Cuando se destruye una relación, muchas veces o la mayoría de ellas, se realiza en un ambiente desagradable, de ofensas, de acusaciones, de desprecio.
Todo organismo vivo tiene mecanismos de defensa para protegerse contra agresión de cualquier tipo que pueda ocasionar algún daño. Actualmente se habla de un perfil reiterativo en las personas: el individualismo donde se desdibuja la dimensión social de las personas y se subraya lo personal por sobre todo lo demás. Esto provoca personalidades encapsuladas.
Una personalidad encapsulada busca un caparazón que le proteja de todo lo que le resulte desagradable y así sueña con una vida confortable donde entra solamente aquello que garantice la exclusión de cualquier sufrimiento. Cada quien es el portero que deja entrar lo que le place y sin conmiseración excluye lo incómodo.
Sin embargo, personas de este tipo son el producto de una generación que ha provocado unos estilos de vida con las determinadas características que ahora nos llaman la atención. Trataremos de ver los antecedentes que llevan a las personas a fabricar su cápsula sin deseos de salir de ella, porque allí tienen los objetos y los sujetos que les son necesarios.
De vez en cuando comparten lo suyo con alguien pero saben que es esporádico, no desean compartir ni mucho menos donar. Y si no donan los objetos mucho menos desean darse establemente. Si acaso, en algunos momentos de mayor sensibilidad o de algún suceso que los sacude sacan la vena altruista.
Muchas veces este estilo de vida tan generalizado lo siguen personas que no han sufrido serios problemas en su infancia o en la adolescencia, simplemente lo adoptan por querer mimetizarse con lo que hacen los demás, con una frivolidad asombrosa, simplemente porque no tienen el valor de ir contra corriente. Viven al margen de cualquier análisis de la sociedad.
Los problemas de fondo que han llevado a la juventud a vivir el individualismo están en la familia. Pero en la familia donde falta de generosidad de los cónyuges para ayudarse mutuamente y para salir del egoísmo de sólo pensar en sí en primer lugar. También en la huida de los problemas y en el recurso fácil de culpar al otro. En la poca responsabilidad de asumir la paternidad o la maternidad. En dejarse llevar por los problemas económicos y no hacerlos compatibles con la necesaria presencia de los progenitores y sus hijos.
La falta de ayuda mutua entre los cónyuges tiene variadas causas. Si se debe a personalidades tímidas y poco sociables será necesario fortalecer los motivos que les llevaron a contraer matrimonio y fomentar la responsabilidad ante el trabajo que cada uno asume dentro del hogar. Así la timidez disminuye gracias a la revalorización de la importancia de sus obligaciones.
La falta de ayuda mutua entre los cónyuges puede deberse a ser hijos únicos, no es el caso de quienes solamente pudieron engendrar un hijo, sino que deliberadamente eligieron tener sólo uno para experimentar el hecho de ser padre o madre. Entonces el hijo se priva de la experiencia de compartir lo suyo con otros hermanos, por tanto no está fuera del hogar tampoco compartirá, ni cuando contraiga matrimonio. Además le influye el ejemplo de los padres de sólo querer “experimentar” con un hijo, y basta.
Un consejo muy generalizado en terapias superficiales es la de afirmar: “quiérete mucho y cuando hayas conseguido revalorarte entonces podrás querer a los demás”. Esto es falso porque la seguridad o el aprecio de uno mismo se forja también en el servicio cariñoso a los demás pues se fomenta la correspondencia que uno ha propiciado y esto consigue la satisfacción de dar y recibir.
Culpar al otro de los problemas es una injusticia pues no se afrontan las propias limitaciones que con frecuencia ocasionan dificultades. La persona se juzga perfecta y ve a los demás llenos de deficiencias. Por eso se les acusa de cualquier hecho molesto. Una persona así se pone en un plano superior, es incapaz de pedir perdón. Si uno de los cónyuges o los dos son así es casi seguro que destruyan, en poco tiempo, cualquier vínculo que establezcan.
Trivializar o tener miedo a la maternidad y a la paternidad sucede cuando quieren experimentar la procreación no como donación sino como una experiencia de la que no quieren privarse. No piensan en la maravilla de traer un nuevo ser al mundo. Cuando se les pasa la novedad, cualquier dificultad les molesta y huyen. Al huir abandonan al pequeño a su suerte.
Otra causa desafortunada consiste en dar el primer lugar a las cuestiones económicas cuando otras son más importantes. Sin embargo, la tendencia es conseguir más recursos materiales aunque se abandone a los más débiles del hogar: los hijos, a quienes les urge la cercanía de sus padres. Necesitan del cariño y la cercanía de la madre y del padre.
Con todos estos hechos, los niños y los jóvenes no tienen referentes de convivencia sana por lo tanto aunque sientan la necesidad de construir relaciones estables, sufren la experiencia traumática de las rupturas y acaban viendo como utopía las buenas relaciones, las desechan y prefieren no establecer compromisos para no terminar deshaciéndolas con todos los sufrimientos que acarrean. Pues ellos las han sufrido y no cuentan con experiencia de otro tipo.
Además, cuando se destruye una relación, muchas veces o la mayoría de ellas, se realiza en un ambiente desagradable, de ofensas, de acusaciones, de desprecio. Esta experiencia marca y esos recuerdos los reproducirán los niños y los jóvenes cuando sientan un agravio, juzguen haber sufrido una injusticia, o simplemente quieran desahogar un malestar.
Esto puede ser una explicación de actitudes tan violentas e incluso sádicas en personas que aparentemente no están sufriendo un problema proporcionado a esas reacciones. Pero es lo que guardan en la intimidad y sale cuando menos se espera. Está atrofiada la sociabilidad y esto fractura a la persona porque es una dimensión vital.
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