Lo importante en éste y cualquier momento, es el criterio humanitario, la valoración de las personas y, desde luego, la protección de los más débiles.
La pandemia que sufre el mundo en este momento, ha provocado reflexiones y planeamientos de diverso tipo. No son pocas las reflexiones que se hacen respecto del modelo de vida que la humanidad ha desarrollado en los últimos años. La aparición de animales salvajes en zonas urbanas despobladas por el confinamiento, la crisis económica en marcha, las relaciones de familia, la solidaridad, el bien común, las relaciones entre los estados y la mentira de quienes buscando beneficios políticos ocultan o deforman la realidad del COVID-19, son algunos de los aspectos que hoy llaman la atención.
Sin embargo, uno de los más importantes y sobre los cuales giran los demás, es la concepción y valoración de las personas y de su vida. Hoy parecería que todos estamos a favor de la vida, pero no es así. No faltan quienes aprovechan el momento, por ejemplo, para avanzar en la legislación a favor del aborto, o quienes lo promueven en casa, mediante automedicación, con lo que no sólo se pone fin a la vida de un niño en el seno materno, sino también en peligro de muerte de la madre.
Otro tema que ha surgido en esta circunstancia, es el valor de la vida de un joven frente a un anciano. Mucho polvo han levantado algunos “criterios” o normas bioéticas que se pretende imponer a los sistemas de salud, como en México, donde se definen criterios de selección o de discriminación para la atención de enfermos críticos, frente a la previsible saturación de hospitales o la carencia de respiradores.
Hasta el momento de escribir este artículo, no existe en la página del Consejo de Salubridad General, un documento definitivo para la determinación del uso de los recursos en la atención a los enfermos de COVID-19. Sin embargo, ha trascendido que en caso de que haya que decidir entre un joven y un anciano, se dará preferencia a aquél. Y que en caso de que dos pacientes con las mismas características requieran del único equipo disponibles la definición se deje a la suerte, “como un volado”, no dejan de ser preocupantes.
¿Cómo valora la vida humana un país donde sus Magistrados o legislaciones locales consideran legal dar muerte a un ser humano en gestación hasta la decimosegunda semana de vida? La preferencia por edad pudiera esconder un criterio pragmático de la “utilidad” de la vida juvenil futura, respecto de la vida de un adulto mayor. En el fondo de esta discusión no han faltado valoraciones semejantes a las que se usan para legitimar la eutanasia de quienes estorban, sufren o ya no son económicamente productivos. Criterios que, en el fondo, niegan la dignidad humana, pues ésta no depende de la cronología, sino del valor intrínseco del ser humano.
Ciertamente que los casos extremos arrinconan al personal médico. También estos escenarios se prestan para gestos de egoísmo y de generosidad. Ya se han dado casos de renuncia de ancianos a respiradores, a favor de jóvenes. Pero son decisiones libres de las personas. No criterios impuestos de forma discriminaría. Se podría decir que son situaciones semejantes a las que se dan en el hundimiento de los barcos, donde la norma era primero los niños y las mujeres, aunque no es una norma escrita. Sin embargo, la idea era proteger a los más débiles –aunque hoy, ante los criterios igualitarios, hay quienes desechan su aplicación respecto de las mujeres–, como un gesto de caballerosidad o de generosidad. Es célebre el sacrificio voluntario de la banda de músicos del Titanic, que siguió tocando mientras la nave se hundía.
Lo importante en éste y cualquier momento, es el criterio humanitario, la valoración de las personas y, desde luego, la protección de los más débiles. Así lo ha señalado la Pontificia Academia de la Vida, en su reciente reflexión sobre “Pandemia y Fraternidad Universal”, a propósito de la emergencia por el COVID-19:
“Lo que necesitamos en cambio es una alianza entre la ciencia y el humanismo, que deben ser integrados y no separados o, peor aún, contrapuestos. Una emergencia como la de Covid-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad. Los medios técnicos y clínicos de contención deben integrarse en una vasta y profunda investigación para el bien común, que deberá contrarrestar la tendencia a la selección de ventajas para los privilegiados y la separación de los vulnerables en función de la ciudadanía, los ingresos, la política y la edad.
Esto también se aplica a todas las opciones de ‘política de los cuidados’, incluidas las que están más estrechamente relacionadas con la práctica clínica. Las condiciones de emergencia en las que se encuentran muchos países pueden llegar a obligar a los médicos a tomar decisiones dramáticas lacerantes para racionar los recursos limitados, que no están disponibles para todos al mismo tiempo. En ese momento, tras haber hecho todo lo posible a nivel organizativo para evitar el racionamiento, debe tenerse siempre presente que la decisión no se puede basar en una diferencia en el valor de la vida humana y la dignidad de cada persona, que siempre son iguales y valiosísimas. La decisión se refiere más bien a la utilización de los tratamientos de la mejor manera posible en función de las necesidades del paciente, es decir, de la gravedad de su enfermedad y de su necesidad de tratamiento, y a la evaluación de los beneficios clínicos que el tratamiento puede lograr, en términos de pronóstico. La edad no puede ser considerada como el único y automático criterio de elección, ya que si fuera así se podría caer en un comportamiento discriminatorio hacia los ancianos y los más frágiles. Además, es necesario formular criterios que sean, en la medida de lo posible, compartidos y argumentados, para evitar la arbitrariedad o la improvisación en situaciones de emergencia, como nos ha enseñado la medicina de catástrofes. Por supuesto, hay que reiterarlo: el racionamiento debe ser la última opción. La búsqueda de tratamientos lo más equivalentes posibles, el intercambio de recursos, el traslado de pacientes son alternativas que deben ser consideradas cuidadosamente, en la lógica de la justicia. La creatividad también ha sugerido soluciones en condiciones adversas que han permitido satisfacer las necesidades, como el uso del mismo respirador para varios pacientes. En cualquier caso, nunca debemos abandonar al enfermo, incluso cuando no hay más tratamientos disponibles: los cuidados paliativos, el tratamiento del dolor y el acompañamiento son una necesidad que nunca hay que descuidar”.
Sean estos criterios los que nos guíen en el momento actual.
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