El 8 de Marzo presenciamos, en buena parte del mundo, un espectáculo callejero que dice reivindicar a la mujeres, y denunciar, de paso, el machismo de los hombres blancos heterosexuales. Me pregunto sinceramente si tanto escándalo y publicidad, además de los ríos de tinta que corren por las venas de los periódicos, principales, y progres del mundo occidental; los miles de millones gastados en propaganda en TV, radio y redes sociales; y muchas, muchas las leyes, han servido para evitar el “feminicidio” de una sola mujer, de una sola, a manos de su pareja o de otros actores, por el simple hecho, como dicen las feministas, de ser mujer. (CSW y), Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU.
Los hechos dicen lo contrario: los asesinatos, las vejaciones, los abusos y las violaciones contra las mujeres han aumentado en todo el occidente, -que es donde hay mediciones más o menos precisas- (OSAGI, Oficina del Asesor Especial en Cuestiones de Género), que han servido más para estigmatizar al varón que para proteger a la mujer. En Europa hay un alto porcentaje de inmigrantes ilegales, algunos de los cuales, al amparo de leyes y autoridades condescendientes con criminales violadores, voltean para otro lado, por el pánico de ser acusadas de islamofobia, xenofobia, de discriminación, y de todos esos epítetos que temen los políticos políticamente correctos (invito al lector que tenga ánimos de leer la horrible nota de tres niñas pequeñas, que fueron apuñaladas y muertas en una clase de danza infantil en la ciudad inglesa de Southport por…).
El feminismo, en su primera versión, luchaba por la igualdad de oportunidades de trabajo, de oportunidad en la educación pública, (así conocí a mi amada esposa, que era una chica universitaria), así como la igualdad en el derecho al voto, etc. Esa fue una conquista de los derechos humanos, en clave cristiana, que son los verdaderos, porque solamente nuestra civilización occidental ha podido traducir en la realidad lo que es esencia del cristianismo: el principio por el cual se reconoce (no se crea ni se inventa), en cada ser humano, su eminente dignidad. En otras palabras, podemos decir que lo único en lo que cada ser humano es igual a todos los demás seres humanos que existen, que han existido y que existirán, es en su dignidad, porque, en absolutamente en todo lo demás, somos totalmente diferentes. No solamente los varones nos distinguimos de las mujeres- vive la différence-, sino que todos los varones entre sí y todas las mujeres entre sí somos seres humanos únicos, irrepetibles.
Por lo mismo, no existe manera alguna en la que una mujer pueda convertirse en varón, y viceversa. Si los médicos y sus ayudantes se embarcan en ese tenebroso y lucrativo negocio, que dicen hacer una transición de hombre a mujer o al revés, no solamente está engañando a su paciente y a su familia, y a la sociedad entera, sino que están traicionando el juramento que los obliga a primum non nocere, (primero que nada, no causar daño). Los médicos deberían saber perfectamente que, no solamente los órganos sexuales y las características de cada sexo, revelan lo que está determinado desde su formación en el seno materno, sino que cada una de las células del cuerpo es femenina o masculina. Eso no se puede cambiar, como tampoco se puede cambiar lo que es la esencia de cada sexo: la mujer trans (que es varón biológico) no puede concebir un hijo, así como el varón trans (que es mujer biológica) no puede embarazar a ninguna mujer, ergo, son estériles uno y la otra. Cada transición, sobre todo si daña o corta órganos sanos, es una traición a la profesión y, más aún, a su misión.
Hay una especie de feminismo que dice defender a la mujer pero que, en sus postulados defiende, al mismo tiempo, el aborto (Margerite Sanger, Simone de Beauvoir, etc), como si en los millones de abortos practicados en el mundo desde que fue legalizado en EE UU y en Europa (también en México y en parte de Iberoamérica), no se mataran, al mismo tiempo a millones de pequeñas mujeres en el seno de sus propias madres En China se han abortado millones de mujeres como resultado de sus políticas públicas. Sobre este drama, las “feministas” guardan cómplice silencio. Sin embargo, algunas, se han sentido ofendidas con el transgenerismo, sin mucha convicción, pero han acusado a esa moda que se ha propagado en todo el mundo occidental de lo que llaman, con razón, “el borrado de las mujeres”. Por ejemplo, hombres biológicos, que compiten en deportes femeninos. Hombres biológicos, delincuentes que dicen ser mujeres, exigen ser trasladados a cárceles femeninas. Las autoridades que lo hacen prefieren cumplir con la ley que les da ese “derecho” a los delincuentes, que prevenir lo que sucede después: los hombres biológicos violan a mujeres indefensas, bajo la protección de unos “derechos humanos” inventados por los gobiernos y las legislaturas de los estados.
