Liderazgo católico de la jerarquía

Como buenos pastores, los jerarcas de la Iglesia siempre han ido por delante, no sólo predican e impulsan la participación ciudadana sino también viven su ciudadanía con ejemplos patentes. Los Sumos Pontífices han escrito encíclicas y otros documentos sobre la participación civil. Existe la Doctrina social de la Iglesia. También desde el siglo XX varios Papas han tenido intervenciones en la ONU.

Por primera vez un Sumo Pontífice, Pablo VI el 4 de octubre de1965, acudió a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York y dictó un célebre y valiente discurso afrontando temas cruciales. Posteriormente lo hicieron Juan Pablo II en 1995 y Benedicto XVI en 2008, quienes además de los asuntos relevantes de los respectivos tiempos insistieron en el derecho fundamental a la libertad religiosa. 

Francisco en 2015 estuvo allí y entre los temas de esos momentos abordó la necesidad de empeñarse en lograr la paz. Los respectivos discursos de los Papas son atemporales, abordan temas de importancia universal. Allí podemos encontrar luz para diseñar planes de trabajo, sin embargo, a pesar de la aprobación inmediata y de los evidentes aplausos, los archivamos.

Es verdad que llevarlos a cabo demandan lucha contra las tendencias egoístas de intereses cerrados a beneficios nacionales o al deseo de someter a los demás para provecho propio, sin abrirse verdaderamente a la colaboración internacional. 

También desde hace 60 años la Santa Sede es observador permanente de las Naciones Unidas y esto es una gran ayuda para mantenerse al tanto de los problemas mundiales y de las posturas de cada pueblo. Así el estudio de los problemas es más certero y son más incisivos los mensajes que recibimos o los temas a tratar en las visitas del Papa a los países. 

Vatican news informó sobre la última intervención de la Santa Sede en las Naciones Unidas, el pasado sábado 28 de septiembre. El Cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin expuso un discurso ante la 79ª Sesión de la Asamblea General, para hacer énfasis en un tema fundamental como son los derechos humanos y la dignidad de toda persona humana.

El tema del cardenal fue: “No dejar a nadie atrás: actuar juntos por el avance de la paz, el desarrollo sostenible y la dignidad humana para las generaciones presentes y futuras”. Hizo ver que la Santa Sede, de modo ininterrumpido como Observador “ha promovido una serie de principios fundamentales, entre ellos el respeto de la dignidad humana intrínseca que Dios ha dado a todas las personas, la igualdad de soberanía de los Estados, la búsqueda de la paz y el desarme, y el cuidado de nuestra casa común”. 

Y continuó “parece que setenta y cinco años después de la ratificación de los Convenios de Ginebra, el derecho humanitario sigue siendo socavado y que los cuatro convenios, que establecen normas claras para proteger a las personas que no participan en las hostilidades, son cada vez más violados”. Añadió el cardenal: “Está claro que los ataques contra lugares de culto, instituciones educativas, instalaciones médicas y otras infraestructuras civiles son un fenómeno generalizado. Esto ha causado no sólo la pérdida de vidas entre quienes no están directamente implicados en el conflicto, sino también una inaceptable interrupción de la vida cotidiana para muchos”. 

La Santa Sede pide “la estricta observancia del derecho internacional humanitario en todos los conflictos armados, con especial atención a la protección de los lugares de culto”. 

Es patente el tono de fortaleza y de demanda de justicia en esas intervenciones obviamente sustentadas por las ceremonias litúrgicas como la Santa Misa celebrada en la iglesia de la Sagrada Familia, en Midtown, Manhattan. El cardenal mencionó su alegría por celebrar allí ante miembros del cuerpo diplomático acreditado y amigos de la Misión Permanente de Observación de la Santa Sede. Recordó que “eucaristía” significa “acción de gracias” y cómo Jesús da gracias, ofreciéndose sin cesar y donándose a Dios y a los hombres.

Recordó cómo Jesús nos pide proteger, cuidar y servir. “Ser cristiano -subrayó- implica promover la dignidad de los hermanos, luchar por ella, vivir por ella. En esta lógica de servicio a los más pequeños y a aquellos que no tienen voz, se sitúa y encuentra su razón de ser la presencia de la Santa Sede a nivel de la comunidad internacional”.

Destacó cómo la Santa Sede, desde que se unió a las Naciones Unidas como Estado Observador hace sesenta años, ha seguido defendiendo la dignidad humana y los derechos humanos, “especialmente el derecho más fundamental de todos: el derecho a la vida”. Añadió, ha sido un defensor de la justicia social y del desarrollo económico, de la protección del medio ambiente, y se ha pronunciado incansablemente en defensa de los indefensos y los olvidados.

Como el núcleo del liderazgo católico es seguir a Jesús, el cardenal Parolin también lo recordó: “debemos seguir el camino que Él mismo trazó”, y afirmó, ese camino es “el camino del servicio”. “Estamos para servir a quienes tienen necesidad de recibir y no pueden dar nada a cambio”, e insistió “Al acoger a los marginados y a los abandonados, acogemos a Jesús, porque Él está ahí”.

En una recepción posterior celebrada en la cripta de la Iglesia, el cardenal reiteró que, en un mundo “cada vez más fragmentado por intereses estrechos, debemos recordar que todos somos miembros de una única familia humana”. “Por tanto”, dijo el cardenal Parolin, “renovamos nuestro compromiso con la visión de un mundo donde la paz, la justicia y la dignidad humana no sean meras aspiraciones, sino realidades vividas por todos”.

Agradeció a los representantes de la ONU y de sus Estados miembros por la colaboración fructífera y duradera. “Espero que en los próximos 60 años y más sigamos trabajando juntos en armonía, guiados por nuestros valores compartidos y nuestra esperanza común de un mundo mejor”.

Manifestó también su sincero agradecimiento a todos los observadores permanentes y a sus colaboradores que, a lo largo de los años, han asegurado la presencia de la Santa Sede en la ONU y “han sido la voz que proclama ese mensaje de amor, arraigado en la fe y en la razón”. Y concluyó: “Les doy, en nombre del Santo Padre un sincero agradecimiento por haberlo representado en las Naciones Unidas. Y los invito ahora a levantar sus copas para brindar por el Santo Padre, el Papa Francisco”.

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