ciegos, obnubilados, cómodamente adheridos a su falso mesías, que acabará por hundirlos como a todos los demás. Pero ellos son felices. Están satisfechos en su mediocridad. Son la personificación de aquella histórica frase de Ricardo Flores Magón: Nada es tan desalentador como un esclavo satisfecho.
A ver cuánto tiempo les dura la satisfacción.
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