Pocos días antes de que esta amenaza empezara a llegar a México todo giraba en torno al movimiento feminista; primero en una marcha y después con un día sin mujeres para hacer notar su importancia.
Cuando empezamos este año de 2020 en medio de abrazos y buenos deseos, nadie hubiera podido imaginar que apenas en el tercer mes del mismo íbamos a estar viviendo bajo la sombra de la amenaza de una pandemia, estando muchos atemorizados y encerrados en sus casas siguiendo las instrucciones del gobierno, y viendo que en otros países como en Italia prácticamente las ciudades están desiertas después de tener más de seis mil muertos por el llamado coronavirus.
Pocos días antes de que esta amenaza empezara a llegar a México todo giraba en torno al movimiento feminista; primero en una marcha y después con el llamado día sin mujeres para hacer notar su importancia y su reclamo por una serie de derechos muy legítimos, pero como ya lo dijimos en artículos anteriores ensombrecido también por un grupo de mujeres radicales que incluían como un derecho primordial el del aborto, que es un contrasentido a la esencia de la mujer que siempre se ha identificado con el don de poder dar la vida, y que no vimos por ningún lado que se demandara como derecho fundamental en este movimiento.
Y este derecho parece que algunos grupos lo han considerado como algo negativo que somete a la mujer por condicionamientos culturales, y hoy en día, cuando hay un temor muy extendido a contraer el coronavirus con peligro de muerte tal vez sea la ocasión de volver a revalorar este don tan excelso, sobre todo en estos momentos en que seguramente muchas mujeres embarazadas sentirán cierto temor por ellas y por sus bebés, y por eso, para darles ánimo me permito incluir el testimonio de una madre joven de seis hijos, cosa que es ya muy poco común en estos tiempos, considerando que además es una profesionista universitaria, por lo que resulta muy interesante su punto de vista:
“Si Dios me concedía el regalo maravilloso de dar, quería serlo de tiempo completo, así dedicaría mi vida a la empresa más arriesgada y enriquecedora de todas: la de ser madre.
Ser mamá de una familia numerosa te marca de muchas maneras. No solamente es el embarazo, donde los tienes dentro de ti nueve meses, sino toda la aventura que comienza desde el parto, que es un dolor extremo, y después miles y miles de noches sin dormir y ya cuando crees que por fin lo lograste…no, ya dormir es imposible.
O las preocupaciones de las enfermedades, las caídas; las alergias, llevar una buena alimentación, las vacunas, los compromisos de la escuela y una larga lista de etcéteras que se van haciendo más complicados cada día.
Pero ¡alto! ¡alto! entonces ¿qué es esto de ser mamá? ¿una tortura interminable? No, ser mamá es dar la vida, y me refiero a todo el sentido completo que eso significa, no solamente el biológico que es el más obvio, sino a ese soplo de amor que necesitamos para crecer y para ser mejores seres humanos.
Esas caritas diminutas, que se asoman a través de los barrotes de una cuna, que te alzan las manitas, que se ríen y emocionan cuando ven tu cara, esos pies pequeñitos que aún no caminan, que necesitarán de ti en todo momento mientras aprenden a dar sus propios pasos, esas lagrimitas que necesitan consuelo, esos cuerpecitos que necesitan mimos y caricias para sentirse seguros, esas mentes que están ávidas de aprender y que necesitan una guía.
Ser mamá es dar vida, ese pequeño ser que te hizo mamá, está aquí gracias a ti, a tu entrega y generosidad, a tus desvelos y lágrimas, a tus sonrisas y cariño, está aquí, con una oportunidad de crecer, de ser alguien. Tiene la oportunidad de vivir, de amar, de soñar, de conocer, de cambiar, de influir, de crecer y de llegar a la plenitud y encontrar a Dios.
La mamá da todos los días; su tiempo, su paz, su sonrisa, su alegría, sus dolores, todo lo da por sus hijos, y cuando está más agotada y cansada, entonces ve ahí, en ese pequeño ser, la sonrisa, la alegría, la paz y todo aquello que fue capaz de dar lo recibe entonces de una manera increíble y rica; es capaz de guardar en su corazón todos esos instantes de amor que solamente un hijo puede dar.
Agradezco a Dios la dicha de ser mamá y pido su fuerza y su sabiduría para saber conducir a mis hijos en este camino de la vida. Si también eres mamá piensa en esto: lo que tú das al mundo, nadie más puede darlo como tú. Abrázate al amor de Dios y que Él sea tu guía”.
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