La humildad está relacionada con la aceptación de nuestros defectos, debilidades y limitaciones.
Tristemente encontramos a nuestro alrededor muchas personas soberbias, prepotentes, sabios por naturaleza, que fingen o pretenden ser mejores que los demás.
La gran mayoría estamos convencidos de que nuestra forma de ver la vida es la forma de ver la vida. Y que quienes ven las cosas diferentes a nosotros están equivocados.
Tenemos la tendencia a rodearnos de personas que piensan exactamente como nosotros, considerando que son las únicas listas y sensatas. Nos cuesta aceptar acciones, ideas, creencias y pensamientos diferentes a las nuestras.
Y aquí es donde entramos al tema de hoy: el valor de la humildad. Su contraparte: la soberbia que nos lleva a sentirnos superiores cada vez que nos comparamos con alguien, poniendo de manifiesto nuestro complejo de inferioridad.
De ahí surge la prepotencia, con la que la persona trata de demostrar que siempre tiene la razón. Emplea la vanidad, haciendo ostentación de sus méritos, virtudes y logros.
El gran generador de conflictos con otras personas es el orgullo, del cual me gustó esta afirmación de Irene Orce:
“El orgullo es un albañil especializado en la construcción de murallas que cuanto más nos protegen, más a la defensiva nos hacen vivir”.
Etimológicamente esta cualidad viene de humus, que significa tierra fértil. Es lo que nos permite adoptar una actitud abierta, flexible y receptiva para poder aprender aquello que todavía no sabemos.
La humildad está relacionada con la aceptación de nuestros defectos, debilidades y limitaciones.
Nos predispone a cuestionar aquello que hasta ahora habíamos dado por cierto. En el caso de que además seamos vanidosos o prepotentes, nos inspira simplemente a mantener la boca cerrada. Y sólo hablar de nuestros éxitos en caso de que nos pregunten. Es cierto que nuestras cualidades forman parte de nosotros, pero no son nuestras.
La paradoja de la humildad es que cuando se manifiesta, se corrompe o desaparece. La frase de en mi humilde opinión, no es más que nuestro orgullo disfrazado.
La verdadera práctica de esta virtud no se predica, se practica. En caso de existir, son los demás quienes la ven, nunca uno mismo.
Ser sencillo es el resultado de conocer nuestra verdadera esencia, más allá de nuestro ego. Y es que sólo cuando reflexionamos con profundidad, sabemos que no somos lo que pensamos, decimos o hacemos. Ni tampoco lo que tenemos o conseguimos.
Esta es la razón por las que las personas humildes, en tanto que sabios, pasan desapercibidas. A lo largo de mi vida, he constatado que las personas más inteligentes y cultas, son las más sencillas.
En la medida que cultivamos la modestia, nos es cada vez más fácil aprender las equivocaciones que cometemos, comprendiendo que los errores son necesarios para seguir creciendo y evolucionando.
De pronto ya no sentimos la necesidad de discutir, imponer nuestra opinión o tener la razón. Gracias a esta cualidad cada vez gozamos de mayor predisposición para escuchar nuevos puntos de vista, incluso cuando se oponen a nuestras creencias.
Y cuanto más indagamos, mayor es el reconocimiento de nuestra ignorancia, viendo claramente el camino hacia la sabiduría. Como bien lo dijo Sócrates: “Yo solo sé que no se nada”.
Comparto contigo algunos consejos para lograr vivir la humildad:
– Reconoce tu valor como persona.
– Sirve a los demás sin esperar recompensas ni halagos.
– Da las gracias al recibir ayuda de los demás.
– Dales mucha importancia a las amistades cercanas.
– Evita la presunción tanto de las cosas materiales, como de tus cualidades.
– Evita hablar de ti mismo.
– Alégrate de los éxitos de los demás.
– Aprecia las cualidades de todas las personas por más desagradables que nos parezcan.
– Reconoce tus fallas ante los demás.
Recuerda, la soberbia es sentirte superior a los demás, mientras que la humildad es olvidarte de ti mismo para darte a los demás.
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