El presidente se concibe a sí mismo como la víctima total y nadie le puede competir en ese campo, ni las violadas y asesinadas, ni las desolladas, ni los padres o los familiares de los exterminados, o las muertas a batazos.
Lo sucedido el viernes pasado en la mañanera presidencial es una muestra más de por dónde anda la empatía presidencial: extraviada. Se ha señalado reiteradamente en diversos espacios –este es uno de ellos– que las mañaneras llevarán inevitablemente a mostrar las peores facetas del presidente (autoritario, despótico, insensible, iracundo, desconfiado, improvisado, contumaz y con criterios bastante elementales para enfrentarse a cosas complejas), que se le saldrían de control y que conforme pasara el tiempo, no siempre serían un día de campo.
El viernes mientras se llevaba a cabo su comparecencia mediática, se manifestaban mujeres a fuera de Palacio Nacional en contra de los feminicidios. Como se ha podido observar desde que comenzó su gobierno, el presidente tiene una empatía nula con las víctimas de cualquier delito. No las entiende, ve a las víctimas como enemigos que algo le van a reclamar, personas que pueden ensuciarle el traje blanco de líder máximo con sus reclamos fuera de tono.
El presidente se concibe a sí mismo como la víctima total y nadie le puede competir en ese campo, ni las violadas y asesinadas, ni las desolladas, ni los padres o los familiares de los exterminados, o las muertas a batazos. Según él, le robaron una elección y no hay nada peor que eso. Todo lo demás es poca cosa y se pierde frente al agravio contra el gran hombre.
Esa convicción de ser víctima, aunque sea el presidente del país, aunado a la costumbre de controlar lo que se debe decir y no contestar lo que se le pregunta, toparon con pared cuando una activista lo increpó y le exigió una definición al respecto porque parte del problema, dijo justamente, era desviar la atención del tema de los feminicidios como lo estaba haciendo el presidente. Y en efecto, el presidente ya estaba hablando del gran negocio que hacía Twitter y de “quién pompó” y el “trendi topi”, tratando de ejecutar a cabalidad su papel de “simpatías”, de hacer un chistecito frente a lo que es una tragedia. El presidente se puso incómodo ante la llamada de atención de a una activista que supo sintetizar el drama de los feminicidios ante lo que se proyectaba como una cobarde huida presidencial.
No es casual que en el tema de los feminicidios haya sido una mujer la que pusiera un alto a la irresponsabilidad presidencial de esquivar una de las tragedias nacionales. Tampoco que esto pasara en una de las mañaneras y que en las redes sociales se evidenciara la burda acción del responsable de la comunicación del presidente, al habilitar a un reportero –el nombre es lo de menos– a jugar el triste papel de patiño y decir que ya se había hablado “suficiente sobre el tema”.
Es lo que pasa cotidianamente en las mañaneras: a las preguntas y planteamientos serios se les responde o con chascarrillos del hombre de Macuspana, o se usan esbirros lamentables para hacer el papel de desviadores y de falsa pluralidad.
Claro que lo sucedido no lastima la altísima popularidad que tiene el presidente. Pero sí prefigura un sector más en contra de su quehacer y de la manera que aborda –o no quiere abordar– los problemas nacionales. Mientras en el país se multiplican las víctimas, ya sea del crimen organizado, de mujeres por sus parejas o de la delincuencia, el presidente se mantiene en su papel de víctima que le impide reconocer, por lo menos públicamente, las tragedias y dramas que sufren otras personas que son sus gobernados.
Curiosamente siempre ha manifestado un extraño respeto por la delincuencia. El día de ayer declaró que “los delincuentes son seres humanos que merecen nuestro respeto”. Respeto que el presidente no ha tenido para las víctimas y sus familiares.
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