El mundo vive un momento vertiginoso de cambios que anuncian el fin de la época de la globalización económica; y nos guste o no, la realidad es que el comercio mundial se está reconfigurando en un modelo económico de países más soberanos en sus decisiones políticas y económicas, que se alejan de las instituciones globales que se construyeron en el siglo XX.
Mucho de lo que hoy padecemos, o disfrutamos, se gestó en los 80s del siglo XX. Además de la informática, la música, los gadgets y el cine; también esa década generó el auge de la globalización, entre 1980 y hasta el año 2008, impulsado por varios factores:
Primero, Ronald Reagan en EU y Margaret Thatcher en el Reino Unido priorizaron la economía de mercado para romper al modelo soviético que basaba su sistema en un la intervención poderosa y autoritaria del Estado en la vida de la gente; así, las políticas de la Casa Blanca y Downing Street, impulsaron la privatización y la apertura de los mercados. Estas ideas triunfaron por sus resultados, influyendo en reformas en América Latina, Europa del Este y Asia. Todo mientras la URSS se colapsaba, “el paraíso de los trabajadores” se había convertido en un infierno sin libertades. La realidad se impuso.
No sólo eso, la misma China del Partido Comunista implementó reformas, con Deng Xiaoping, que abrieron a China al comercio y la inversión extranjera, integrando a 1.400 millones de personas al mercado global. Así el país asiático se convirtió en la “fábrica del mundo”, con exportaciones que crecieron de $18 mil millones en 1980 a $1.4 billones en 2008.
Empezaron los acuerdos comerciales y la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995, el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, 1994) y la expansión de la Unión Europea, lo que fomentó la eliminación de barreras comerciales. El comercio global como porcentaje del PIB mundial creció del 39% en 1980 al 61% en 2008 (Banco Mundial). Los resultados fueron significativos: el PIB mundial se triplicó entre 1980 y 2008, la pobreza extrema se redujo del 36% al 10% (según el Banco Mundial), y países como India y Corea del Sur emergieron como potencias económicas.
Sin embargo, aunque la economía mundial se integraba, siempre hubo bloques y países que no jugaban con las mismas reglas de la libertad comercial y económica.
Las políticas económicas de China que han sido señaladas como contrarias a las reglas del comercio mundial, con un modelo político autoritario y sin democracia, sus dirigentes suelen poner en práctica acciones que distorsionan el mercado.
Al gobierno chino se le acusa de otorgar subsidios masivos a industrias estratégicas (como vehículos eléctricos, semiconductores y acero), lo que reduce artificialmente los costos de producción y permite a sus empresas ofrecer precios más bajos que la competencia global. También China ha sido acusada de exigir a empresas extranjeras que operan en su territorio, que transfieran tecnología a socios locales como condición para acceder al mercado. Esta práctica, denunciada por Estados Unidos en 2018, fue parte de la base de los aranceles impuestos por la administración Trump en su primer periodo.
Además del robo de patentes y generar productos falsificados, China ha sido acusada de vender productos por debajo del costo de producción (dumping) en mercados internacionales, particularmente en sectores como el acero y los paneles solares. Esto desplaza a los competidores y distorsiona los mercados. Históricamente, China ha sido criticada por mantener el yuan infravalorado para favorecer sus exportaciones, aunque esta práctica ha disminuido en los últimos años. Un tipo de cambio manipulado actúa como un subsidio implícito a las exportaciones, perjudicando a los competidores.
En la realidad, estas conductas reflejan que no existe el comercio libre y de reglas claras. De ahí el vertiginoso cambio que está generando la administración de Donald Trump, quién, por cierto, recibe críticas muy parecidas a las que en su momento recibieron Reagan y Thatcher en los 80s.
La crisis financiera de 2008 marcó el inicio del declive de la globalización económica, exacerbado por tendencias geopolíticas, económicas y sociales. La crisis de 2008 generó desconfianza en los mercados globales. Varios países comenzaron a priorizar sus intereses nacionales.
La tendencia se consolidó cuando Reino Unido se salió de la Unión Europea en 2020. Además, políticas populistas como las de Pedro Sánchez en España, donde el Estado interviene y dirige a la economía y a la sociedad, dando pasos muy parecidos a los regímenes latinoamericanos como el de Brasil, con Lula. También la India y parte de Europa han adoptado medidas proteccionistas, priorizando la producción local.
Pero lo que ha venido a poner fin a la era de la globalización es sin duda, la guerra comercial entre EU y China. Las sanciones a Rusia tras la invasión de Ucrania en 2022; y los conflictos en Oriente Medio, han terminado por fragmentar la economía global en bloques.
Los entes globalistas como la OMC han perdido relevancia debido a disputas sobre reglas comerciales, y el FMI enfrenta críticas por su incapacidad para abordar desigualdades.
La guerra de los aranceles es apenas el primer paso de este cambio geopolítico y sus consecuencias aún son impredecibles. Lo que es una realidad es que hay también una guerra de relatos en los medios, donde la mayor crítica se la lleva Donald Trump, porque casi ningún medio de occidente repara en la maquinaria China que ve con ojos fríos al mundo, y por supuesto nadie en China se atrevería a criticar la ruta marcada por el partido comunista y sus prácticas autoritarias: allá no hay CNN, ni un NBC News que ejerzan su libertad para criticar el relato dominante.
Somos testigos de una nueva era global, aun con muchas interrogantes.
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