La tardía respuesta del Gobierno fue que estaban molestos los taxistas porque están acabando con la corrupción, cosa que nadie les cree.
La Ciudad de México podría llamarse la feria del desastre. Cada quince días, cada semana, sucede algo que altera la vida de los citadinos de una manera que ninguna otra población padece en el país. No importa el tema de que se trate, la ciudad se ha convertido en un problema gigantesco: la contaminación, la inseguridad, las lluvias, las manifestaciones, los radicales, los ‘cinturones de paz’, los taxistas, el narco, el asalto a mano armada en los semáforos, el aeropuerto, extorsiones, el tráfico, las fotomultas, los secuestros, el transporte público, el 2 de octubre, los ciclistas en hipsterlandia, el acoso, Ayotzinapa, Uber… todo es un problema.
Por supuesto que vivir en una de las ciudades más grandes del mundo debe tener sus molestias, costos y consecuencias, pero todo lo anteriormente mencionado se agrava por la ineficacia y la ineptitud del gobierno de Claudia Sheinbaum. Se creía que la llegada de la señora Claudia al gobierno sería un beneficio, pues ya conocía el gobierno de la ciudad cuando formó parte del equipo de López Obrador; además había sido delegada. Pero a saber a qué se dedicaba, porque estamos en problemas en esta ciudad y el gobierno está absolutamente rebasado. Hay pocas diferencias con el gobierno veracruzano de Cuitláhuac García, y eso que Sheinbaum tiene doctorado y dejó de vivir con sus papás hace décadas.
Nadie piensa que le dejaron una bonita herencia por gobernar. Pero ella conocía mejor la ciudad, o eso se suponía, que sus contrincantes; además ganó de una manera más que holgada. Todo indicaba que el presidente López Obrador podría descansar en torno a lo que sucediera en la Ciudad de México y tendría su preocupación, por ejemplo, en Morelos y Veracruz, también gobernados –es un decir– por personajes emanados de su apoyo. Pero no, la capital es un problema mayúsculo y también lo es para el presidente, pues tiene que salir a cada rato a defender a su fallida pupila.
Acompañada de un grupo de hípsters, políticos ‘buena ondita’ políticamente correctos, que no han entendido que ya no son activistas sino parte del gobierno de una de las metrópolis más importantes del mundo, el gobierno capitalino ha hecho de esconderse toda una política de comunicación. Ante los problemas, la señora desaparece, hace mutis y se entiende, porque cuando aparece tiene que hacer sus piezas dos o tres veces porque le salen mal o porque dice barbaridades. La ciudad colapsada por los taxistas y la señora sale a decir que solamente 0.4 por ciento de los taxistas participó en el paro de labores. El dato es pavoroso, porque significa que 0.4 por ciento de un gremio puede desquiciar la ciudad con el consentimiento de las autoridades, porque a ellos le parece que la cifra no es significativa. ¿Cuándo van a actuar? ¿Con el 10 por ciento? Es alarmante la actitud de la jefa de gobierno.
Es claro que los taxistas no pensaron en la ciudadanía, ni siquiera en el potencial de clientes que van a perder por su actitud, ellos querían hacer uso de ciertas razones medianamente atendibles para chantajear al gobierno como están acostumbrados. La tardía respuesta del gobierno fue que estaban molestos los taxistas porque están acabando con la corrupción, cosa que nadie les cree, y no porque sean corruptos, sino porque es obvio que no han hecho nada para acabar con ella. Son ineficientes e ineptos.
La idea de los ‘cinturones de paz’ parece salida de una reunión de estos hípsters mientras se empujaban unos mezcales y unas tortas de milanesa en El Covadonga, rodeado de sus amiguis de la izquierda nice. ¡Claro! ¿Por qué no exponer a los burócratas en contra de los radicales? Total, son burócratas, no son seres humanos que habitan en la Condechi o en la Roma, sirve que amplían su conciencia social. Lo peor del asunto es que a ellos les parece todo muy exitoso. En esas manos estamos. Pobre ciudad.
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