Un gran ciudadano (II parte)

Es importante considerar el contexto de la época en que Anacleto vivió y trazó su acción y su pensamiento, fue un tiempo en que predominaba por parte del gobierno un ambiente anti religioso promovido por los autores de la Revolución Mexicana y llevado al extremo persecutorio de la iglesia por Plutarco Elías calles, mientras que la población por su parte era esencialmente católica, por lo tanto, se requería de un llamado a la acción y al heroísmo en defensa de la libertad y de la religión.

Es muy interesante ver que una persona confía en que los ciudadanos tienen la capacidad para influir en la sociedad por medio de una acción concertada y comprometida, sin más promesas que la satisfacción de trabajar por el bien común y la libertad, para lo cual creo una organización llamada la Unión Popular que llegó a tener 100,000 afiliados, cantidad impresionante para esa época.

Antonio Gómez Robledo en su libro sobre Anacleto nos dice que “La efectividad y el éxito de la Unión Popular se debieron a sus características únicas, el directorio que estaba formado por cinco miembros que incluía a dos mujeres, los jefes de las células se reclutaban entre obreros y campesinos, según fuera el lugar, por lo que la comunicación era muy cercana y cordial entre sus miembros. Creada como una agrupación cívica independiente de la jerarquía estaba muy preocupada por la educaciónn, dedicándose inclusive a la creación de escuelas primarias, pues había que empezar a sembrar en los hombres y en las mujeres desde pequeños ese sentido de responsabilidad y amor del cristiano en todos los aspectos de la vida, incluyendo el amor no solo a Dios, sino también a la patria.  Reiterando que la conversión profunda y sincera del espíritu es lo primero que se necesita antes de emprender cualquier acción. Repudiaba el uso de la violencia y creía firmemente en que los métodos propuestos por Gandhi, por lo que tenían de compromiso y sacrificio eran los que podrían dar la victoria.

La clave del éxito  se fundaba en la toma de  conciencia de la propia responsabilidad y de las consecuencias positivas y negativas de los propios actos  tanto en los que ejercían la autoridad como en las que la obedecían, para así evitar en lo posible que fuera la ambición personal la que moviera las voluntades, sino más bien el saber que se cumplía con una misión superior, estando el jefe sujeto a la ley del honor. No era el sexo ni la condición social las que marcaban diferencias, ya que solo se necesitaba dar el nombre y comprar el periódico para empezar a pertenecer, así por increíble que pareciera podía colaborar en igualdad de circunstancias el zapatero y el abogado. De gran alcance en su misión pues lo que se proponía era reunir las fuerzas vivas de los católicos para defender los intereses de éstos y trabajar por la restauración cristiana de la patria.

Anacleto buscaba que los ciudadanos fueran hombres y mujeres plenamente integrados al torrente de la vida en todos los órdenes y que la fuerza de su vida espiritual transformara a la sociedad de tal manera que México fuera un lugar donde se viviera con justicia y paz, para él, el cristianismo era una poderosa fuerza civilizadora que debería vivirse más allá de los templos y las ceremonias litúrgicas sin quitar la importancia de éstas.

Animaba por medio de sus discursos y sus escritos a la formación humana en todos los órdenes, y decía por ejemplo que: “La civilización es y debe ser el anhelo supremo de todos los hombres; es Dios que ha querido fijar un término a todas las razas, y ese término sea la civilización; es la humanidad entera, que empujada fuertemente por el torrente de los siglos busca con ansia indescriptible y con afán delirante, una cumbre: la del progreso”.

Por otro lado, una de sus grandes preocupaciones era la cuestión social, en un lugar muy importante la cuestión de la injusticia con la clase obrera y sobre el tema decía que:Si no se quiere llegar por los humildes, por los desheredados, por los que padecen olvido inmenso, hasta beber la hiel del sacrificio interior y exterior, de seguro habrá que pensar que la redención nunca pasará de ser un ideal brillante, una bella esperanza”.

Trabajó mucho con la juventud en cuanto a la formación del carácter y al idealismo y le angustiaba la pasividad con la que muchos vivían los acontecimientos: “Hasta ahora hemos vivido totalmente resignados con nuestra estatura y con el milímetro de tierra que las vicisitudes nos han dejado, y allí esperamos con los brazos caídos que se cierren nuestros ojos y se nos sepulte lejos del grito de la vida. No pedimos ni más espacio ni más sol. Nos basta lo poco que una acometida, que todavía no ceja ni cejará, nos ha dejado por ahora, a reserva de arrojarnos de allí y matarnos de asfixia, de hambre y sed”.

Y para combatir lo anterior proponía: “Podremos comprar en el mercado un libro que abra delante de  nuestros ojos, rutas inesperadas y llenas de luz y que nos enseñe métodos y procedimientos para completar la propia personalidad[…]Pero las fórmulas y las recetas y los métodos no son suficientes; es necesario ante todo estar dispuestos a hundir las propias manos en nuestra carne y en la sustancia de nuestro espíritu para amasar el barro, para estrujarlo…Ni el carácter, -atributo esencial de las fuertes personalidades-, ni la orientación del espíritu, ni la virtud…se compra en ningún mercado. Todo eso lo hace, lo tiene que hacer, lo debe hacer el forjador que todos llevamos dentro de nosotros mismos”.

Continuará.

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