Los ochenta del PAN

No se trata de que el PAN vuelva al pasado, al contrario: se trata de encontrar un lugar en el futuro.


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Maltrecho, golpeado, peleado consigo mismo, esclerótico, con la mente perdida, deprimido y deprimente, así llega el PAN a sus ochenta años. Buena parte de su condición de desgracia se puede apreciar en la manera en que ha festejado este significativo aniversario: escondido, ensimismado, sin banderas y sin ganas.

Mucho hizo Acción Nacional por la vida democrática en México, por el debate y la legalidad. Como todo partido político, después del triunfo, llegó la debacle. Claro, nadie esperaba que fuera a ser de esas dimensiones. El PAN es ahora no sólo un partido derrotado, sino que lo ha perseguido la corrupción, el escándalo, la nadería y la frivolidad. No es culpa de la actual directiva, la deformación tiene ya muchos años. Es su culpa, eso sí, no hacer algo por cambiar, por tratar de alzar la cabeza, por refundarse, por tratar de adaptarse a los tiempos y las circunstancias. El líder del PAN, el señor Marko Cortés, es la viva imagen de la mediocridad. Si el panismo quiere lograr algo es claro que no será de la mano de ese señor. La presidencia de Cortés es la coronación del favor, el premio a la lealtad perruna, a la falta de ideas, a la actitud lacayuna con el poder, al anhelo al cargo y a la nómina. Su presidencia es la suma de sus desastres.

Hace un par de días divulgaron en redes una foto de Gustavo Madero y Ricardo Anaya tomando un café. Qué bueno. Ojalá hayan hablado en serio esos dos. Hay que recordar que ambos se entregaron a la frivolidad peñista de la manera más abyecta. Gustavo Madero no cesaba de decir que Peña sí cumplía, en abierta burla a la campaña electoral de su propio partido. Durante esos años proliferaron los moches, los escándalos de nivel prostibulario, la corrupción rampante que terminó en la candidatura de Anaya, que fue otra traición al propio PAN y su historia. Ricardo le entregó su campaña a los detractores de su partido, que lo lisonjearon hasta que el hombre sintió que su inteligencia aplastaría el carisma de un líder y el hartazgo de una sociedad. Ricardo Anaya terminó huyendo y dejando solos a los millones que votaron por él. Esa ha sido la historia del panismo en los últimos años: corrupción, genuflexión y cobardía. En la foto difundida fue motivo de burla que dejaban unas cuantas monedas de propina. Así han sido: generosos en los moches, miserables en la propina.

A pesar de su evidente declive, de la carencia de personajes, de la falta de banderas ciudadanas, es el PAN el partido que en un futuro puede enfrentar a Morena y a su líder López Obrador. Es la derecha la llamada a lidiar electoralmente con el chairo-populismo. Es claro que no sabe cómo, pero posiblemente lo sabrá si sabe reconocer los errores de su pasado, entonces podrá encontrar caminos hacia el futuro. Anaya, por ejemplo, no está condenado a desaparecer, tiene herramientas y es de esperarse que algo le enseñó la campaña del año pasado. En esta ocasión, bien enfocada, su voz puede encontrar eco. El PAN no está manco, tiene gobernadores cuyos estados, no todos, son un éxito en empleo y en nivel de vida y esto en un gobierno que parece decidido a depauperar a la sociedad, contará mucho. Ahí tiene líderes, también hay algunos personajes en el Senado que podrían figurar y también debe voltear a la ciudadanía y ofrecer candidaturas que le refresquen la imagen.

México necesita al PAN, es un hecho. Y el PAN necesita definirse y decir cosas concretas: qué apoya, a quién y por qué. Incluso puede redefinir sus principios y valores para reinventarse. Los ochenta no es un buen momento para empezar de nuevo. No se trata de volver al pasado, al contrario: se trata de encontrar un lugar en el futuro.

 

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