Para los que no leyeron la primera parte de este artículo, y para los que sí, debo decir que el neoliberalismo no es monotemático; desarrolla toda una diversidad de temas, entre los cuales destacan, en Von Mises, su crítica demoledora al cálculo socialista (o a su ausencia) pero, sobre todo su teoría (muy discutible, ya veremos) de la plena libertad económica, es decir, con mínima intervención del gobierno. Para quienes confunden el Neoliberalismo, con la existencia de entidades económicas globales como el Banco Mundial, el Banco Central Europeo, el BID, etc., están muy equivocados, porque los neoliberales auténticos los consideran dañinos para la economía de libre mercado, argumentando que son obstáculos para la libre competencia.
Hay que advertir también que el Neoliberalismo critica la especulación. Karl Menger, el fundador de la Escuela Austriaca de Economía, en su libro Principios de Economía Política (1871) y Eugen Böhm Baverk en Fundamentos de la Teoría del Valor Económico (1886), abominan de la especulación, porque altera artificialmente los precios del mercado y da también pie para la intervención del Estado. Pero hoy en día se considera a las bolsas de valores y, sobre todo a la especulación financiera, acciones netamente neoliberales. Los gobiernos de todo el mundo especulan con sus bonos de deuda en las bolsas de valores y en los bancos locales y globales. La deuda de los Estados Unidos, el país más endeudado del mundo, es de aproximadamente (con datos del 2023 del BM) de 31,625, 988 billones de dólares. Entre sus principales acreedores se encuentra paradójicamente China con casi el 11%.
El tema central del Neoliberalismo es el de la competencia plena a través de los mecanismos de oferta y demanda del mercado. El sistema de precios del mercado es, sin embargo -dicen los neoliberales como Mises-, impredictible e incognoscible, por lo cual cualquier intervención del Estado para controlar las variables económicas es insano y hasta destructivo. “ La libertad que bajo el capitalismo conoce el hombre, es fruto de la competencia […] El intercambio de bienes y servicios es siempre mutuo; ni al vender ni al comprar se pretende hacer favores; el egoísmo personal de ambos contratantes engendra la transacción y el recíproco beneficio ”.(Ludwig Von Mises; La Acción Humana, Editorial Universidad Francisco Marroquín, Guatemala, p. 438), Los neoliberales como Ludwig von Mises y Friedrich Hayek , piensan que, lo que le hace falta a la economía, es desarrollar una teoría microeconómica que no intente modificar ni describir el comportamiento de las unidades económicas.
En resumen, el verdadero pensamiento neoliberal se opone a toda posibilidad de construir una ciencia económica de tipo causal, es decir, una ciencia que construya -como no se hace desde hace mucho tiempo- una macroeconomía que pretenda -como hoy lo hace- construir orientaciones globales (globalismo, le llaman algunos). ¿Qué es lo que vemos en el sistema económico actual? Sólo se le puede llamar neoliberal -sin saberlo- a lo que llamamos la micro y pequeña empresa. Ellas, sin embargo, muchas veces dependen de las grandes empresas, y aún de las empresas globales, para hacer uso de su tecnología. De hecho, esas empresas globales son predominantes o abiertamente monopolios como Google. Sin embargo, en casi todos los gobiernos e instituciones de enseñanza en economía o en ciencias sociales se les califica como neoliberales. Vaya confusión.
Lo que sí se ha producido en buena parte del mundo (por lo menos en Occidente, especialmente en Hispanoamérica, que es lo que nos ocupa) es el renacimiento de una nueva versión de capitalismo de Estado, expresado en las relaciones económicas como neomercantilismo, o capitalismo de favoritos del gobierno, combinado con el peso de una ideología, generalmente de izquierda. Véase el caso de Argentina: De ser un país que podría rivalizar en el siglo XX y XXI con los más avanzados de Europa, es un país que ha vivido en una crisis económica permanente debido a su mercantilismo, asociado con socialismo. Ojalá el nuevo gobierno sepa desarrollar el potencial económico y social de ese admirable país. Ni qué decir de nuestro sufrido México: vapuleado en sus instituciones, nido de corrupción y de una ideología ramplona de izquierda en el último sexenio, y lo que viene… Que pinta para ser peor que el anterior.
Al principio de la primera parte de este artículo advertí que no soy neoliberal, a pesar de reconocer en esta corriente de pensamiento económico algunas virtudes innegables, como la de poner en juego la economía de mercado y la teoría de la microeconomía como acción.
