Blanca Sevilla reflexiona sobre esos momentos en los que está sola.
Cuando estás ausente, me gusta analizar y recrear las palabras de otros momentos.
No hay distinción de tiempo: los diálogos se mezclan y al final de cuentas quedas tú, con esa intimidad que nadie más conoce y que se abre de par en par frente a mí…
No hay por qué fingir; nos sabemos aceptados y cariñosamente comprendidos. Como cuando éramos niños y llorabamos en el regazo materno, donde todo se borraba.
Hablas sin tener que cuidar las palabras. Las virtudes y los defectos se tornan un nombre que lo vale todo, que lo abarca todo, que se reduce a lo mejor que te ha pasado.
La solidaridad siempre fue halagadora y muchas veces soprendente. ¿Cómo y cuándo llegamos a ella?¿Qué hizo cada quien para hablar con la mirada, con los gestos, con los gustos y con la pluma?
Alguien dice que todo estaba predestinado. Que algunas almas nacen las unas para las otras. Ciertamente la naturaleza tiene afinidades que pueden juntarse, pero después empieza una tarea que no termina: dar y recibir, escuchar y decir, injuriar y perdonar, acertar y errar, desconfiar y confiar, reir y llorar, sentirnos solos cuando estamos acompañados, y acompañados cuando estamos solos.
Queremos querernos.
No te sorprendas de tu sinceridad. No hay por qué fingir. Sin saber cómo ni cuando, llegamos a ser tú y yo, sin máscaras. Como cuando éramos niños y podíamos llorar a sabiendas de que seríamos igualmente queridos
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