El cada vez más próximo 29 de marzo se cumplirán veinticinco años del fallecimiento de un personaje cuya vida, patriotismo y entrega a sus ideales católicos llenan gran parte de la historia de la Iglesia en el México del siglo XX: Salvador Abascal.
Quien en el futuro se decida a escribir la historia de la Iglesia en México, al llegar al siglo XX y tratar acerca de la lucha de los católicos por defender la libertad religiosa, necesariamente, habrá de tomar como punto de referencia a este personaje.
Fue en Morelia –la antigua Valladolid de la Nueva España- donde nuestro personaje vino al mundo un 18 de mayo de 1910.
Crece y se forma en el seno de una familia numerosa donde el catolicismo que allí se profesaba no era un simple toque social de distinción sino que entrañaba el firme compromiso de vivir coherentemente, o sea, sin que existiera un divorcio entre la Fe y la vida.
Hombre culto –abogado egresado de la Escuela Libre de Derecho- Abascal desde muy joven tomó plena conciencia de cómo, gracias a la fe católica sembrada por los misioneros españoles, México se había integrado como nación.
Y también tomó conciencia de cómo, desde mucho antes de la independencia, fuerzas oscuras luchan por desintegrar a la nación mexicana tanto en lo material como en lo espiritual.
Salvador Abascal era un intelectual de altos vuelos, razón por la cual no le costó mucho entender que los abundantes talentos que Dios le había prestado no eran para lucirlos vanidosamente sino más bien para hacerlos fructificar al ciento por uno.
Y fue así que se le vio, en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Cristera, fundando y presidiendo el Sinarquismo, impresionante movimiento de masas con el cual se pretendía devolverle a México el alma que le había sido arrebatada desde la expulsión de los Jesuitas en 1767.
Gracias a la valentía de este católico militante, se logró, entre otras muchas cosas, que en 1938 se reconquistara la libertad religiosa en el estado de Tabasco, en donde imponía su capricho Tomás Garrido Canabal, un sangriento cacique que contaba con todo apoyo del presidente comunista Lázaro Cárdenas.
Fue por aquellos años cuando, deseando completar la obra civilizadora que los Jesuitas habían dejado inconclusa en la Baja California, Abascal se decide a fundar en medio del desierto una auténtica comunidad cristiana que fue bautizada con el muy significativo nombre de “María Auxiliadora”
Una obra que hubiera dado frutos en todos los órdenes –incluso en el relativo al progreso material- pero que fracasó debido al sabotaje de un puñado de envidiosos y traidores que se había infiltrado en el Sinarquismo.
Decepcionado, Abascal regresa a la Ciudad de México y es a partir de 1944 cuando se hace cargo de la Editorial Jus.
Una nueva etapa en su lucha en defensa de la patria y de la religión.
Una nueva etapa que –a diferencia de la anterior- sería discreta, casi imperceptible, pero que, a largo plazo, daría frutos sorprendentes.
Nos referimos a su trabajo como editor tanto en la Editorial Jus como en la Editorial Tradición, empresas en las cuales –durante más de medio siglo- publicó infinidad de obras que ayudaron a formar a miles de personas que hoy en día son ciudadanos ejemplares, católicos piadosos y respetables guías de la opinión pública.
Y al mismo tiempo que editaba, Abascal ponía también granos de su propia cosecha.
Y fue así que lo vimos escribiendo libros en los cuales atacaba al progresismo religioso, desenmascaraba a los falsos tradicionalistas, defendía la infalibilidad del Papa, rectificaba los errores con los que se ha pretendido confundir la Historia de México, censuraba al Sistema del PRI-Gobierno y analizaba los problemas del momento.
Todo esto trajo como resultado una completísima visión de las causas reales de las desgracias de México.
Quien desee conocer las verdaderas causas por las que México se encuentra hundido hasta el cuello en el pantano, necesariamente, habrá de consultar las obras de Salvador Abascal.
Unos libros que poseen una característica que ningún otro autor le da a sus obras: En vez de limitarse a narrar fríamente los acontecimientos, Abascal hace un profundo estudio sicológico de cada personaje, con lo cual el campo de visión del problema se amplía enormemente.
Un hombre que, a pesar de ser ya de avanzada edad, no cesó ni un segundo en su lucha en defensa de la Iglesia y de la Patria.
El hecho de que en nuestros días en México existan líderes católicos que no se avergüenzan de su fe dando la batalla, en mucho se debe a esa labor callada pero tenaz que a don Salvador le llevó más de sesenta años.
Don Salvador Abascal, maestro de maestros y jefe de jefes, llegó hace un cuarto de siglo a la Casa del Padre como llegan todos los valientes: Con la frente alta que caracteriza a quienes tienen la satisfacción de haber sido siempre fieles a su vocación.
Don Salvador Abascal, mi gran amigo, maestro y consejero, fue el editor que creyó en mí al publicar en 1976 mi primer libro: La Cruzada que forjó una Patria.
Don Salvador falleció el 29 de marzo de 2000 y comentando su deceso, el Padre Manuel Ignacio Pérez Alonso, S. J. me dijo lo siguiente: “Su entrada en el Cielo ha de haber sido apoteósica”
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