Al presidente lo mueve más el odio que los bienes que puede lograr. Mucho liberal mexicano y poca historia romana. Estamos en problemas.
Ya en otras ocasiones he comentado en este espacio la anécdota histórica que citaré a continuación y que nos muestra claramente el reto de la negociación y la toma de decisiones adecuadas. Y viene al caso en estos días, pues el protagonista es uno de los ancestros de Pilatos. Se trata de una versión de Livio que cita Ann Wroe en su libro Pilatos, biografía de un hombre inventado (Tusquets).
Cuando Gavio Poncio atrapó al ejército romano en las Horcas Caudinas, su placer fue tan inmenso que ni siquiera pudo pensar qué haría a continuación. Así, envió a un mensajero con la orden de pedirle consejo a su anciano padre, Herennio, el hombre que había hablado con Platón.
–Suéltalos ilesos –dijo el padre.
Pero Gavio rechazó ese consejo.
–Entonces, mátalos a todos.
Pero Gavio también rechazó esta idea, y le pidió a su padre que fuera a aconsejarles personalmente; Herennio se hizo llevar al campamento en carro. Allí, como el viejo tozudo que era, se limitó a repetir su consejo. Salva a estos hombres y serán nuestros poderosos amigos; mátales, y debilitarás a los romanos por generaciones. No había, dijo, ‘tercer plan’.
No obstante, Gavio y los demás jefes samnitas le exigían uno. ¿Qué sucedería, preguntaron, si optaban por una salida intermedia? Que los romanos se vayan sanos y salvos, pero imponiéndoles algunas condiciones. Herennio no les prestó atención. “Esa es una política”, dijo, “que ni sirve para ganar amigos ni para quitarse de encima a los enemigos”.
Tras estas deliberaciones, enviaron al anciano de vuelta a casa. Gavio Poncio expuso a los romanos su tercera vía: les garantizó la vida, y paz, pero cada uno de ellos tendría que pasar bajo el yugo, desarmado y vestido únicamente con una túnica. Difícilmente iban a soportar los romanos semejante humillación; pero no les quedó otro remedio que pasar bajo el yugo mientras sus enemigos les insultaban, antes de dejarles, desnudos y llorando, en la ruta de Capua.
Sin embargo, se tomaron la venganza. Tal como Herennio lo había predicho, la solución intermedia no les ayudó a hacer nuevos amigos, y sólo sirvió para forjar una paz tan deshonrosa que samnitas y romanos pronto reiniciaron las hostilidades. Poco después los samnitas fueron derrotados y obligados a pasar bajo el yugo, Gavio Poncio entre ellos, quien luego fue paseado en triunfo y decapitado. Su maravilloso compromiso había quedado en nada.
“Dejaron que se les escapara de las manos la oportunidad de hacer el bien como el mal”, escribió Livio.
El presidente López Obrador está sujeto en estos momentos a una enorme presión en la que sus decisiones y negociaciones pueden salvar vidas y detener la caída de la economía. El propio presidente ha hecho elogios de su conocida necedad que, la verdad, no parece llevarnos a nada bueno. Al presidente lo mueve más el odio que los bienes que puede lograr. Como dice Livio, pierde la oportunidad de hacer el bien, no hace política ni para hacer amigos ni para quitarse a los enemigos. Prefiere la efímera satisfacción de la humillación pública de sus enemigos, que los acuerdos de largo plazo; sus relaciones con diversos sectores ya sean empresarios o gobernadores, lejos de ser buenas, se están volviendo deshonrosas para sus interlocutores (como es el caso del líder empresarial Carlos Salazar). Al mismo tiempo se arroja por cualquier cosa, y para defender su necedad, a los brazos de un enemigo de los mexicanos: Donald Trump. Mucho liberal mexicano y poca historia romana. Estamos en problemas.
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