El “mal menor” es la elección de un mal, pero conscientemente decidido con el objeto de impedir males mayores. Es ceder y permitir un mal que no es tan grave. Pero no hay que olvidar que se trata de un mal.
Qué es el mal
Todos experimentamos males y de distintas especies: un dolor físico, la pérdida de un documento que necesitamos entregar para conseguir un beneficio, ser testigos de una mentira que hace castigar a un inocente. Por lo tanto, no podemos negar que el mal existe. Lo experimentamos y nos hace sufrir.
Muchas religiones primitivas, sin fundamentos filosóficos, llegaron a ver a un dios perverso como la causa de los males del mundo. Esas religiones admitían dioses buenos y dioses malos. Así pudieron explicarse un sinnúmero de desgracias ocurridas en la naturaleza o actos malvados debidos a personas cuyo vasallaje lo entregaban a esas deidades temibles.
La verdad es que el mal no está personificado, el mal es una privación o una ausencia. Privación es cuando una criatura carece de alguna peculiaridad que le es propia, por ejemplo, contar con músculos flácidos, les falta la fuerza y la flexibilidad para facilitar los movimientos. Ausencia es cuando alguien nace sin extremidades inferiores, no podrá caminar como los demás.
Esto nos explica que el mal no es un personaje, sino que el mal se da en cualquier criatura con alguna carencia, y esa carencia ya es un mal. Pero, además, cuando se actúa en un terreno donde esa carencia no debería tenerse, porque es necesario tener lo que falta para lograr buenos resultados. En esas condiciones no se debe actuar, y si se hace se provoca un mal, si quien actúa tiene uso de razón y sabe lo que provocará ya es más grave el acto. Por ejemplo, cuando un daltónico acepta el encargo de dosificar unas pastillas por sus colores a un enfermo.
La tentación del atractivo del mal
Si hablamos de tentación, quiere decir que el mal no es una realidad que provocan otros, sino que también uno mismo ocasiona males y los sufre y hace sufrir. Además, muchas veces, al ser testigo del sufrimiento que provoca hace el propósito de no volver a cometerlo, sin embargo, a pesar de ello lo vuelve a hacer. Fallan los propósitos, y vuelve a causar ese mal
La causa general de poder provoca males es la voluntad libre, porque en sus elecciones hay disyuntiva entre el bien o el mal. La causa concreta de provocar un mal es el mal uso de la libertad: no elige el bien. Este mal modo de la voluntad puede ser grave y muy grave. En el primer caso se trata de querer salirnos con la nuestra, por ejemplo, adelantándonos a conseguir un beneficio que merecía otra persona. El mal muy grave es el que causamos porque nos queremos vengar o porque no soportamos al otro y hacemos el mal con la intención concreta de provocarle ese sufrimiento.
Por lo tanto, muchas veces la persona ocasiona males para conseguir un bien ilícito como puede ser vengar el orgullo herido o humillar a alguien a quien admiran sólo por envida. En estos casos la persona se deja llevar por sus malas inclinaciones: fortalece sus malas inclinaciones y daña a terceros.
El problema del mal menor
Hay males más graves que otros, como hemos visto. Cuando se habla del “mal menor” se hace referencia a la elección de un mal, pero conscientemente decidido con el objeto de impedir males mayores. Es ceder y permitir un mal que no es tan grave. Pero no hay que olvidar que se trata de un mal.
El mal menor tiene relación con la tolerancia en su sentido más específico pues consiste en permitir algún mal cuando existen razones proporcionadas. Aunque por tolerancia también se entiende la disposición indulgente y comprensiva ante modos de pensar o de actuar distintos a los de uno. Esto último hace referencia al respeto a la diversidad de puntos de vista y al reconocimiento de los derechos fundamentales de toda persona, derivados de su dignidad.
En algunas circunstancias puede ser moralmente lícito permitir un mal –pudiendo impedirlo–, siempre y cuando se tenga la seguridad de obtener un bien superior, o para evitar males mayores. Es más, a veces, puede incluso ser reprobable impedir un mal, si con ello se producen directa e inevitablemente desórdenes más graves. Pero, hay que tener claro que no se trata de causar el mal menos, ese ya existe, pero se tolera para impedir males mayores.
Por lo tanto, no se trata de hacer un mal para obtener un bien. Hay conciencia de que existe un mal, por lo tan tampoco es relativismo: no se confunde ese mal con algo bueno, ni tampoco olvidar que hay criterios firmes y asegurar que en esas circunstancias aquello puede convertirse en bueno. Tampoco es indiferencia y pensar que aquello lo sufrirán otros. Por eso, el mal menor debe desaparecer cuando ha pasado el peligro de sufrir peores males. El mal menor ha de sustituirse por un bien.
Sobre este tema, Tomás de Aquino señaló que la aplicación del mal menor compete fundamentalmente a quienes administran la justicia. Esto equivale a exigir que todo legislador sea prudente y sabio. En la familia legislan los padres, en una empresa el director, en un país el presidente con sus respectivos colaboradores.
Por ejemplo, unos padres de familia pueden decidir que un hijo abandone los estudios porque los compañeros del grupo de la escuela a la que asiste lo tienen sojuzgado y no tiene el vigor de afrontarlos. En este caso, el mal menor es temporal porque volverá a clases el siguiente curso académico.
En una empresa el director puede tomar medidas para jubilar a un trabajador que ha prestado grandes servicios, pero que ante los adelantos científicos o tecnológicos su capacidad ya es limitada y frena el trabajo. Tratará de recomendarlo en otra institución donde pueda estar mejor adaptado.
En un gobierno se puede negociar con personas de honestidad dudosa pero que son los únicos proveedores de una materia prima que no existe en el país. Este negocio requerirá una supervisión puntual para que se cumplan los contratos y, tratar de producir esa materia prima lo más pronto posible, para impedir negociaciones con esas mismas personas.
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