Si no lo controlo, no sirve

La sentencia del 2006, “al diablo las instituciones” se cumple paso a paso. El hacha legislativa, en obediencia fiel al líder a quien felicitaron por su cumpleaños y repitieron a coro como pueblo fiel, “es un honor estar con Obrador”, continúa su labor gracias a la mayoría espuria que otorgaran el INE y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación a Morena y sus aliados y la compra de votos. Como predicó el Mesías de Macuspana, después de desintegrar a la Suprema Corte para construir lo que ya se apunta como un Frankenstein, ahora llegó el turno a los organismos autónomos.

En la lista estaban el Instituto de Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI), el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece), el Instituto Federal de Telecomunicaciones (IFT), la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación (MEJOREDU), la Comisión Reguladora de Energía (CRE) y la Comisión Nacional Hidrocarburos (CNH). Y obedientes a la consigna los legisladores les han dado muerte, sin otra consideración que proteger, por ahí, algunos intereses personales de miembros de la 4T.

Esos organismos elevados a la autonomía por la Constitución, parecían tener una protección jurídica que aseguraba su independencia para cumplir su misión frente a los órganos de la Administración Pública controlados por el Ejecutivo. Fue así como permitieron que la sociedad se enterara de actos de corrupción, de un análisis técnico objetivo acerca de la eficacia de las políticas públicas y los programas sociales para medir la pobreza, luchar contra los monopolios, particularmente los gubernamentales, señalar la problemática educativa, intentar la mejoría de los docentes y mantener la educación al margen de intereses políticos y abrir espacios al sector privado para una mayor eficiencia en el campo energético.

Quiérase o no, los organismos autónomos, dentro de su campo de competencia, restaban poder a una Administración Pública normalmente obesa e ineficiente y permitían que la sociedad conociera más allá de la demagogia, realidades fundamentales para el desarrollo del país. Exhibir los  hechos, más allá de los “otros datos” resultó incómodo para quien ofreció mucho y realizó poco. Gastó mucho y logró pocos avances, pero regaló dinero que cosechó en votos para su causa.

Los organismos ahora en proceso de extinción a través de la absorción de sus funciones por el Ejecutivo, no dejaron de dar señalamientos que una sociedad crítica, no domesticada, hubiera juzgado suficientes para mandar a su casa a los ineptos y a la cárcel a los corruptos, la fascinación populista fue más poderosa y premió, aunque limitadamente, a los demagogos que seguirán ofreciendo el oro y el moro, traducido en migajas personales que ponen en riesgo al país en su conjunto.

La lógica es fácil de entender: si yo no controlo a esos organismos y lo que dicen o hacen me perjudica, no sirven. Se les califica de caros, corruptos e innecesarios, pues si sus funciones las realiza el propio gobierno -como juez y parte- todo irá mejor para el segundo piso de la transformación, hasta que, como ocurrió con la línea 12 del Metro o con algunas ballenas de las obras del sexenio pasado, se generen derrumbes que nos pueden llevar a crisis semejantes a los de Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas.

Lamentablemente parece ser que volverá a ser necesario que toda la sociedad sea golpeada en su conjunto, como en aquellos años, para que se pueda revertir una triste realidad que por ceguera, incapacidad o intereses particulares muchos no ven o no quieren ver. Esto augura un triste despertar si no se ponen en movimiento reservas sociales de resistencia y construcción al margen del poder político, para salvar a la Nación.

Si unos destruyen a otros nos tocará construir, para esto último no son necesarias curules o asientos en dependencias públicas. Se va a requerir, como dijera Churchill, “sangre, sudor y lágrimas”, pero es posible lograrlo. Si en la adversidad crecen las personas, también lo hacen las sociedades.

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