¿Cómo mejorar aún más la calidad de la enseñanza y forjar con más rigor el carácter de los alumnos? ¿Es posible?
Dos eventos de los últimos días que merecen una reflexión, aunque sea breve.
El suicidio de una alumna del ITAM
Trágico por donde se vea. Por ser una chica valiente (no cualquiera se atreve a entrar al ITAM), valiosa y prometedora. Es fácil acusarla de ser parte de una “generación de cristal”. También es fácil acusar a la familia, al sistema, a una escuela o a los profesores. A uno en particular, una de las “joyas de la corona” de los profesores del país. Hasta un desbalance en la química del cerebro puede causar un suicidio. Ciertamente es un ataque brutal a la vida, pero no debemos apresurarnos para condenar a la suicida. Ella será recibida por la misericordia infinita de Dios, que sanará sus heridas y limpiará sus lágrimas.
De su familia, solo hay que desearle que puedan absorber este impacto. En mi familia hubo un suicidio en la generación de mi abuela, y era un tema que todavía causaba dolor décadas después. Sus compañeros y profesores también están dolidos. La administración del ITAM ha emitido una carta, con medidas preventivas. Los alumnos insisten en un paro. Desgraciadamente, llegan tarde. De las medidas preventivas, hay poco para los profesores, que no son especialistas para detectar una intención suicida con anticipación.
La solución de los alumnos, al menos en la comunicación, parece ser reducir el rigor en la enseñanza que ha dado fama al ITAM y a sus egresados. La petición de retrasar los exámenes indica que no es claro para ellos que la enseñanza no solo transmite y evalúa contenidos, sino que forma hábitos y forja el carácter. Y esto cuesta, en términos de tiempo, fuerzas físicas y… estrés. Mucho estrés. Un tuitero se preguntaba: “¿Cómo mantener la calidad de la enseñanza, sin agobiar a los alumnos?”.7 No sé si sea posible. Yo iría más allá: ¿Cómo mejorar aún más la calidad de la enseñanza y forjar con más rigor el carácter de los alumnos? ¿Es posible?
Las medidas preventivas no pueden ir más allá de contener los suicidios. En un hospital de enseñanza en México, en los aposentos para los médicos que están cursando las diversas especialidades y subespecialidades, hay barrotes en las ventanas para evitar los suicidios. Una medida preventiva, que habla volúmenes de la situación de alumnos sujetos a guardias de 30 horas continuas sin que se reduzca la carga de estudio, tareas, investigación y exámenes. Sin palabras, el mensaje es: “Si va a suicidarse, que no sea aquí”.
Nada ganamos con polarizar la situación separando a la comunidad en “generación de cristal” y “terroristas académicos”. Los alumnos deben recibir, además de apoyo psicológico, apoyo pedagógico para mejorar sus hábitos de estudio y aprovechar mejor sus estilos de aprendizaje, que son muy diversos. A los profesores hay que capacitarlos para asesorar a los alumnos que están quedándose atrás y ver que hagan lo necesario para tener éxito sin perder el rigor y la calidad del aprendizaje.
¿Qué hay un costo? Seguro. Significa más tiempo para los alumnos, más tiempo para profesores que, en muchos casos, solo se les paga por sus horas de trabajo frente a su grupo, y para las autoridades de la universidad que tienen que absorber costos adicionales con cuotas que, en el caso del ITAM y otras universidades de excelencia, ya son altas. La solución no es reducir la calidad. La solución no es únicamente evitar suicidios o terapias psicológicas. No tengo la solución. Pero puede construirse uniendo los talentos de profesores, asesores externos y alumnos.
Los inspectores laborales del TMEC
La comidilla de la tercera semana de diciembre ha sido el caso de los adjuntos que supervisarán la aplicación de nuestras leyes laborales. Inspectores que aprobó el negociador mexicano del T-MEC y un Senado al que le urgía aprobar en horas este tratado. La repulsa ha sido amplia y se acusa al negociador de EE. UU. de haber “chamaqueado” a nuestro negociador. Hubo rechazo, críticas a los perversos funcionarios de Donald Trump, explicaciones lastimosas de una oposición que fue incapaz de detener el daño y todo se cierra con la declaración de que entendimos mal. Los adjuntos, nos dicen, solo asesorarán a los mexicanos. A los que ya somos viejos esto nos recuerda que la guerra entre Vietnam y los EE. UU. empezó mandando asesores militares a ese país, los cuales se suponía que no participarían en las acciones de guerra. El resto, usted lo sabe.
Lo que no se ha mencionado ni por el gobierno ni por la iniciativa privada es que, si cumpliéramos nuestras propias leyes labórales, nada deberíamos de temer de los inspectores. Cuando nos molestan tanto las inspecciones es porque no estamos preparados para hacer valer la reforma laboral. Podríamos haber pedido un plazo, como se hizo en otros temas en el TLC. Pero no, se partió de la ficción de muchos gobiernos de que, cuando la ley se promulga, en automático la solución está dada. Y el mundo no funciona así.
¿Por qué no creamos un plan para que, en un plazo razonable, podamos cumplir nuestras propias leyes laborales? ¿Qué se requerirá para que nuestros socios nos tengan la confianza de que las cumplimos? Son preguntas duras. Ojalá encontremos las respuestas.
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