El año y meses que lleva la administración lopezobradorista ha sido lamentable, por decir lo menos. Todo se les ha ido en palabrería.
En política las caídas son inevitables. Las formas de caer son las que varían. Nadie hubiese imaginado que tan rápido López Obrador mostrara tal descenso en las encuestas. Si bien es cierto que el desgaste es consecuencia natural del ejercicio de gobierno, la administración de ese desgaste es lo que se tiene que saber controlar y es el reto de un equipo de gobierno, no solamente de su líder. En ese sentido, el año y meses que lleva la administración lopezobradorista ha sido lamentable, por decir lo menos. Todo se les ha ido en palabrería.
Si uno ve los números que circulan en esta semana en diversas encuestas (Reforma, Buendía) hay varias cosas que llaman la atención. Algunas serán del interés del presidente y otras no. Al parecer está perdiendo el apoyo en lo que podríamos llamar su “voto blando”: un extra de electores muy considerable que decidieron por el cambio sin ser seguidores de AMLO, votantes con algunos cuestionamientos a su estilo, a sus posicionamientos respecto de temas complejos, prefirieron dar su voto al de Tabasco para tumbar a una clase política enmohecida en la corrupción y en la mediocridad. Ese voto se alejó ya del apoyo al presidente. Es posible que el presidente siempre haya contado con que nada más llegaría al final con su voto duro. Quizá por eso nada más ha recurrido a tomar medidas que fortalezcan ese apoyo. Sobre todo retórica, mucha retórica que alimente ese ambiente de campaña ganador, de lucha contra el enemigo, de derrocar lo establecido, de acabar con privilegios. Pero ha sido eso: discursos, conferencias, entrevistas. Y no ha sido en vano, de algo le ha funcionado. Además, el estilo populista de gobierno se basa mucho en el discurso más que en el ejercicio correcto del quehacer gubernamental.
Sin embargo, los números también dejan ver que se debieran hacer ajustes en diversos campos tanto del trabajo presidencial como del gabinete. Digo, si es que no se creen a estas alturas que todo es un complot de las fuerzas conservadoras. Es claro que el presidente va por un carril en las preocupaciones nacionales y la ciudadanía va por otro. El presidente dice que lo más importante es la corrupción; los ciudadanos, que la inseguridad. Son temas separados, aunque la corrupción pueda tener que ver con cualquier tópico. Quizá para la población en general el solo hecho de que López Obrador esté en la Presidencia le da tranquilidad en materia de corrupción y prefiere que atienda lo demás. Pero no, el presidente prefiere hablar del pasado y los corruptos que de la delincuencia que azota al país y que es la principal preocupación de los votantes. Para el presidente es más importante dar clases de historia y hablar de Gustavo Madero y de Lucas Alamán.
Los ataques del presidente, los apodos que pone, sus necedades, su incomprensión enciclopédica –por ejemplo, en el asunto de las mujeres–, las arremetidas contra la oposición –cualquiera que sea, del tamaño que sea–, causan gran alegría y felicidad a su fanaticada. Si es contra Felipe Calderón qué mejor, festejan todo, les parece que están derrotando a su némesis y que van a ganar las elecciones que ocurrieron hace año y medio. Pero en eso están, a risa y risa, mientras les renuncia el titular de uno de sus programas estrella, Pemex es un fracaso, el presidente tiene que defender a su compañero empresario de crímenes ecológicos, la salud pública es un desastre que puede transformarse en tragedias, los feminicidios han derramado la paciencia de las mujeres, y el crimen campea por toda la República. Ellos cuentan chistes, hacen rifas, y circulan videos de Calderón. Por eso en el último trimestre cayó diez puntos. De seguir así, a fin de año la gobernabilidad será un problema.
Por eso del presidente la mayoría opina que es simpático. Hay chistes que terminan en drama.
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