Los hombres no sabemos el día que la muerte escribió para nosotros. Sólo Dios lo sabe.
Me detengo a mirarte con la sorpresa del primer día, con la añoranza de todos los tiempos, con los pensamientos ni antiguos ni modernos, con lo eterno que jamás se sacrifica a lo actual, que trasciende al tiempo y al espacio.
Como la poesía, como la vida misma que pasa la estafeta a otras manos, para empezar una obra nueva. Tiempos hay de acometer y tiempos de reiterarse.
Me detengo, incrédula y emocionada, ante tu lecho, en este día difícil de mi madurez. Ni siquiera sé quién eres, si eres varón o mujer, porque te confundes con otras respiraciones que duermen acompasadas a tu lado.
Y miro tus manos sonrosadas; tu pelo excesivo y necio, tus ojos cerrados que aún no se acostumbran a la luz que descubrieron hace tan poco tiempo. Quizá unas horas.
Otros llantos motivan el tuyo, hasta fundirse en uno solo que clama por lo único que te importa en este momento. Las lágrimas son tu lenguaje y tu petición.
¿Quién te llevó en su cuerpo valiente? ¿Quiénes te albergan en su corazón?
Don Quijote se hace presente: “Los hijos, señor, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así se han de querer, o buenos o malos que sean, como se quieren las almas que nos dan vida”.
Te miro, y aunque no te mirara, te imagino enclaustrado, diminuto. ¿De dónde salen esos monstruos que dudan de tu humanidad desde el principio de la vida?
Me regocijo de la felicidad que causas a unos rostros que para mí no tienen identidad. No sé quién eres. Pero sé de dónde vienes y me inclino ante ti, chiquitito, como me inclino ante el sorprendente regalo de la vida.
Ya estás aquí, indefenso; tanto como lo estabas en el vientre. Ahora estás a salvo. Los monstruos sólo cierran su percepción hacia lo que no ven ni tocan. Entiéndelos. Sus sentidos, como tentáculos poderosos, aniquilaron su capacidad de razonar y su humildad para aceptar que siempre fuiste el que eres.
Vives el privilegio de la aceptación. Está a salvo en la valentía de tus padres. No importa a qué mundo llegues, presumiblemente, a la mitad del camino. Los hombres no sabemos el día que la muerte escribió para nosotros. Sólo Dios lo sabe.
Alguna vez aprenderás. Lo importante es que vives.
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