Repensar la educación III

El fin esencial de la educación es formar personas con carácter. El carácter consiste en lograr personas con principios básicos y sólidos porque defienden la verdad y el bien, capaces de amar y dispuestas a asumir responsabilidades respecto a sí mismos y hacia los demás, y por todo eso pueden establecer relaciones seguras y confiables.

Una persona con carácter piensa, elige y actúa congruentemente con el bien y de acuerdo con su papel en la sociedad. En definitiva, tiene armonía interior y también cumple con sus obligaciones en los distintos grupos sociales donde convive. La sociedad más incisiva para lograr esta armonía es la familia. El carácter se forja en las relaciones interpersonales estables. Aprender a amar y respetar a los demás es esencial para desarrollar un carácter fuerte.

Debido a esa solidez interior es lógico concluir que la familia es el ámbito más apto para cultivar, conservar y gozar los efectos del carácter. Es la primera sociedad donde se satisfacen las necesidades propias de las personas y por ese motivo es la más adecuada para incidir en las personas. Pero es la familia genuina: defiende el bien y destierra el mal.

Además, como la proliferación de las familias originó a la sociedad, en eso está el motivo de considerar a cada familia como una célula de toda sociedad. A partir de esta evidencia es lógica la relación de la educación familiar y las políticas educativas. Los valores de cada familia construyen una sociedad fraterna, justa y solidaria. A la vez, la familia ha de demandar el apoyo al buen gobierno, especialmente en el terreno educativo.

En el artículo pasado vimos la importancia de la colaboración de la educación familiar con la educación de la escuela. En este veremos la prioridad de la educación familiar en la formación del carácter. Prioridad no excluye la ayuda de la educación en la escuela, pero en este tema la familia es más importante. De hecho, este es uno de los argumentos sobre la importancia de la familia.

Al final del milenio pasado y al inicio de este es necesario recordar el vigor de la enseñanza de Juan Pablo II sobre este tema. Incluso inspiró renovados modos de fortalecer a la familia y de poner como meta primordial la de formar el carácter de las personas. Toda esta fundamentación la podemos encontrar en sus catequesis sobre la familia y también en su Exhortación apostólica “Familiaris Consortio”. 

En su “Carta a las Familias”, el Papa Juan Pablo II señaló que el modelo antropológico contemporáneo se había alejado de la verdad plena sobre el ser humano. Si entonces no lo vimos. ahora experimentamos constantemente los efectos tan nocivos de esta triste realidad. El autoconcepto se ha desdibujado, entonces el Papa lo señaló. Hoy concluimos: la familia se ha debilitado pues a ella le corresponde apoyar ese aspecto.

Sin conocer la propia identidad el carácter pierde su punto de apoyo. La formación del carácter es posible en un ambiente favorecedor de lo auténtico, y un ambiente que no falla es aquel donde la persona es comprendida en su esencia. Por eso es más apta para fomentar las correcciones. 

Los resultados se garantizan si la familia cuida su unidad. La fidelidad es indispensable para que las relaciones de las personas que integran la familia sean profundas y estables. Esto fundamenta el amor auténtico, la unidad y la dignidad. Evita percepciones erróneas. Esto deja huella en el autoconcepto de las personas, pues concreta el modo de percibirse, de valorarse, y las lleva a ser decididas y sociables.

Por todos estos motivos es lógico que la formación del carácter empiece en casa, empiece pronto y así también se inicie el cultivo de las virtudes necesarias.

Como es muy grande el tesoro, la disciplina es imprescindible para conseguir el buen enfoque de ciertas dificultades que pueden surgir debido de la cercanía por compartir espacios o al modo de aprovechar los lugares, también pueden afectar las normas establecidas. Todas estas experiencias han de forjar la convicción de la bondad de sacrificarse por el bienestar de los demás.

Sin embargo, estas experiencias pueden entenderse si captan el verdadero concepto de la libertad, muy distinto a confundirla con independencia. Por lo tanto, un aspecto importante de la educación del carácter implica enseñar que la verdadera libertad no es hacer lo que se desea, sino asumir voluntariamente responsabilidades y compromisos. La libertad entendida como una mera opción individualista fragmenta al individuo y le impide comprometerse dignamente.

Una manifestación del cuidado de la verdad consiste en emplear el lenguaje apropiadamente. En la actualidad se utilizan las palabras de manera simbólica y por esa razón confusa y poco a poco se difumina el mensaje. A su vez cuidar el bien requiere de la honestidad en las acciones.

La familia tiene una responsabilidad vital pues al enseñar a ser fieles a los principios y convicciones, los miembros de la familia han de ejemplificar las enseñanzas siendo fieles entre sí. Sólo así se puede contar con personas íntegras, sólidas moralmente aún ante críticas e incomprensiones.

Esta formación ha de fortalecerse en la escuela y sostenerse en la sociedad. Por eso las familias han de elegir la institución educativa que prolongue en sus hijos la que han iniciado, y exigir el entorno moral en la sociedad, para preservar las buenas costumbres. Este tema abre a variadísimas acciones en colaboración con otras familias.

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