Debo hacer notar que los principales autores del liberalismo del siglo XVIII, como Adam Smith, los del siglo XIX como Karl Menger y Eugen Böm Baverk, así como los principales exponentes del neoliberalismo en el siglo XX: Mises y Hayek, tenían todos formación moral e incluyeron en sus obras consideraciones de ese tenor. De hecho, todos coincidían, por diversas razones, en que la especulación financiera era inmoral, así como el monopolio. Sin embargo, esto no impidió que los economistas influidos por el liberalismo clásico, justificaran la especulación y prácticas antineoliberales (llamado por algunos como “capitalismo salvaje”) como la formación de gigantescas corporaciones económicas y, por supuesto, grandes instituciones controladoras del capital como los bancos y de empresas globales. Jamás, los auténticos neoliberales hubieran aprobado, por ejemplo, el Foro Económico Mundial de Davos Suiza, cuyo presidente y dueño, Klaus Schwab, soltó hace poco tiempo, aquella famosa frase de “Finalmente, no tendréis nada, pero seréis muy felices”.
Mi formación filosófica me ha llevado al estudio de las diversas expresiones que forman parte de la sociedad, y una de esas es la economía. En su contexto, suele aparecer la ética como crítica del pasado, como construcción de un presente siempre inestable, pero pocas veces como proyecto de futuro. Estamos acostumbrados a lo grande, a lo gigantesco a la concentración económica, a las empresas tecnológicas, más poderosas que la mayoría de los países, a los monopolios… Aquí me llega el agradecido recuerdo de un extraordinario libro de Shumacher, titulado Lo Pequeño es Hermoso, que trata, entre otros, de este mismo tema.
A partir de este horizonte, pienso que el compromiso de la sociedad actual consiste en proponer y en hacer lo aún no realizado (también en desechar lo que no es valioso). De ahí se deriva una argumentación sobre lo que ya no puede ser o seguir siendo, lo que debe volver a ser y, sobre todo, lo que debe llegar a ser. Hoy hace falta una ética crítica y práctica de la economía, capaz de recuperar la centralidad en la dignidad humana, pero también eficiente para proponer soluciones con otras ciencias sociales, pero especialmente con la política.
Debe ser una ética económica y política con sentido y alcance universales, de inspiración cristiana, que encuentre en esta crisis de deshumanización su oportunidad histórica para renacer. Permítaseme terminar con tres espléndidas citas, que muestran, en palabras que no son mías, pero sí sus ideas, mi convicción sobre el tema. La primera, que describe magistralmente cómo era la sociedad al principio de los años 30 del siglo pasado, y que es aún más válida en nuestro tiempo: “La enfermedad que padece nuestra civilización reside en el alma individual y sólo se puede superar en el interior de ella. Desde hace más de un siglo hacemos un esfuerzo inútil, cada vez más proclamado, de prescindir de Dios y de poner, con vanagloria, al hombre, a su ciencia, a su arte, a sus artimañas políticas, en el lugar de Dios […] Es como si hubiéramos querido añadir a las pruebas ya existentes de la existencia de Dios una nueva y finalmente convincente: la destrucción universal que sigue a la suposición de la no existencia de Dios” (Pío XI, Encíclica Quadragesimo Anno, Ed. BAC, Madrid).
La otra cita tiene un contenido estrictamente económico, pero sigue siendo válido en el siglo XXI: “las leyes llamadas económicas, fundadas sobre la naturaleza de las cosas y en la del cuerpo y del alma humanos, establecen, desde luego, con toda certeza qué fines no y cuáles sí, y con qué medios, puede alcanzar la actividad humana dentro del orden económico; pero la razón también, apoyándose igualmente en la naturaleza de las cosas y del hombre, individual y socialmente considerado, demuestra claramente que a ese orden económico en su totalidad le ha sido prescrito un fin por Dios Creador” (Pío XI, op. cit., p. 78).
Una última cita que no necesita comentario alguno: “Por lo tanto, el que tenga talento, que cuide mucho de no estarse callado; el que tenga abundancia de bienes, que no se deje entorpecer para la largueza de la misericordia; el que tenga un oficio con el que se desenvuelve, que se afane en compartir su uso y su utilidad con el prójimo” (León XIII, Enc. Rerum Novarum, op. cit., p. 33).
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