Dependiendo del carisma, con el tiempo el ganador deja de ser el líder carismático para convertirse en una autoridad con luces y sombras en su gestión.
Uno de los retos que se presentan a quien gana las elecciones es el de reconocerse como gobierno. Las campañas están llenas de momentos emotivos, el discurso suele tener una buena dosis de romanticismo, los candidatos quieren proyectarse como héroes que libran batallas épicas contra los monstruos gigantes de la opresión y la injusticia. Dependiendo del carisma, con el tiempo el ganador deja de ser el líder carismático para convertirse en una autoridad con luces y sombras en su gestión.
El Gobierno Federal no tiene planes de asumirse como autoridad. Sienten que son activistas, que todo lo que hacen tiene que ser validado por los demás y que no hay por qué cuestionarles nada, porque ellos están del lado de las víctimas. Es más, ellos, los gobernantes, se sienten víctimas. Por eso no entienden las críticas. Creen que la campaña no termina nunca, que su función consiste en prometer y no en cumplir lo que manda la ley.
No es sencilla la labor de gobernar. México es un país complejo con retos complicados. El gobierno pasado no se caracterizó por su eficiencia y seguramente dejó muchas cosas prendidas con alfileres. Pero eso no se va a solucionar pidiendo disculpas a nombre del Estado o diciendo una y otra vez que les dejaron un tiradero. Se entienden los problemas y dificultades, pero ellos ofrecieron arreglar todos los problemas de manera rápida, impecable y barata. No lo hacen porque los problemas y sus soluciones son más difíciles de lo que pensaban.
No deja de sorprender que el gobierno decida abrir más frentes de los que tenía en la agenda. Creen que las soluciones se dan si se es solidario en el gesto con quienes padecen desigualdad e injusticia. Cuando la autoridad se torna activista, lo más común es que haga y diga disparates. Este gobierno exige que se le trate no como la autoridad que es, sino como los activistas opositores que fueron. No hay manera de que eso suceda, cada día que pasa la ciudadanía demanda más soluciones de su gobierno y estas no consisten en gritar consignas o enseñar pancartas.
Reabrir las investigaciones de lo sucedido en Ayotzinapa tiene dos posibilidades: o se hace justicia que sea creíble para los familiares de los estudiantes desaparecidos y para la sociedad toda, o se entrará en un campo minado que no tenga solución alguna y solamente enlode más nuestro sistema de justicia y añada impotencia al horror sufrido por los jóvenes estudiantes.
La aparición del presidente con una camiseta de los 43 no le quita la responsabilidad que como autoridad tiene de dar la solución que prometió. La camiseta es una buena foto pero una mala idea. La mejor solidaridad que puede ofrecer la autoridad es la justicia, más allá de portar una frase o levantar un puño. La respuesta le llegó ese mismo día en la tarde, cuando jóvenes vándalos prendieron fuego a comercios y la puerta de Palacio, que es el domicilio presidencial.
Los gobiernos siempre tienen la intención de desviar la atención de los verdaderos problemas, ya sea con anuncios superficiales, conferencias de prensa insustanciales, o incluso festivales y verbenas. El penoso caso de Claudia Sheinbaum es un claro ejemplo. Los habitantes de la CDMX son víctimas de la violencia cotidiana. La inseguridad capitalina es alarmante y la señora permite que cualquier manifestación se convierta en un festín para delincuentes; ella no dice nada, solamente se asoma para a anunciar una megapeda con karaoke en honor a José José.
Ojalá los gobiernos de Morena entiendan pronto que son autoridad y que se espera que gobiernen, no que marchen.
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