Trabajemos para reconstruir el tejido social tan herido de nuestra sociedad mexicana.
Estamos viviendo una época donde se habla de tantos derechos que parecería la época de oro que la humanidad había estado buscando desde sus inicios, porque hay un catálogo enorme de los mismos, muchos de ellos desde luego fundamentales e intrínsecamente ligados a la esencia humana como el primero que es el derecho a la vida misma, a la integridad personal, a la libertad en todos los sentidos relacionados con la dignidad humana, a la salud, a la educación, al libre tránsito etcétera.
Este enorme catálogo que se incrementa a una velocidad sorprendente es bandera de ideologías, de políticos, de gobiernos y de muchas instituciones, y hay tantos a tal grado que de repente unos se oponen a otros, el ejemplo más vivo y dramático de esto es que al derecho a la vida se opone un derecho que llaman de muchas maneras, pero que en términos claros es el derecho al aborto que se ha legalizado en muchos países y es una bandera de muchos grupos políticos y sociales.
¿Pero cómo puede oponerse un derecho a otro derecho y cuál debe prevalecer? Tal vez habrá que reflexionar y llegar a la conclusión de que no todo a lo que llamamos derechos lo son en realidad, y aun los que lo son bajo ciertas circunstancias deben tener un límite.
Pero esta situación se ha reflejado en forma bastante confusa en la piedra angular de la sociedad que es la educación, y que con el tiempo puede llegar a ser la causante de un derrumbe del edificio social y causar una verdadera catástrofe de consecuencia inimaginables.
Hoy todos reclamamos derechos, los más socorridos actualmente son los de la mujer, los de la diversidad sexual, los de los niños, etcétera, y muy pocas personas los analizan a la luz de la ética y de la naturaleza humana para determinar cuales en verdad deben ser catalogados como auténticos y cuales otros son solamente banderas políticas que inclusive pueden dañar a las personas y por extensión a la sociedad.
Pero esto ha llegado hasta las mismas raíces de la sociedad, es decir a la familia misma, y las actuales generaciones en muchos casos están más preocupados a la hora de formar un matrimonio por sus derechos que por el amor, el respeto, la generosidad, el idealismo y la comprensión que deben ser la base de la relación entre los esposos y también con los hijos y entre los hermanos.
Me parece que sería el momento de revisar la educación desde sus bases familiares y escolares para que sin quitar la importancia debida a los auténticos derechos de las personas, hablar también sobre los deberes que se asocian tales derechos, y más aún superar la barrera estrictamente de la justicia para ir por la solidaridad y, más aún por la generosidad, inculcando que sin estas virtudes y el respeto a los demás todo se convierte al final en una simple batalla de intereses, y también una palabra que está tan pasada de moda que escandalizará a más de uno: el sacrificio personal por el bien de los otros.
En el sistema educativo muchos maestros se quejan de que a los niños se les educa demasiado en sus derechos, pero muy poco en sus deberes a tal grado que ya casi no existen los derechos de los maestros para señalar errores e imponer la disciplina que tanto requerimos en esta sociedad, e inclusive muchos padres de familia no son capaces de reconocer que sus hijos presentan muchas veces problemas de conducta que los dañan a ellos y a los demás y, se van sobre los maestros y aun sobre las institucione a quienes amenazan con demandar.
Derechos sí, pero obligaciones y responsabilidad también y, una visión de solidaridad y generosidad para con los demás es algo que nos está haciendo falta, y que debemos buscar la forma de que regrese a nuestro espíritu para que en verdad, cada quién desde el lugar que tenga en la sociedad, sea de autoridad, de empresario, de trabajador, de servidor público, de maestro o en cualquier actividad que desarrollemos trabajemos para reconstruir el tejido social tan herido de nuestra sociedad mexicana.
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