La seguridad seguirá siendo un pendiente de este gobierno con los mexicanos y el secretario responsable no tiene resultados que ofrecer. Pronto veremos que a Alfonso Durazo se le congelará la sonrisa.
Alfonso Durazo está feliz, feliz, feliz. Siente que el arresto de Genaro García Luna es tanque de oxígeno para su malogrado trabajo. Considera que la detención del que fuera titular de seguridad en el sexenio antepasado justifica su ineptitud. Se equivoca. El estacazo al plan de seguridad desarrollado en el sexenio 2006-2012 es evidente. Pero el golpe asestado por los norteamericanos no tiene nada que ver con el pleito AMLO-Calderón ni con el debate nacional en torno a la inoperancia de este gobierno en términos de seguridad. En eso equivocan la lectura. El golpe estadounidense es a México, al actual, sin importar el partido que gobierne. Por supuesto, no minimizo el escándalo nacional, la indignación de muchos, el asombro de otros, la preocupación de todos. Cualquier delito del que sea culpable García Luna, arrojará vergüenza sobre los gobiernos en que trabajó.
Por cierto, hay que decir que –según los datos hechos públicos sobre las investigaciones– el asunto se remonta a 2001, al gobierno de Fox, del cual Durazo era secretario particular del presidente de la República y el jefe de García Luna llegó a ser Alejandro Gertz Manero, actual fiscal general. Ahí comenzó el estrellato policial que se coronaría en los años siguientes. Así que debiera de tener cuidado don Alfonso en echar las campanas al vuelo.
Poner una discusión nacional como causa de la detención del exfuncionario mexicano es una seria equivocación. Parece que el presidente López Obrador sí lo entendió y se ha movido con cierta cautela. Su secretario de Seguridad no lo ha entendido de esa manera. Cree que es un triunfo de él, y que legitima su trabajo. No es así. Al contrario, en la campaña presidencial del año que entra en Estados Unidos se hablará de la corrupción y de la inseguridad en México, no se hablará de Calderón ni de López Obrador (hay que recordar que el mexicano más famoso en el mundo es el Chapo Guzmán, no nuestro presidente). Se hablará del muro, de los migrantes, de la droga que pasa por aquí para quedarse allá, del dominio criminal en amplias zonas del país, de la influencia de la delincuencia organizada en la vida política del México. Esos son los temas que les interesan, no los efectos de “la larga noche neoliberal”, la herencia conservadora o el nuevo partido de Calderón. Es el problema de ser monotemáticos, cuesta trabajo entender otra conversación.
Si Durazo analiza los dichos y acusaciones con base en testigos protegidos o acusados, es posible que él pase algún día por esas escandalosas zonas de la justicia estadounidense. Esta semana ha circulado profusamente en redes sociales una foto de la escritura de un terreno que Alfonso Durazo le vendió a un hijo de Amado Carrillo; fue su responsabilidad la fuga de Ovidio, el hijo del Chapo Guzmán, en el desastroso operativo de octubre, que culminó con la toma de Culiacán por parte del cártel sinaloense para rescatar a su jefe. Esas imágenes le dieron la vuelta al mundo y se habló de México y del narco, y del hijo del Chapo y de la incapacidad del gobierno para enfrentar a la delincuencia.
Claro, la discusión sobre el modelo de seguridad, por lo pronto, la han perdido los que querían un retorno. Pero eso no significa que la haya ganado Durazo con su abulia. La discusión quedará pendiente, pero continuará con otros actores y otras perspectivas porque la seguridad seguirá siendo un pendiente de este gobierno con los mexicanos y el secretario responsable no tiene resultados que ofrecer. Pronto veremos que a Alfonso Durazo se le congelará la sonrisa.
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