Como parte de la polarización que estamos viviendo, hay un fenómeno que ha ganado relevancia en la vida política y social del planeta, es la llamada cultura de la cancelación. Se le llama así porque evita el debate de ideas. Busca imponer un pensamiento único aplicando deliberadamente el estigma y la censura, o lo que es peor, el insulto, que se le aplica al que no piensa igual que las élites dominantes.
En nuestra era se ha abandonado el instrumento del “diálogo” que se propagó en Atenas, que consistía en confrontar ideas con argumentos racionales, siempre con la intención de llegar a la verdad. Gracias a ese ejercicio la civilización llegó a occidente a través de la cultura griega y su filosofía; y al combinarse con el derecho romano, el mundo caminó hacia sistemas de convivencia social más avanzadas.
Ahora el planeta vive momentos irracionales que elevan las emociones para agredir o defender puntos de vista. Minorías ideológicas muy poderosas han empezado a propagar la idea de un pensamiento único, y al que no piense como ellos se les etiqueta, como lo hacían los nazis, a personas o grupos sociales. Se les califica aplicándoles el sufijo “fobo”, para indicar que los que no piensan como ellos sienten miedo u odio. Y con esa etiqueta se les silencia. La paradoja es que los que proclaman la “diversidad” no toleran la diversidad de pensamiento y prefieren silenciar al disidente antes que debatir. Se evita así, el desafío que obliga a reflexionar y responder con argumentos.
Los que proclaman “tolerancia” se vuelven intolerantes, aplicando lo que se refleja en una nueva intolerancia que debilita la libertad de expresión y el intercambio intelectual de opiniones o propuestas. Lo que buscan estas poderosas minorías es un control moralista sobre el discurso.
Ahora es más fácil encontrar financiamiento para las organizaciones de la sociedad civil, por parte de organismos financieros internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial, el FMI y demás fundaciones globales, siempre y cuando a tu organización o empresa, le agregues los términos de buscar la diversidad, la tolerancia y la inclusión. Aunque en los hechos se te pide ser intolerante, no diverso, y no incluyente. Por el contrario, se busca que te sumes al pensamiento único que promueven estas organizaciones que suelen difundir con bastos recursos la llamada cultura wok. Si no es así, te quedarás sin fondos.
El debate público, entendido como el intercambio de ideas, argumentos y propuestas en un espacio colectivo, tiene raíces profundas en la historia de la humanidad, evolucionando con las formas de organización social, política y tecnológica. Desde hace miles de años se usó el debate para superar diferencias en las organizaciones sociales y en la comunidad. Es en pleno siglo XXI, donde este instrumento se está abandonando para dar paso al pensamiento único.
El debate público surge con fuerza en la Atenas democrática. La “ecclesia”, la asamblea de ciudadanos, era un espacio donde se discutían leyes, políticas y decisiones colectivas. Filósofos como Sócrates, Platón y Aristóteles sentaron las bases del diálogo racional, usando la dialéctica para cuestionar ideas y buscar la verdad.
El Senado romano y los foros públicos ampliaron esta práctica, donde los ciudadanos (aunque limitados a ciertas clases) debatían leyes y políticas. Cicerón destacó como un maestro de la oratoria, combinando lógica y emoción para influir en la opinión pública.
Ya en esta época moderna, la radio y la televisión transformaron el debate público al priorizar la imagen y la emoción sobre la argumentación profunda. Debates presidenciales televisados, como el de Kennedy-Nixon en 1960, marcaron un hito en cómo se consumían las ideas políticas.
La paradoja es que internet y las redes sociales, han tergiversado el debate público. Plataformas como X permiten que cualquier persona participe en tiempo real, democratizando el acceso, pero también generando ruido, desinformación y polarización. Los algoritmos tienden a crear “cámaras de eco”, donde las personas se exponen solo a ideas que refuerzan sus creencias, dificultando el diálogo constructivo. El impulso a la cultura de la cancelación dificulta también el consenso, y los debates a menudo se convierten en enfrentamientos emocionales y no racionales.
El debate público nació como una herramienta para resolver conflictos, tomar decisiones colectivas y buscar la verdad, desde las asambleas griegas hasta los hilos de X. Debatir con argumentos, razones y escuchar es una práctica que urge rescatar como nunca en la historia de la humanidad.
Con el rey Herodes, Jesús no conversó. El rey estaba tan sumido en sí mismo y su decadencia moral no permitía el espacio para las ideas. Pero el eterno Galileo cambió cuando tuvo enfrente al procurador romano Pilato. Un espacio para el diálogo se abrió en medio de la tormenta:
Pilato : Entonces, ¿eres rey?
Jesús : Tú lo dices: soy rey. Vine al mundo para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz.
Pilato : ¿Y qué es la verdad?…
La búsqueda de la verdad es parte del diálogo, del debate y no su cancelación.
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