En Europa, el feminismo ha llegado a extremos tales, que las mujeres musulmanas que emigran a cualquier país, si están sometidas bajo la ley Sharia, ésta obliga a la “ablación”, que es una mutilación de las partes íntimas de la mujer para evitar que sientan placer ¡Eso en Europa! ¿Y las feministas? En los guetos musulmanes, en Europa, se practica el matrimonio forzado. ¿Y las feministas?
En una entrevista que le hace el diario Hispanidad a la Dra. María Calvo, experta en familia e identidad masculina y femenina, maternidad y paternidad, etc., dice lo siguiente: “El feminismo no sólo no defiende a la mujer, sino que, de hecho, la está destruyendo.” Y no sólo a la mujer, sino que “el feminismo podría estar poniendo en jaque los fundamentos de nuestra civilización.”
Lo que hoy vivimos es un feminismo depredador, apunta ella, ese feminismo que nos ha ido desfiminizando. “Nunca imaginamos que nuestra liberación (como mujeres), iba a implicar nuestra destrucción.” Para ella el proceso comienza con el rechazo a la naturaleza de la mujer, “diseñada para traer vida al mundo” y su sustitución por un diseño artificial. “La vida diseñada por el feminismo es una vida autorreferenciada, en la que los hijos son la tiranía de la procreación, como una carga y un problema cuya solución es el aborto”. Y, cuando la mujer decide traer vida al mundo, lo hace sin amor, sin sexo, sin padre, porque la tecnología se lo permite. Los hijos son productos de consumo emocional, no un resultado del amor de los padres” a la vez que alerta sobre el “robo de la masculinidad y de la paternidad” (Seminario Internacional por las familias, 7 y 8 de noviembre de 2023, San José de Costa Rica. Además, la Dra. Calvo es Presidente en España de la European Association Single Sex Education (EASSE).
María Calvo no sólo investiga y enseña en universidades de EE UU y España, también propone soluciones, como “el retorno a la complementariedad entre hombre y mujer, o la puesta en valor de la feminidad creadora.”
Me detengo en una frase de María Calvo: “el feminismo podría estar poniendo en jaque los fundamentos de nuestra civilización”. Yo no diría que podría, sino que está erosionando los fundamentos de nuestra civilización occidental cristiana. La destrucción de la mujer, como dice María Calvo, es el objetivo. Corruptio optima pesima: La corrupción de lo mejor es lo peor. No es la primera vez que lo digo y lo escribo; van muchas veces. También lo repito: la igualdad en dignidad es la única igualdad que existe ente los seres humanos. Hay una desigualdad, sin embargo, entre el hombre y la mujer, que la hace ser a ésta, muy distinta, un ser misterioso, y ese misterio que hace que la mujer sea superior es, sin duda, la maternidad. Ninguna mujer, sin embargo, teniendo o no hijos, deja de tener dignidad y todo mi respeto, ya sea por decisión propia o involuntaria.
Por eso las feministas renuncian a ser mujeres, para ser rebajadas de su excelsa condición, a un ser humano cuya igualdad, piensan ellas, es ser como el hombre, competir con el hombre, al cual se quieren parecer, pero, en vez de eso, se convierten en su mala copia, porque el juego del varón, por lo general, es el poder y el de la mujer es la vida, la belleza, la familia. Lo más excelso, el misterio y poder íntimo y trascendente que sólo ella tiene, aunque no lo ejerza, a veces, porque no quiere, otras, porque no puede, pero nada le quita eso a su condición de mujer, aunque el feminismo o la sociedad quiera destruirla.
Una última precisión: de eso, a que yo proponga que el papel de la mujer es solamente ser ama de casa, es un argumento que no es válido. No, la mujer no pierde su femineidad por salir de su casa. De hecho, el ejemplo por delante: mi esposa, mi hija y mis nueras trabajan y son excelentes madres y esposas. Todo el secreto es saber combinar la maternidad y la educación de los hijos, con los hombres de la familia y su trabajo, siempre a tiempo parcial. Por el contrario, si la mujer lo decide, y las circunstancias se lo permiten, tiene todo el derecho a construir su vida dedicada a su familia; la sociedad necesita de mujeres como estas.
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