En un mundo empresarial en el que es tan complejo institucionalizar lo que funciona como cambiar lo que no funciona ¿qué hacen las empresas que han optado por la experimentación perpetua?
En una junta determinada, al escuchar un problema o un reto de la organización, te viene a la mente una representación mental de algo. Ese algo lo visualizas como una solución alternativa o como el camino natural a seguir. Te ha brotado la idea.
Tan oportuna y atinadamente como esté a tu alcance, la verbalizas. Naturalmente provocas una reacción en quien te escucha. La idea es filtrada con una variedad de contra y supra pensamientos. Con sus respectivos lentes intelectuales, tus contrapartes se debaten desde la opción de ignorarla hasta el deseo de arroparla con entusiasmo y arrojo.
Las preguntas eternas en cualquier organización saludable suelen ser ¿cómo procesar las ‘n’ ideas surgidas en múltiples espacios y momentos? y ¿cómo discriminar adecuadamente para distinguir aquellas que muestran méritos teóricos de aquellas que prueban resultados prácticos? Una de las opciones está en la experimentación.
En su definición más simple, experimentar es hacer pruebas que provoquen un fenómeno en unas condiciones determinadas, con el propósito de analizar sus efectos o de verificar una hipótesis.
En un mundo empresarial en el que es tan complejo institucionalizar lo que funciona como cambiar lo que no está funcionando, ¿qué hacen las empresas que han optado por la experimentación perpetua? Aquí 3 inconfundibles rasgos para la reflexión:
1) Experimentar todo el tiempo sí, pero todas las ideas no.- Y es que una cosa es instituir pruebas continuas en múltiples frentes para monitorear eficacias, complejidad y efectos y otra es pretender que cualquier ocurrencia matutina reciba recursos para ser probada.
Las organizaciones con ADN experimental definen parámetros mínimos tanto para experimentar con inmediatez, como para madurar y, en su caso, desechar ideas a las que no se les ve factibilidad para el objetivo buscado.
2) El juicio de valor debe enfocarse en los resultados.- Los esperados, los parcialmente obtenidos y los no esperados. Todos deben ser evaluados por sus méritos o deméritos.
Las organizaciones con ADN experimental analizan los efectos que producen los experimentos autorizados y evalúan todas las métricas a su alcance para comprobar, corregir, pulir o escalar cada idea a la luz de sus estrategias corporativas.
3) Por cada éxito presumible hay ‘n’ fallas a explicar.- La experimentación no lleva automáticamente a la validación. La construcción de resultados positivos y rentables a partir de ideas en experimentación es un proceso azaroso y a veces largo.
Las organizaciones con ADN experimental saben decir ‘nos equivocamos’ o ‘mal juzgamos’ determinado hecho, de manera tan explícita como se presumen los resultados positivos.
En el fondo, cualquier suma de experimentos en una organización ágil y proactiva pretende llevar una idea con cierto mérito original a su versión más perfecta posible. Pretende mostrar, a propios y extraños, que la idea produce resultados funcionales, positivos y que nutren, directa o indirectamente, la rentabilidad del negocio.
Así, entre el ‘estatus quo’ que muchos defienden y el cambio responsable que otros promueven, siempre está la opción de la experimentación progresiva y escalable.
Bien dicen los que saben que las decisiones inteligentes no requieren planes ultraperfectos, sino la ejecución continua de experimentos prácticos y funcionales.
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