Desde hace casi dos siglos, con las Leyes de Reforma, la separación Iglesia-Estado cobró una relevancia tal que, actualmente, a muchos ciudadanos mexicanos les parece imposible hablar de política y religión al mismo tiempo, sin importar si profesan alguna fe o no. Así nos educaron en la escuela; así nos dijeron que debía ser, que era lo mejor para la nación.
Si miramos esta afirmación desde la perspectiva de los integrantes de la masonería que detentaban el poder y señalaban que al pueblo de México, ignorante y fanático, lo podían manipular los sacerdotes desde el púlpito en los templos católicos, esto tendría alguna justificación. Sin embargo, para los católicos, de ninguna manera pueden política y religión ir por caminos diferentes.
El 15 de mayo de 1891, el Papa León XIII, a través de la Encíclica Rerum Novarum (“De las cosas nuevas” o “De los cambios políticos” en español), dio origen a lo que hoy conocemos como la Doctrina Social de la Iglesia Católica (DSI), como una reacción a la rápida modernización de la sociedad, que trajo consigo marcadas desigualdades sociales y económicas. Concretamente, el Papa se mostraba preocupado por la situación de los trabajadores del campo que, entonces, vivían en las ciudades en la más grande pobreza.
La doctrina social de la Iglesia tiene su base en valores esenciales como la caridad, la verdad, la libertad, la justicia, la solidaridad y la paz, que deben ser practicados por todos. Sus fuentes son la revelación, la ley natural, la tradición y el magisterio de la Iglesia. Hoy en día, la DSI se presenta en diversos documentos, como encíclicas, exhortaciones apostólicas, radiomensajes, cartas apostólicas y pastorales.
Para mejor explicación, permítanme resaltar lo señalado en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, en su numeral 70: “La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no solo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio. El anuncio del Evangelio, en efecto, no es solo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, estas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.” Por lo tanto, todos los católicos estamos llamados a participar en la vida pública de nuestra sociedad; no podemos estar ajenos a todo aquello que afecta a los mexicanos, sobre todo a los más pobres.
Por eso, aunque siempre se nos dijo que política y fe deben estar separadas, no es posible. Es más, me atrevo a afirmar que la política sin fe no tiene fundamento, pues se vuelve pragmática y falta de principios y objetivos sanos.
Concretamente en México, en 2022, la Conferencia del Episcopado Mexicano hizo un llamado a los católicos a participar en un Diálogo Nacional por la Paz. Miles participamos en uno u otro de los ejercicios llevados a cabo en los templos católicos de todo el país, dando como resultado un documento denominado Agenda Nacional por la Paz, el cual fue comunicado a gobiernos, partidos políticos y diversos candidatos en el proceso electoral de este 2024 y con el que la Iglesia pretende contribuir a la pacificación de nuestro pueblo.
Como parte de esta agenda, hemos sido convocados esta semana a la realización de diversas actividades sociales y evangélicas, a fin de seguir buscando la paz en nuestra patria, particularmente en el estado de Chiapas, buscando también justicia en el caso del homicidio del sacerdote Marcelo Pérez Pérez, ocurrido el pasado 20 de octubre en San Cristóbal de las Casas.
Para algunos, esta participación de los católicos es un exceso en el ejercicio de nuestros derechos civiles y políticos; sin embargo, no es más que el cumplimiento de una obligación social que tenemos los seguidores de Jesucristo.
El Papa Francisco, en su mensaje para la 52ª Jornada Mundial de la Paz, celebrada el 1 de enero de 2019, señaló: “La paz es como la esperanza de la que habla el poeta Charles Péguy; es como una flor frágil que trata de florecer entre las piedras de la violencia. Sí, porque sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier precio lleva al abuso y a la injusticia. De ahí que la política sea un vehículo fundamental para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre; si bien, cuando quienes se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de destrucción.”
En mi opinión, todos los católicos estamos llamados a una participación social activa, en la medida de nuestras posibilidades. Ninguno que se diga cristiano puede dejar pasar las cosas como si la solución fuera obligación de otros, pues lo que cada uno de nosotros dejemos de hacer no podrá hacerlo alguien más, y de ello habremos de dar cuentas al creador.
Hago un llamado a los católicos de México: participemos en la vida social y política de nuestra patria. Es nuestra obligación que los principios de la DSI, como el respeto a la dignidad de la persona humana, la subsidiariedad, la solidaridad, el bien común, la participación social, la cultura de la vida, el trabajo, la propiedad privada y la opción preferencial por los pobres, sean una práctica cotidiana en la política mexicana y se vuelvan políticas públicas para el bien de todos.
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