La privación que hemos tenido en estos días, al no poder ver a nuestros padres o abuelos, a nuestros amigos, nos ha permitido valorar más el sentido de la familia y de la amistad.
La Pascua parte de una hermosa y fuerte historia del pueblo judío (a quien respeto y admiro). Se llama Pesaj y nos habla del paso de la esclavitud a la libertad. Obviamente coinciden más o menos en los mismos días las dos celebraciones. En el mundo cristiano, esta historia –que acompañada con fe es todavía más grandiosa– tiene su máximo momento en lo que se conoce como Triduo Pascual que contempla desde el jueves en la noche hasta el Domingo de Resurrección.
La Pascua de este año fue distinta. La privación que hemos tenido en estos días, al no poder ver a nuestros padres o abuelos, a nuestros amigos, nos ha permitido valorar más el sentido de la familia y de la amistad. Pero también cerraron los templos, y quizás fue este hecho el que nos ha permitido mirar con más detenimiento nuestra vida espiritual. Más de uno se ha sorprendido de ese deseo de mirar al cielo, más de uno ha descubierto una fuerza espiritual que pensó no tenerla.
En esos días del Triduo Pascual, se nos habla de muchas cosas que vivimos en nuestros días: juicios injustos, poder desproporcionado, traiciones, víctimas, perseguidos, condenados sin pruebas, pero también nos habla de servicio, de oración, de perdón, de opción preferencial por los pobres, de Esperanza y por supuesto de Resurrección. En esa historia además está el memorable papel de las mujeres que siempre acompañaron, que en los momentos más difíciles estuvieron presentes de manera valiente.
Durante esta pandemia, estamos viviendo, como decía un sacerdote, por la televisión un viernes y sábado prolongado, obligados al aislamiento y a la soledad. Eso no significa que nos paralicemos, sino que estemos también mirando a nuestro México, a los más necesitados. Esta “tragedia inesperada” nos permitió también sentir la angustia por el futuro que además se ha profundizado por un gobierno que toma medidas equivocadas para enfrentar la pandemia en términos de salud y que lejos de prepararnos para un buen futuro en libertad nos regresa a la esclavitud al servicio del gobierno.
En la homilía del sábado en la noche el papa Francisco nos habló del derecho a la Esperanza que todos tenemos, que nadie nos lo puede quitar. Ojalá que de estos días de aislamiento podamos esparcir esperanza entre nosotros y hacia los otros, como lo hicieron aquellas mujeres y que, cuando reanudemos nuestros días cotidianos, le demos a México lo mejor de nosotros, porque nos va a necesitar nuestro país, sobre todo con un gobierno que no ha estado a la altura, que ha dado un golpe frontal a la pequeña y mediana empresa y que con angustia vemos cada una de sus decisiones que afectan al bien común y lo transforman en mal común. No tengo duda, no será el gobierno, sino que seremos nosotros los ciudadanos que organizados podemos devolverle la esperanza a nuestro país y a todos los mexicanos.
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